La gran odisea de Agnok

Capítulo 8 La disputa por la centella

Los hombres se aproximaron a la mitad del campo sepulcral, del suelo levantaron una oxidada cadena la cual estaba enganchada a una tapa metálica redonda, los dos usaron la escalera que hallaron debajo de la tapa para bajar hasta el fondo de la profundidad, algunos instantes más tarde del descenso llegaron a un ancho y largo pasillo subterráneo, el mismo estaba iluminado por una gran bola amarilla ubicada al final del trayecto, a medida que caminaban vieron que a la derecha e izquierda en las paredes había depósitos hechos de piedra en donde mantenían más cuerpos sepultados, entonces el joven preguntó:

-¿Otros malos gobernantes?

-No, sólo son los parientes de los reyes.

-¿Por qué en este lugar decidieron guardar la legendaria centella?

-Le explicaré, los soldados del batallón de Temos planearon una invasión para robársela; sin embargo en esa ocasión yo era uno de los guardias del templo milenario, nadie supo cómo se enteraron de que allí la teníamos oculta, lo bueno es que ellos no pudieron vencer nuestra torva defensa, yo juntamente con mis compañeros peleamos hasta destruir al último e infame intruso, le diré que con esos desgraciados guerreros hemos tenido fuertes peleas durante más de ciento veinte años. Luego vino el devastador terremoto que destruyó todo el edificio el cual tenía mil años de existencia, fui de los pocos afortunados en escapar, antes de que el techo se viniera abajo tomé rápidamente el pedestal con la centella y la oculté acá, estas catacumbas son un perfecto escondite.

-Hiciste bien en ocultarla, ella nunca se apagará y tiene el poder para alumbrar sitios tan oscuros como éste, no debe ser usada por el mal.

Cuando por fin llegaron al final del pasillo vieron la esfera grande y amarillenta, la misma brillaba intensamente sin cesar sobre un pedestal de mármol, el príncipe sacó de su bolsillo un cilindro de madera del que quitó la tapa para introducir una parte del radiante objeto, en ese preciso momento se escucharon unos extraños sonidos, Agnok desenvainó inmediatamente la espada y dijo:

-¿Qué fueron esos ruidos?

-Deben ser las ratas, pues aquí no hay nadie más que nosotros.

Entonces se escuchó un fuerte estruendo similar a un sismo debajo de los pies de ambos viajeros, sorpresivamente en la tierra se abrió un hueco, ¡del agujero salió una descomunal bestia negra parecida a un perro! la horrible criatura despedía sangre de sus voluminosos labios, los ojos eran totalmente blancos, las garras lucían tan largas y filosas como cuchillos de cacería, rugía parecido a un hambriento león, cada pelo de su lomo parecía espina erecta, los dientes larguísimos se salían del hocico. El valeroso guerrero puso atrás de su espalda al asustado anciano y, sin tantos rodeos lanzó muchos golpes con su espada; pero ninguno de ellos pudo tocar al monstruo que se movía muy veloz, él queriendo tomar aire bajó por tres segundos su arma, suficiente tiempo que aprovechó la bestia para lanzar un duro golpe con la pata sobre el hombro del joven, de manera inmediata una terrible herida le apareció que no dejaba de sangrar, Hemán arrojó piedras como del tamaño de una manzana, ninguna de ellas pudo alcanzar al rápido ser, en un intento apresurado el gobernante sacó su daga e intentando clavarla en el corazón del perro fue golpeado fuertemente con la cola de aquel, por lo que cayó casi inconsciente al piso, la criatura lanzaba ensordecedores aullidos y miraba fijamente al tembloroso Hemán, cuando el espantoso depredador saltó en dirección del viejo éste logró agacharse cayendo inmediatamente la fiera sobre la gran centella luminosa, por lo cual dio numerosos gritos de dolor y desesperación pues se empezó a derretir hasta quedar solamente las cenizas.

 




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