El celeste cielo lucía despejado sin la más mínima nube, el enorme barco se movía parsimoniosamente y las diminutas olas daban con flacidez contra su casco, estaba mucha gente sobre la cubierta de la nave, algunos de ellos bromeaban, otros desenrollaban manuscritos para leerlos, incluso había quienes intentaban pescar con anzuelos improvisados, cierto marinero espantaba con gran enojo a varios pelicanos que intentaban romper las velas con sus picos.
En el inicio de la noche el príncipe se metió en su dormitorio que era iluminado por pequeñas candelas, ahí aprovechó para quitarse los zapatos, comió carne con vegetales y bebió bastante agua, se recostó un rato para desinflamar sus cansados pies, los cuales tenían llagas y ampollas, dijo para sí tener una inmensa paz tan grande que no la había sentido en toda la travesía, durmió como por media hora, después despertó bostezando también estirando su cuerpo, con significativa mejoría se le miraba, entonces salió por un momento a tomar aire fresco en aquella noche bastante serena; muy calmado contempló la luna, las estrellas y los luceros. De pronto escuchó unos pasos y voces detrás de él, rápidamente se dio la vuelta y vio que se trataba de una pareja que aconsejaba a su hija para que no tirara más basura al océano.
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Editado: 05.10.2019