La grieta en el muro

Capítulo 8

La Sala Blanca

“El Bloque no es un edificio: es un espejo donde cada interno ve lo que más teme.”

El pasillo hacia la Sala Blanca era más silencioso que cualquier otro lugar del Programa. No había eco de pasos, ni zumbido de ventiladores, ni siquiera el murmullo lejano de máquinas. El aire parecía pesado, como si el mismo edificio contuviera la respiración.

Veyra caminaba en medio de dos instructores, sus botas resonando en el suelo metálico. No la habían detenido por un delito grave, al menos no oficialmente. Su “falta” había sido responder con insolencia en la formación de la mañana. Una excusa, lo sabía. El sistema nunca necesitaba más que una chispa para encender su maquinaria de control.

A lo lejos, las puertas de la Sala Blanca se alzaban como una cicatriz en el pasillo: dobles, gruesas, completamente lisas, sin marcas ni cerraduras visibles. Dos guardias armados se mantenían a cada lado, sus rostros ocultos tras visores negros.

Liora le había susurrado una vez: “Si cruzas esas puertas, ya no eres tú quien vuelve, si es que vuelves”.

La hicieron detenerse a pocos metros. Uno de los instructores introdujo un código en el panel invisible y la puerta se deslizó hacia arriba con un suspiro mecánico.

El interior brillaba con un blanco cegador. No había esquinas, no había sombras. Todo parecía diseñado para borrar la noción de tiempo y espacio. Veyra entrecerró los ojos, tratando de orientarse. En el centro, una silla metálica con correas esperaba como una trampa abierta.

La condujeron hasta allí. Ella resistió en silencio, no porque no sintiera miedo, sino porque se negaba a regalarles su temblor. Se sentó con los músculos tensos, la mirada fija en el techo.

De pronto, una voz resonó, no en la sala, sino dentro de su cabeza.
—Unidad 47. Has mostrado patrones de resistencia. Tu lealtad será evaluada.

El chip. Estaban manipulándolo directamente desde la consola de control. Sintió un cosquilleo eléctrico en la base del cuello, una corriente que le recorrió la columna.

Las paredes comenzaron a proyectar imágenes: el Colapso, las multitudes en caos, los incendios. Luego, familias sonrientes bajo el Consejo, niños jugando en avenidas limpias, adultos obedientes en trabajos ordenados. Todo acompañado por la misma voz metálica:

—El orden es vida. El caos es muerte.

La intensidad aumentaba. Veyra cerró los ojos, pero las imágenes no desaparecían; estaban siendo transmitidas directamente a su mente. Era como si su propio recuerdo fuera reescrito.

Pensó en Eidan. En su risa torpe, en las noches en que compartían trozos de pan escondidos, en el brillo de sus ojos cuando hablaba de escapar algún día. Pero la voz lo cubría con frases huecas, con imágenes que lo borraban poco a poco.

Veyra apretó los dientes.
—No. —La palabra escapó de sus labios como un gruñido.

El chip zumbó con más fuerza, enviando otra descarga suave. La silla registraba su pulso acelerado, su respiración irregular.

—Unidad 47. Resistir es inútil.

—Entonces seguiré resistiendo —escupió ella.

Un silencio extraño se extendió. Por primera vez, la voz no respondió de inmediato. Los guardias no se movieron. El sistema parecía calibrar qué hacer con una rebeldía tan evidente.

Finalmente, la sesión terminó con un corte brusco. Las imágenes se desvanecieron, el cosquilleo cesó, y la puerta volvió a abrirse.

Los instructores la obligaron a ponerse de pie. Estaba empapada en sudor, el corazón latiendo a un ritmo frenético. Pero sus ojos brillaban con una intensidad que no se podía apagar.

Mientras la conducían de regreso a los dormitorios, Veyra comprendió algo: la Sala Blanca no era solo un lugar de castigo. Era un laboratorio donde el Consejo buscaba borrar almas, convertirlas en reflejos obedientes.

Y aunque había sobrevivido a su primera visita, sabía que volverían a llevarla.

Lo que no sabía era que alguien más también había escuchado su nombre en los reportes de ese día.
Cassian Valeris.

Él estaba en la sala de observación, detrás del vidrio polarizado, viendo cómo la joven desafiaba incluso a las máquinas del Consejo. Y, contra todo lo que había aprendido, no pudo sentir orgullo por el orden. Solo admiración… y miedo.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.