La guardaespaldas del Mafioso

Capítulo 1 - Un hombre en mi camino

Clara, ya es tarde, vamos a casa por favor- protestó Micaela, la mejor amiga de Clara.

La joven apoyó con frustración su frente en el pupitre, esperando a que su amiga se dignara a guardar los libros y salir de allí juntas.

-Ya casi termino…- exclamó concentrada la castaña natural de largos rizos pronunciados y mirada color miel que estaba fija en su trabajo práctico de la materia de primeros auxilios de la carrera de medicina.

Micaela puso los ojos en blanco y se puso a jugar con su teléfono, sabiendo que el “Ya casi termino” de su vieja amiga era una completa mentira.

Todos en la carrera de medicina sabían que Clara era una traga libros, la más nerd de todos, la primera en su clase.

Entregaba los trabajos al día y no faltaba a ninguna clase, por más exhausta que estuviera.

Micaela miró a su amiga de reojo con admiración.

La joven sabía que, si su amiga se esforzaba mucho por tener la mejor calificación de la cursada, era porque realmente lo necesitaba.

No había que ser muy astuto para que alguien se diera cuenta de que Clara Herrera era una joven humilde, de bajos recursos.

La castaña llevaba la misma sudadera vieja color gris que alguna vez había sido color negro. Ella misma se la había regalado para su cumpleaños número 24, y Clara ahora tenía 28 años.

Sabía que a su vieja amiga le gustaban las cosas holgadas, que no marcaran su cuerpo despampanante que Micaela sabía que escondía debajo de esa remera de tres talles más y sus viejos pantalones deportivos que le había robado a su tío.

-¡Listo!- exclamó la castaña, cerrando el libro y metiéndolo en su mochila mil veces cocida ya que no podía darse el gusto de adquirir una nueva. Ella misma diría que era un gasto innecesario.

-¡Al fin!- Chilló Micaela, tirándose atrás en la silla agotada.

Clara rió por los gestos de su amiga y ambas salieron del salón que ya estaba vacío hace rato.

Era tarde, casi llegando a la medianoche mientras ambas jóvenes caminaban por una calle desolada de la zona más precaria de la ciudad.

Ambas se frenaron en una esquina iluminada.

-¿Estás segura de que no quieres que te acompañe?- preguntó la amiga preocupada. A partir de esa calle todo se volvía más peligroso.

De día era otra cosa, lleno de comercios y gente yendo y viniendo, pero apenas bajaba el sol y los comercios cerraban sus puertas, el lugar quedaba desolado, lleno de malvivientes y consumidores de alcohol y drogas.

A Micaela no le gustaba que su amiga viviera allí, había insistido en que viviera con ella. Pero Clara se negaba y su amiga sabía bien por qué.

-No te preocupes- exclamó la castaña, quien se sentía mal cada vez que su amiga se sacrificaba por su bienestar.- Ya es suficiente que te alejes tanto para acompañarme hasta aquí.

Micaela la abrazó como despedida.

-Cualquier cosa me llamas ¿Me oíste? Y si el idiota de tu tío no está en casa avísame. ¿Está claro?

-Mica… ya no soy una niña- protestó la castaña, sonriendo de lado.

Micaela hizo un puchero y se volvió por donde habían venido.

Clara la saludó con el brazo en alto hasta que su amiga desapareció de su vista.

Una vez sola, la castaña suspiró pesadamente, dejando que el cansancio le ganara.

“No sé cuánto más voy a soportar esto” Pensó caminando calle adentro.

Hacer malabares entre el estudio, las prácticas, el comercio familiar y además pagar las cuentas y cuidar que su tío no se metiera en problemas era casi imposible.

Clara caminó por la calle que era cuesta arriba con sus últimas fuerzas, sintiendo que sus delgadas piernas, pero tonificadas, ardían por el esfuerzo.

La joven siempre había sido atlética, pero con lo poco que había comido en todo el día y con tantas horas fuera de casa, no había cuerpo que aguantara tanto esfuerzo.

La joven castaña estaba tan perdida en sus pensamientos, preocupada por el trabajo que seguramente tendría que hacer hasta altas horas de la noche, que no se dio cuenta que no estaba sola cuando entró al pequeño comercio de su familia.

Apenas la campanita de la puerta sonó en el silencio del local, un gemido agonizante llenó el ambiente.

La castaña levantó sus ojos miel hacia la oscuridad del mostrador del local de comida al paso y retrocedió alerta.

-¿Qué carajos?- exclamó a la penumbra que tenía delante.

De repente, se hizo la luz, descubriendo que, un hombre corpulento y lleno de cicatrices, había encendido la luz del comercio.

Clara retrocedió aún más, chocándose contra la ´puerta.

-Mhhh.. Mh….- el sonido agónico se escuchó nuevamente y los ojos ahora alarmados de Clara se movieron y encontraron a su tío Ricardo en el suelo, amordazado, atado de pies y manos y con varios hematomas en su rostro. Detrás de él, Un hombre delgado, pero con una mirada peligrosa, que le sonreía de forma burlona.

Clara no tuvo que preguntar quiénes eran esos dos hombres, los conocía a la perfección, eras los matones que el jefe de toda la ciudad mandaba para cobrar su maldito impuesto solo por tener un local en su zona.

-¡Habíamos quedado en que el lunes les daría el dinero! ¿¡Que hicieron con mi tío!?- protestó llena de furia, sin tenerle miedo a esos dos idiotas que entre ambos no hacían un cerebro.

El más grande se rió, con esa risa estúpida característica de él, pero dejó hablar a su compañero, quien era más “Inteligente”-

-Ay Clarita, Clarita…. ¿Por qué sigues defendiendo a esta rata inservible?- exclamó el matón, sacudiendo al hombre atado- Tú eres más que esto primor… sabes que la oferta de unirte a nosotros sigue en pie- exclamó guiñándole el ojo provocativamente.

Clara sintió nauseas porque ese hombre desagradable se atreviera a coquetear con ella.

-Ya váyanse, ya lo golpearon suficiente, el lunes van a tener su dinero. El fin de semana voy a terminar de juntarlo, saben muy bien que los días de semana es más difícil conseguirlo-




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