La grieta en el muro

Capítulo 11

El Bloque
Cassian recorrió el pasillo principal del Bloque de Reajuste con el porte de un centinela. Sus botas resonaban en el suelo metálico, marcando un ritmo constante. Desde fuera, aquel edificio era solo un rectángulo gris incrustado en la periferia de la ciudad, sin ventanas, sin señales. Pero desde dentro, era un mundo en sí mismo: un espacio diseñado para moldear, corregir y quebrar.
Los internos caminaban en filas controladas, escoltados por instructores que no toleraban desvíos. Cada movimiento estaba vigilado por cámaras incrustadas en los muros. Los chips de los jóvenes transmitían datos constantes: frecuencia cardíaca, nivel de oxígeno, incluso las microexpresiones del rostro. Todo era registrado.
Cassian sabía que el Consejo describía el Bloque como “un puente hacia la estabilidad”. Era la versión oficial, la que había repetido cientos de veces en exámenes y entrenamientos. Sin embargo, cada día que pasaba dentro de esas paredes, la palabra que resonaba en su mente era otra: cárcel.
Pasó frente a los dormitorios. A través de la rendija de la puerta pudo ver las camas alineadas, idénticas, con sábanas estiradas al milímetro. No había objetos personales, no había rastros de individualidad. Los internos dormían, despertaban y respiraban bajo la misma sombra: la de ser vigilados incluso en sus sueños.
Más adelante, cruzó la sala de alimentación. Las bandejas metálicas golpeaban las mesas en sincronía. La comida era mínima, calculada con exactitud para nutrir lo suficiente, pero nunca para satisfacer. Cassian recordó las mesas perfectas de la élite, con platos variados y servidos en vajilla brillante. La comparación lo golpeó con un peso incómodo.
Subió al segundo nivel, donde estaban los salones de instrucción. Desde una ventana de observación, vio a un grupo de internos recitando el lema del Consejo. Sus voces eran apagadas, monótonas, como si el eco mismo estuviera cansado de escucharlas.
—La emoción es caos.
—El caos destruye.
—El orden preserva.
Las palabras flotaban en el aire como humo envenenado. Cassian las había repetido miles de veces, pero aquí sonaban distintas. No eran convicción, eran obediencia mecánica. Y en algunos ojos, como los de Veyra, se escondía algo más: desafío.
Se detuvo en la galería que conectaba con la Sala Blanca. No entró. Nunca entraba. Sabía demasiado bien lo que ocurría ahí dentro, aunque el Consejo lo llamara “reajuste avanzado”. Había visto las grabaciones: jóvenes atados, imágenes inyectadas en sus mentes, voces metálicas borrando recuerdos. La primera vez que presenció una sesión sintió náusea. Ahora había aprendido a controlar el gesto, a fingir indiferencia. Pero cada vez que escuchaba los gritos apagados detrás de las puertas, algo en su interior temblaba.
Para Cassian, el Bloque era un laboratorio cruel disfrazado de escuela. Aquí se decidía quién era “recuperable” y quién se convertía en un error descartado. Y él formaba parte de esa maquinaria, aunque no podía confesarlo ni a sí mismo.
Al pasar por el patio de entrenamiento, sus ojos encontraron a Veyra entre los internos. Estaba corriendo en la pista, su cabello oscuro pegado a la frente, la respiración agitada. A diferencia de los demás, no parecía correr para complacer, sino para resistir. Cada paso suyo era una declaración muda: no me quebrarán.
Cassian apartó la mirada de inmediato. No podía permitirse fijarse demasiado en ella, ni en nadie. Pero era imposible ignorar la diferencia. Donde los demás veían obediencia, él veía fisuras. Donde todos veían disciplina, él veía miedo.
Cuando terminó la ronda, Cassian se detuvo frente al mural que decoraba la entrada principal del Bloque: el símbolo del Consejo, una espiral azul rodeada por la frase grabada en relieve: “El orden es vida”.
Se obligó a leerlo en silencio, como hacía siempre. Pero por primera vez, el lema no le pareció una promesa. Le pareció una amenaza.
El Bloque de Reajuste estaba diseñado para transformar. Y, poco a poco, estaba transformándolo también a él.




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