El comienzo de la grieta
Las noches en el Bloque estaban hechas de helados vientos . Los drones pasaban flotando entre los pasillos, vigilando cada movimiento, y las cámaras de los dormitorios emitían un resplandor rojo constante. Era casi imposible escapar a los ojos del Consejo.
Casi.
Veyra había aprendido a moverse en las sombras. Desde que Kaelen apareció, esa rabia suya —que antes era un grito solitario— había encontrado eco. Y cuando encontró el coraje en sus palabras escritas en aquel trozo de tela, comprendió que el momento había llegado.
Aquella noche, después del último apagón, Veyra esperó hasta que la respiración uniforme de los demás internos llenó el dormitorio. Con un gesto breve, se levantó y tocó suavemente el borde de la litera de Liora.
La muchacha se removió y abrió los ojos, asustada al principio, hasta que reconoció la silueta de Veyra.
—¿Qué haces? —susurró.
—Ven conmigo.
Minutos después, se unió Kaelen, que había logrado manipular uno de los sensores de su puerta con una astucia sorprendente. Se encontraron en un rincón oscuro del pasillo, donde una cámara rota había quedado sin reparar desde hacía semanas. Un punto ciego.
—¿Qué se supone que estamos haciendo aquí? —preguntó Liora, nerviosa, abrazándose los brazos.
Kaelen respondió antes que Veyra.
—Lo que nadie más se atreve a hacer: demostrar que aún no somos engranajes.
Veyra asintió. Sacó de su bolsillo un pequeño trozo de metal que había logrado arrancar de una bandeja vieja del comedor. Lo sostuvo como si fuera un arma.
—Tenemos que empezar con algo pequeño. Algo que no despierte sospechas inmediatas, pero que les recuerde que no controlan todo.
Liora frunció el ceño.
—¿Y qué? ¿Vas a apuñalar a un guardia con eso?
Veyra negó con la cabeza.
—No. Aún no. Pero podemos tocar lo que más temen: los símbolos.
Kaelen sonrió, entendiendo de inmediato.
—El Consejo vive de símbolos. Los emblemas, las frases en las paredes, los himnos. Si rompemos uno, rompemos la ilusión.
Durante un largo rato, los tres susurraron planes apresurados. Finalmente, decidieron: esa misma semana, durante el bloque de instrucción, alterarían la sala de proyecciones. Kaelen conocía el sistema lo suficiente para manipular un cableado. Liora, con su caligrafía precisa, podía escribir una frase. Veyra se encargaría de encubrir el movimiento.
No era un ataque. No era una rebelión abierta. Pero era un primer paso: una grieta en el muro.
La frase que Liora debía escribir surgió de los labios de Veyra sin dudar:
"El Consejo no es eterno."
Kaelen repitió esas palabras con una chispa en los ojos.
—Eso los va a volver locos.
Liora tragó saliva, pero asintió.
—Si nos atrapan…
—No lo harán —la interrumpió Veyra con dureza—. No podemos seguir esperando.
El plan se selló allí, en ese rincón oscuro donde el miedo se mezclaba con la esperanza.
Esa noche, cuando regresaron a sus literas, Veyra permaneció despierta mucho tiempo, escuchando el zumbido lejano de los drones. Por primera vez en años, no se sintió sola.
Había un “nosotros”.
Y en ese “nosotros” se escondía algo más poderoso que cualquier chip: la posibilidad de resistir.