El Consejo
En lo alto de la Ciudad Central, más allá de las torres blancas y los muros de vidrio reforzado, se erguía el Edificio del Consejo, un coloso de acero y cristal que parecía observar desde las alturas cada rincón del mundo. No tenía puertas visibles ni ventanas abiertas; quienes entraban lo hacían a través de pasajes subterráneos custodiados por soldados de élite. Allí, en su sala ovalada, se tomaban las decisiones que marcaban la vida de todos los ciudadanos.
La mesa del Consejo era un círculo perfecto, iluminado desde arriba por una luz blanca sin sombras. Doce asientos, cada uno ocupado por una figura de poder. Ninguno de ellos era elegido por el pueblo; todos habían nacido dentro de la élite y habían sido moldeados desde la infancia para ocupar ese lugar.
En el centro, un hombre de rostro severo presidía la reunión: Lucien Velaris, padre de Cassian. Su cabello plateado contrastaba con sus ojos grises, tan fríos que parecían hechos de piedra. Era uno de los estrategas más respetados del Consejo, responsable de la seguridad y de los programas de Reajuste. Su voz no se elevaba nunca, pero cada palabra era una orden grabada en hierro.
A su lado estaba su esposa, Serenya Velaris, madre de Cassian. A diferencia de Lucien, ella irradiaba calma y gracia. Sus movimientos eran medidos, sus sonrisas precisas, pero detrás de aquella serenidad había una mente afilada. Serenya era conocida como la “arquitecta social” del Consejo, encargada de mantener la obediencia a través de símbolos, rituales y propaganda. Donde Lucien imponía el miedo, Serenya cultivaba la devoción.
Frente a ellos, reclinado en su asiento con las manos entrelazadas, se encontraba el más enigmático de todos: Aurelius Drax. Su edad era un misterio; algunos decían que tenía más de setenta años, otros que el mismo sistema de chips lo mantenía joven. Su piel era pálida, sus ojos hundidos parecían observar más allá de lo visible. Fue él quien diseñó el Sistema de Control Neural, la red de chips implantados en cada ciudadano.
—El sistema funciona porque elimina la raíz del caos —explicaba con voz grave, pausada—. Emoción desbordada, libre albedrío, deseo irracional. El chip corrige, filtra, equilibra. Y lo hace mejor que cualquier guardia, mejor que cualquier ley.
Todos lo escuchaban en silencio, incluso Lucien. Aurelius no necesitaba levantar la voz ni imponer autoridad; su sola presencia bastaba. En los archivos oficiales era descrito como “Consejero Científico en Jefe”, pero muchos lo consideraban algo más: el verdadero arquitecto del orden moderno.
—Hay reportes de desviaciones en los Bloques de Reajuste —intervino Lucien Velaris, mirando los documentos proyectados frente a él—. Jóvenes que cuestionan el sistema. Palabras prohibidas, como “amor”.
Serenya inclinó la cabeza con una sonrisa leve.
—Los Bloques están diseñados para eso, Lucien. El Reajuste prueba la resistencia. Quien rompe las reglas allí nunca será una amenaza afuera. El pueblo necesita creer que todo está bajo control. Y lo está.
Aurelius cerró los ojos un instante, como si estuviera recordando algo.
—El amor… —repitió con un murmullo casi inaudible—. Una ilusión biológica, una trampa de los viejos tiempos. El chip debía borrarlo, y lo hace en la mayoría. Pero siempre hay excepciones. Espíritus que se aferran a lo imposible.
Lucien frunció el ceño.
—¿Debemos eliminarlos?
Aurelius abrió los ojos lentamente.
—No siempre. A veces es útil observar. El desvío nos enseña dónde mejorar el diseño.
En la sala nadie cuestionó esa decisión. Todos sabían que Aurelius Drax veía a los ciudadanos como piezas de un tablero experimental. Cada implante, cada muerte, cada Reajuste era parte de una ecuación que solo él comprendía.
Serenya, con voz suave, agregó:
—Nuestros hijos viven en el orden que construimos. Ellos heredarán este sistema y lo perfeccionarán.
Cassian fue mencionado sin ser nombrado, una sombra en el pensamiento de ambos. Su rol estaba marcado: ser el heredero disciplinado de los Velaris, un futuro miembro del Consejo. No había lugar para desvíos en su destino.
La reunión concluyó con una única decisión: intensificar la supervisión en los Bloques de Reajuste. Los rumores de resistencia eran semillas que no podían germinar.
Cuando las luces de la sala se atenuaron, Aurelius permaneció en su asiento, inmóvil, como si el tiempo no lo tocara. Sus labios se curvaron en algo que no era exactamente una sonrisa.
El Consejo creía que controlaba el sistema. Pero en silencio, Aurelius Drax sabía la verdad: el sistema lo controlaba todo. Incluso a ellos.