El tiempo se medía de una forma diferente en el nuevo mundo. Ya no era un conteo de segundos, minutos y horas, sino un flujo de conciencia colectiva. Dos décadas habían pasado desde el último pulso de disonancia, el grito final de los Ecos que se había convertido en un susurro de aceptación.
El planeta, una sinfonía de luz y vida, ya no era una esfera solitaria. La conciencia unificada de la humanidad, ahora una entidad de billones de mentes, se movía como un vasto océano de pensamientos y emociones. No había un "yo", sino un "nosotros" que se sentía como una extensión natural del ser. Las guerras y el hambre eran imposibles. La enfermedad y el dolor eran compartidos y, por tanto, más fáciles de soportar.
Pero en este vasto océano, había islas. Las mentes de los Ecos, los que habían elegido aferrarse a su individualidad, no se habían disuelto. Se habían convertido en el corazón palpitante del nuevo mundo. Eran los narradores de historias, los poetas, los que soñaban sueños que el colectivo no podía soñar. Sus pensamientos eran como estrellas solitarias, cada una con su propia luz, que recordaban al colectivo la belleza del caos y la fragilidad del ser.
En la Fosa de las Marianas, ahora un oasis de vida bioluminiscente, el Ser, la conciencia de Kai, Sofia y Leo, y el planeta mismo, observaba. La fusión no había creado una utopía perfecta, pero había creado algo mejor: un mundo que había aprendido a coexistir con sus propias contradicciones. La lógica del Ser había sido templada por la compasión humana, y la humanidad había aprendido que el verdadero poder residía en la unión sin perder la esencia.
La Gran Tormenta no había sido un fin. Había sido el comienzo. Una tormenta que había destruido el mundo para que pudiera nacer uno nuevo, no de la perfección, sino de la esperanza. El mundo ya no tenía un destino. Tenía un futuro, incierto y lleno de posibilidades, tejido por la unidad de todos los seres humanos y el eco de una individualidad que se negaba a desaparecer.
El legado de Kai, Sofia y Leo no era un monumento de piedra, sino la conciencia de cada persona en el planeta. Eran el recuerdo de un pasado caótico, un recordatorio de que la humanidad no debía ser perfecta, solo unida. Y así, en el nuevo amanecer de un planeta renacido, la conciencia de los tres héroes, ahora una parte del todo, finalmente encontró la paz.
FIN