La Gran IlusiÓn Del Vivir

El supermercado

El supermercado

Un supermercado es algo así como un universo paralelo donde la abundancia y la diversidad convergen en un espacio diseñado no solo para satisfacer necesidades básicas, sino también para evocar deseos que quizás no sabíamos que teníamos. Este capítulo es un microcosmos de la sociedad, un espejo de la gran ilusión del vivir, donde cada pasillo y estante nos habla de algo más que productos; nos narra historias de cultura, economía, y los intrincados lazos humanos que tejemos alrededor del acto de alimentarnos.

Al entrar, lo primero que te golpea es la variedad de colores y aromas. Frutas y verduras dispuestas meticulosamente en montones, cada uno con su promesa de frescura y sabor. Es un espectáculo visual que no solo busca atraer la mirada, sino también invitar a pensar sobre el origen de lo que consumimos, sobre el trabajo de las manos que siembran, cosechan y transportan estos alimentos hasta nosotros.

Los pasillos se despliegan como venas por las cuales circula la vida del supermercado, cada uno especializado en un tipo de producto, desde los básicos hasta los más deliciosos y caros. Aquí, la disposición es una ciencia: los productos de primera necesidad se encuentran a menudo al fondo, obligándote a atravesar un laberinto de tentaciones. Este diseño no es casual; busca maximizar el tiempo de permanencia dentro del

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supermercado, aumentando las probabilidades de que el carro de compras se llene con más productos.

Cada estante es una ventana a distintas culturas y costumbres, ofreciendo una variedad que va desde lo local hasta lo internacional, permitiendo a los consumidores viajar alrededor del mundo a través de los sabores.

Las cajas para cobrar son el último paso de este viaje. Aquí, la interacción humana se hace presente en el intercambio de palabras, sonrisas o miradas cansadas al final de un largo día.

Javier, después de tomar el café con su antiguo cliente, decide ir a un supermercado. Tiene que comprar cervezas, pan y algo muy básico para comer él solo. A medida que avanza hacia los estantes correspondientes, no puede evitar notar el ambiente que lo rodea, particularmente la presencia de personas mayores, quienes, con sus carritos, recorren los pasillos con una dedicación y entusiasmo que llama profundamente su atención.

Estas personas, de aspecto sencillo y vestimenta modesta, representan una variedad de historias de vida que convergen en este lugar común. Sus rostros, marcados por las arrugas del tiempo, reflejan una satisfacción mientras examinan meticulosamente cada producto, comparando precios y ofertas. Para ellos, cada elección parece ser una pequeña victoria, una oportunidad para estirar el presupuesto un poco más, para llevar a casa no solo lo necesario, sino también algún que otro pequeño lujo permitido por las rebajas del día.

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Javier observa cómo uno de ellos, un señor de cabello blanco y gafas gruesas se detiene frente a la sección de conservas, sopesando una lata entre sus manos con la concentración de quien realiza un cálculo mental. A su lado, una señora de pelo rizado y teñido de rojo, que debe haber sido rubio en su juventud, examina las etiquetas de los frascos de mermelada, buscando aquella que ofrezca la mejor relación calidad-precio. Sus movimientos son lentos pero seguros, y en sus ojos se percibe una chispa de alegría al encontrar lo que busca.

Más adelante, un hombre de estatura media, con un gorro de lana a pesar del calor interior, se inclina para leer las ofertas especiales de pan, eligiendo cuidadosamente el que llevará. No hay prisa en sus acciones, es como si tuviera el día entero para elegir bien.

Javier, al observar estas escenas, siente cómo su apuro inicial por terminar la compra lo antes posible se disipa, reemplazado por una profunda curiosidad sobre la importancia de estos actos rutinarios para la gente. La visita al supermercado, algo tan trivial para él, es para muchas de estas personas un evento significativo y una forma de pasar el tiempo sintiéndose útiles en la sociedad, una demostración de autonomía y de la capacidad de seguir cuidando de sí mismos y de sus seres queridos.

En el bullicioso ambiente de la sección del pescado, donde el aire se impregna del fresco aroma del mar, Javier, al pasar por ahí, observa a una señora que aborda el mostrador con una determinación palpable. Su mirada examina meticulosamente la

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exhibición de pescados y mariscos, buscando el mejor precio. La señora, de aspecto resuelto y con una lista de compras en la mano, no tarda en llamar la atención de uno de los empleados cuando llega su turno para iniciar su meticulosa selección.

Con un tono de voz firme y atrevido, comienza a señalar los ejemplares que capturan su interés, preguntando por su frescura y, sobre todo, su precio. "¿Y este? ¿Cuánto está el kilo?" pregunta, apuntando hacia un lote de doradas brillantes. Al escuchar el precio, frunce el ceño y sin perder un segundo, inicia una pequeña batalla de regateo. "¡Vaya! Pero si la semana pasada estaba más barato. ¿Cómo es posible que haya subido tanto en tan poco tiempo?".

Mientras el pescadero intenta explicar las fluctuaciones del mercado y la temporada, la señora asiente con la cabeza, aunque no del todo convencida. Decide, tras un breve momento de reflexión, seleccionar un par de piezas, pero no sin antes asegurarse de obtener el mejor trato posible. "Está bien, me llevaré estas dos, pero asegúrate de limpiarlas bien y quitarles todas las espinas," indica, con una mirada que no admite réplicas.

A medida que el pescadero cumple con sus instrucciones, la señora aprovecha el momento para compartir sus observaciones sobre el estado del mundo, una queja universal que parece extenderse más allá del mostrador del pescado. "Es que todo sube, excepto las pensiones. Y encima, con el frío que hace en la calle, uno tiene que pensárselo dos veces antes de salir a comprar".




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