La grieta en el muro

Capítulo 20

La denuncia

El despacho de supervisión estaba iluminado únicamente por la fría pantalla de control. Cassian repasaba los reportes del día con la precisión habitual: tiempos de entrenamiento, registros de sueño, indicadores de conducta. Todo en orden. Todo en control.

Hasta que escuchó el golpe seco de unos nudillos en la puerta.

—Adelante —dijo, sin apartar la vista de la pantalla.

La puerta se abrió con un chirrido metálico y apareció Daren. Sus movimientos eran rígidos, como si el miedo lo empujara hacia delante más que la valentía.

—Supervisor Cassian —saludó, bajando la cabeza con excesiva reverencia.

Cassian lo observó de reojo. Conocía a Daren: siempre demasiado dispuesto a obedecer, siempre demasiado rápido para delatar. Era el tipo de interno que sobrevivía no por fuerza, sino por servilismo.

—Habla.

Daren respiró hondo y sacó un dispositivo pequeño de su bolsillo. No era más que un transmisor de voz, permitido para reportes urgentes. Lo colocó sobre la mesa.
—He visto algo. Algo que el Consejo debe saber.

Cassian arqueó una ceja.
—¿Qué cosa?

El interno tragó saliva.
—Tres unidades. Veyra, Liora y Kaelen. Manipularon la sala de proyecciones. Vi cómo alteraban el sistema. Vi cómo escribían una frase contra el Consejo.

El silencio que siguió fue pesado. Cassian sintió que algo en su interior se tensaba, como una cuerda a punto de romperse.

—¿Estás seguro de lo que dices? —preguntó, con voz controlada.

—Lo vi con mis propios ojos —insistió Daren, enderezándose un poco—. Unidad V-47 fue la que dio la orden. Ellos obedecieron.

Cassian bajó la vista hacia el dispositivo. Podría grabar ese testimonio y enviarlo al Consejo en cuestión de minutos. La evidencia bastaría para que los tres fueran aislados, quizá incluso eliminados.

Pero en su mente, una imagen persistía: la chispa en los ojos de Veyra, esa fuerza indomable que no había visto en nadie más. Y la sonrisa compartida con Kaelen, que le había provocado una punzada de celos que no lograba nombrar.

El Consejo no es eterno.

Cassian cerró los ojos un instante. La frase había aparecido en la proyección, breve pero clara. Él también la había visto.

—¿Por qué me dices esto a mí y no directamente al Consejo? —preguntó finalmente.

Daren parpadeó, sorprendido por la pregunta.
—Porque… usted es su representante aquí. Y pensé… que le gustaría recibir el crédito de reportarlo.

Una sonrisa seca, casi desagradable, se dibujó en sus labios. Cassian lo miró con frialdad. Ese no era un acto de lealtad; era un intento de ascenso personal.

El silencio volvió a llenar la sala. Finalmente, Cassian apagó la pantalla de control y se levantó. Su figura se alzó imponente sobre Daren.

—Vuelve a tu dormitorio.

Daren lo miró, confundido.
—¿Y… y la denuncia?

Cassian tomó el transmisor, lo sostuvo un instante y luego lo guardó en un cajón.
—Yo me encargaré.

El interno vaciló, como si quisiera asegurarse de que recibiría el crédito que esperaba. Pero la mirada helada de Cassian lo obligó a retroceder. Bajó la cabeza y salió apresuradamente, dejando la puerta abierta tras de sí.

Cassian se quedó solo en el despacho, de pie frente a la pantalla apagada. Su reflejo lo observaba desde el vidrio negro.

Podía denunciar. Podía cumplir con su deber, como siempre lo había hecho. Pero algo en su interior se resistía. Denunciar a Veyra sería silenciar esa chispa que lo había hecho dudar por primera vez en su vida.

Y Cassian descubrió, con un estremecimiento que no quiso admitir en voz alta, que esa duda lo estaba cambiando.




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