rietas en la vigilancia
Cassian había aprendido desde pequeño a leer entre líneas. No se trataba solo de escuchar lo que la gente decía, sino de observar lo que no decía: los gestos, las miradas, los silencios incómodos. Ese talento, forjado en los salones fríos de la élite y pulido por años de disciplina, lo hacía un supervisor eficiente dentro del Bloque de Reajuste.
Y últimamente, había notado un patrón.
Los internos solían moverse como piezas de un engranaje uniforme. Sus pasos eran medidos, sus voces, bajas, sus expresiones, vacías. Pero había dos excepciones: Veyra y el nuevo, Kaelen.
Cassian los había visto en el comedor, sentados demasiado cerca para ser casualidad. Había observado el leve movimiento de las manos, un trozo de tela que pasaba de uno a otro en la penumbra. Había registrado la chispa en los ojos de Veyra, esa misma chispa que él había intentado apagar en más de una ocasión con advertencias que ella siempre devolvía en forma de desafío.
Esa chispa no había desaparecido. Al contrario, ahora brillaba más fuerte, alimentada por la presencia de Kaelen.
Cassian no estaba seguro de qué era lo que sentía cuando los veía juntos. Parte de él quería reportarlos de inmediato, sellar el riesgo antes de que se convirtiera en amenaza. Otra parte, más silenciosa pero igual de poderosa, se revolvía con una incomodidad desconocida.
En el patio de entrenamiento, mientras los internos corrían en círculos, Cassian los siguió con la mirada. Veyra mantenía el ritmo con obstinación, y Kaelen corría a su lado, intercambiando frases que los drones no alcanzaban a registrar. A ojos de cualquiera, era un simple intercambio de resistencia física. Pero Cassian lo sabía mejor: era complicidad.
Cuando el silbato metálico señaló el final del ejercicio, Cassian se acercó, tablilla en mano.
—Unidad V-47. Unidad K-728. —Sus voces se alzaron apenas, un saludo automático—. Un paso al frente.
Ambos lo hicieron, aunque Veyra con esa media sonrisa que lo exasperaba.
—Sus tiempos no cumplen con los parámetros. Mañana repetirán la sesión antes del amanecer.
—Perfecto —replicó Veyra, con un tono demasiado rápido para ser obediente.
Cassian la sostuvo la mirada un instante de más. Era un duelo silencioso, como tantos otros que habían librado. Pero esta vez Kaelen estaba allí, de pie a su lado, con el mentón alzado y una chispa en los ojos que le decía que no tenía miedo.
—¿Algún problema, supervisor? —preguntó Kaelen, la voz firme pero cortés.
Cassian entrecerró los ojos. Nadie en el Bloque hablaba con ese matiz. Nadie salvo Veyra.
—Más vale que entiendan lo que significa disciplina —dijo finalmente, dejando que su voz cayera como un peso sobre ellos. Luego giró sobre sus talones y se alejó.
Pero incluso al retirarse, no pudo evitar mirar de reojo. Los vio compartir una sonrisa, apenas perceptible. Una sonrisa que no debía existir en ese lugar.
Esa noche, mientras revisaba los informes del día en su cabina privada, Cassian no podía dejar de pensar en esa imagen. La sonrisa. El gesto compartido. La complicidad.
No era solo un problema de disciplina. No era solo un riesgo para la seguridad del Bloque. Era algo que lo atravesaba a él mismo, como una espina bajo la piel.
¿Por qué le importaba tanto? ¿Por qué no podía simplemente marcar sus nombres en el registro y dejarlos en manos del Consejo?
Se llevó una mano al rostro, respirando hondo.
Porque no es solo vigilancia. Porque ella…
Cassian detuvo el pensamiento antes de completarlo. No podía darse el lujo de pensar en Veyra de esa manera. Era un error. Un error prohibido.
Y sin embargo, en lo profundo de su mente, supo que había empezado a perder el control.