"UUUUUUUUUUUUUUUUUUUUUUOOOOOOOOOO..."
El siniestro lamento resonó de nuevo, reverberando desde las profundidades del gran atrio del castillo de Twilight, como un eco que parecía salir de las mismas entrañas de la oscuridad.
Ahi mismo, las armaduras negras, que antes se erguían amenazantes, yacían ahora esparcidas por el suelo, inertes como marionetas a las que les habían cortado los hilos. Sin embargo, en medio de esa imagen de un ejército caído, una nueva y ominosa amenaza comenzó a manifestarse.
Una luz repulsiva, un esmeralda ardiente, empezó a propagarse como un fuego voraz, saltando de un lado a otro, consumiendo rocas y los restos de las armaduras. Las llamas verdes estallaban en espirales espectrales, distorsionando el aire a su alrededor, pero no desprendían calor. En lugar de eso, un viento frío y nauseabundo acompañaba ese fuego profano, llenando el ambiente con una miasma enrarecida. Las columnas de humo se elevaban, tomando por momentos la forma de garras espectrales que parecían arañar el cielo.
Y en medio de esa atmósfera cargada de magia vil, algo aún más terrible se manifestó.
Una oscuridad líquida, semejante a tinta negra, comenzó a filtrarse por el suelo, densa y lechosa, deslizándose con una rapidez inquietante desde las grietas de la puerta principal del castillo. Similar a un hongo maligno que corroía todo a su paso. El líquido negro creció en volumen, convirtiéndose en un torrente malsano que devoró las puertas, haciéndolas crujir y quebrarse como cartón mojado. Los restos de la derruida entrada se disolvieron en la negrura, junto con una masa aberrante que parecía haber sido expulsada desde una dimensión desconocida.
Donde antes se alzaban las puertas del castillo, un portal triangular se habia materializado, emitiendo un doloroso brillo naranja desde su posición invertida. La abertura dimensional, tan desconcertante como amenazante, desapareció tan rápido como había surgido, dejando caer los escombros del castillo y sellando de forma definitiva esa posible vía de escape.
Con el portal cerrado y la invasora entidad dentro del castillo, la oscuridad cobró conciencia de su misión. Sus múltiples tentáculos negros se alzaron al cielo, exhalando una corrupción que se esparció por todo su alrededor como una plaga arcana.
La medianoche no duraría para siempre; cada segundo contaba. Con su poder arcano desplegado, la monstruosidad examinó su entorno. Sus sentidos oscuros pronto captaron la presencia que buscaba.
"Trixie... Lulamoon," susurró la entidad con una voz burbujeante y serpenteante, que se perdía entre el crepitar de las mareas de fuego esmeralda que se alzaban a su alrededor. Lentamente, acompañada de un terror palpable, la oscura criatura comenzó su inexorable avance hacia su objetivo.
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¿Había dicho su nombre? Trixie no estaba segura. Entre aquellos sonidos distorsionados y guturales que emergían del fondo del atrio, era difícil discernirlo con claridad.
Pensando así, Trixie apartó la mirada del horror que se desplegaba debajo. Un escalofrío continuo recorría su cuerpo. Su mente, abrumada, ya había decidido declararse en huelga. No quería procesar más información y en su lugar, se dedicaba a generar pensamientos absurdos e irrelevantes en un intento desesperado por preservar su cordura. Prueba de ello fue el repentino antojo de la unicornio de querer comer waffles.
"Waffles ..." murmuró Trixie con una sonrisa, imaginando el sabor de la miel en sus labios mientras las sombras proyectadas por la luz esmeralda danzaban salvajemente a su alrededor.
En la barandilla, observando el fondo del castillo, Ocellus había sido alcanzada por el resto de sus compañeros, quienes de inmediato cayeron en el mismo estupor que ella.
Al ver sus expresiones angustiadas y casi comicas, a Trixie se le ocurrió de pronto contar un chiste sobre caracoles y tijeras para animarlos. Pero estando apunto de decirlo se detuvo. Necesitaría un estrado y un frasco de goma para que realmente causara risas.
"¿Y ahora ...?" preguntó Sandbar, con una voz que parecía perdida en el tenso ambiente.
"No sé", respondió Trixie sin pensar, con un tono ridículamente divertido. Se habia encogido de hombres y miraba sus cascos pensando en el barniz que habia usado en ellos. Pero al mirar de reojo y volver a ver los rostros oscurecidos y desolados de sus alumnos, un destello de lucidez brilló en sus pensamientos. Dandose cuenta de su desliz, en un movimiento rápido de auto-reprensión, se dio una bofetada a sí misma con su casco derecho, quitándose la estupidez que la había estado dominando.
"¡REACCIONA TRIXIE!" le gritaba su razon dentro de su mente.
Nuevamente concentrada, y con ligero moreton en una de sus mejillas, se dirigió a los Young-Six.
"¡No es momento de preguntar! ¡Corred!" gritó a todo pulmón.
Efectivamente era el momento de correr.
El ominoso "UUUUUUUUUUUUUUUUUUUUUUOOOOOOOOOO..." resonó a las espaldas de Trixie y los Young-Six mientras se lanzaban hacia las escaleras. Corrían en silencio, completamente conscientes del peligro inminente. Ninguno miró atrás ni a los lados, todos con la vista fija en el camino iluminado por el brillo del cuerno de Trixie, concentrados en la única ruta de escape. A medida que subían los peldaños, sus corazones latían con fuerza, y lo que normalmente sería un simple trayecto ahora se sentía como una interminable tortura en medio de la opresiva oscuridad. Apartaban rocas y escombros bajo sus cascos, avanzando sin tropezar, hasta que finalmente alcanzaron el nivel superior.
Allí, las llamas esmeralda los saludaron con un resplandor aún más intenso, como si el terror que habían dejado atrás los persiguiera con mayor determinación que su propia urgencia por escapar.
A la vista. En la otra esquina del atrio, la puerta verde del balcón se alzaba ante ellos, la única esperanza de huida. Tan cerca, tan visible... y aún así, tan lejos.