La gran odisea de Agnok

Capítulo 5 Ayuda ideal

Después de estar inconsciente el joven despertó, se frotaba bastante los ojos y cuando volvió a la normalidad logró ver que era de día y que estaba sobre hierba verde, se levantó para dar algunos pasos, seguidamente guardó la espada en la vaina además dejó la lámpara en el suelo pues ya estaba apagada, ¡increíblemente estaba en la cima de una montaña! comenzó a observar a lo lejos una pequeña y vieja casa de madera, bajó la montaña para tocar la puerta de la casita, entonces un anciano con larga cabellera blanca y alborotada salió, dicho personaje exhalaba un hedor fuerte como de macho cabrío, con entusiasmo le habló a su visitante así:

-¡Hola mucho gusto! ¿quién eres tú?

-Soy Agnok, príncipe del pueblo adonita.

-¿Qué?

El viejo con cara de asombro miraba una y otra vez de pies a cabeza a su visita, y después de muchos segundos le dijo:

la verdad, ¿por qué has venido a buscarme? no creo que seas el príncipe del lejano reino de Adón, mucho menos te creeré con esa ropa que llevas puesta.

En eso el viajero levantó su túnica blanca y en el pecho se podía ver claramente como un tatuaje rojo en forma de espiral, el veterano demasiado asustado comentó:

-¡Es el sello de la familia real! No puedo creer que alguien como usted este acá en mi humilde morada, siento no haberle creído, por favor entre y siéntese en esta silla su majestad.

Luego de sentarse en la silla mecedora hecha de caoba, relató lo siguiente:

-No tengo suficiente tiempo, así que seré breve, mi alma está muy turbada, y no solo yo, también los miles de adonitas sufren.

-¿Qué tipo de problemas tienen?

-Hace poco la paz del reino fue quitada por culpa de una terrible maldición, un sortílego llamado Shinek líder de la peor secta ocultista hizo crecer de manera misteriosa una feroz planta destructora, tan exorbitante ha crecido que arrasó con casi la mitad del territorio de mi pueblo en cuestión de horas, ha devorado muchas personas y casas, los soldados del rey quien es mi padre la han combatido muchísimo; pero desgraciadamente todo resultó en vano, pues ella sigue creciendo sin parar.

-¡Cuánto lo lamento! Es increíble y terrorífico ese maleficio, tampoco puedo entender como ese hombre odie a los de su nación.

-Más tarde te explicaré lo demás, por ahora mis compatriotas y yo necesitamos tu rápida e ideal ayuda.

-Señor, de verdad también quiero que ese tormento termine ya, ¿pero cómo un andrajoso anciano como yo podría ayudar en semejante asunto?

-Después de que mi ejército hizo fuertes batallas sin poder destruir a la gigantesca planta carnívora, los cinco sabios más famosos de mi país investigaron que para acabar con la maldición es necesario obtener una parte de la gran centella luminosa, la misma que está guardada en esta monarquía de Tovac.

-Entonces… ¿cómo le ayudo?

-Me enteré de buena fuente que tú te llamas Hemán y estuviste a cargo del famoso templo milenario en donde guardan la valiosa centella; sin embargo veo que en este momento estás en condición de retiro a causa de tu edad.

En ese preciso instante el anciano bajó la cabeza, guardó silencio varios segundos y luego respondió con voz tenue esto:

-No todo es cierto su alteza, en una ocasión hace décadas atrás los abominables hombres del reino de Temos quisieron robar la centella, felizmente no pudieron; aunque lo peor es que el templo quedó destruido por el devastador terremoto del cual cientos no sobrevivieron, por lo que ahorita la centella está bien escondida en las feas y escalofriantes catacumbas cercanas al sepulcro real.

El otro hombre rápidamente se puso de pie y con voz fuerte habló:

-Por favor llévame, no tengo otra opción.

 




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