La guardaespaldas del Mafioso

Capítulo 26 - Sé lo que hiciste

Un frío helado recorrió el cuerpo desnudo y cubierto de marcas de amor de la joven. Las sábanas se habían caído en alguna parte del suelo del cuarto de su jefe y ahora estaba vulnerable a la baja temperatura que de repente la había golpeado.

Aun con los ojos cerrados se acurrucó aún más en el colchón y tanteó el otro lado de la cama, exigiendo aún en silencio que el cuerpo de su amante la envolviera entre sus brazos y le compartiera su calor.

Pero cuando su mano tanteó la zona, estaba vacía y no solo eso, sino que también estaba fría, como si hace rato que nadie hubiera estado ocupando ese lado de la cama.

Aún un poco dormida y confundida por el sueño, abrió un solo ojos observando el lugar del colchón blanco y sin arrugas. Una profunda angustia la invadió cuando abrió ambos ojos y se sentó en la cama buscando indicios de Ivan por algún lado de la habitación.

No estaba allí y desde su lugar podía ver la puerta abierta del baño que indicaba que tampoco estaba allí.

Suspiró pesadamente y abrazó sus piernas contra su pecho desnudo.

“Realmente soy una ilusa, era obvio que esto pasaría” Pensó a sus adentros al darse cuenta que todo el amor físico y verbal que Ivan le había dado a noche, cuando se había mostrado vulnerable junto a ella y extasiado por el amor, se había esfumado junto con la luna.

Se abrazó con más fuerza y hundió su rostro en sus rodillas liberando un quejido de dolor que sintió que era su corazón rompiéndose en mil pedazos por la traición amorosa.

“Así que así se siente tener el corazón roto” Pensó sintiendo que jamás podría sanar esa herida abierta que le había causado creer que Ivan la querría más allá del amanecer.

De repente el sonido del pomo de la puerta girándose lentamente la sacó de sus masoquistas pensamientos, una pizca de esperanza la invadió, pensando que quizás era su amante quien estaba por regresar a sus brazos y pedirle perdón por haberse ido sin avisar.

Rápidamente tomó la sábana del suelo y se envolvió con ella. Si, Ivan le había visto hasta el pequeño lunar que tenía en la parte interna de sus muslos, pero aún así el pudor volvió a su cuerpo y a sus mejillas.

Pero cuando vio que la puerta se abría de par en par mostrando a alguien muy alejado a la figura esbelta y maravillosa de su jefe, chilló y se cubrió aún más con las sábanas por la vergüenza.

-Buen día señorita- la voz dulce de esa mujer mayor que había visto el primer día que llegó a esa casa la desconcertó y se sintió decepcionada.

-Buenos días- respondió solo por amabilidad, pero sin muchos ánimos.

La mujer sonrió con cariño y caminó lentamente hacía la mesa de luz al lado de la joven donde colocó una bandeja de plata con un desayuno apetitoso y unas flores amarillas que llenaron la habitación con su aroma dulzón.

-Será mejor que desayune antes de comenzar su día señorita- exclamó la mujer con un tono maternal que le hubiese calentado el corazón si tuviera uno.

De mala gana, Clara giró su rostro hacia la mesa, encontrándo no solo con la comida y las bellas flores, sino con el sobre color rojo que posaba contra el florero de vidrio y parecía brillar por sí solo.

-¿Qué es todo esto?- preguntó con más curiosidad que antes sin dejar de observar el papel color carmesí.

-El señor White me pidió que me asegurara que desayunara antes de comenzar su día señorita- exclamó mientras abría las cortinas de par en par y dejaba entrar el nuevo día a la habitación.

Clara no se inmutó cuando los rayos de sol golpearon su rostro con fuerza, no podía alejar la mirada de ese misterioso sobre.

-¿En verdad él se lo pidió?- preguntó con un nudo en la garganta y la ilusión grabada en sus ojos que temblaron de la emoción.

La mujer sonrió comprensiva y caminó hacia la puerta.

-Claro señorita, él mismo vino a la cocina y me dijo que le prepare un desayuno abundante y me dejó esa carta para usted- La mujer tomó el pomo de la puerta y observó una última vez a la joven antes de irse- La dejaré sola, pero por favor primero coma antes de leerlo-

Apenas la mujer salió del cuarto, Clara no hizo caso a su orden y se abalanzó hacia el sobre tomándolo entre sus manos. Olía a su jefe, a su perfume de pino mezclado con el café que tomaba todas sus mañanas. Hundió su pequeña nariz contra el papel y respiró sintiendo que su corazón latía con fuerza otra vez volviendo a la vida.

Sin poder esperarlo más, abrió el sobre y sacó un papel blanco doblado por la mitad que abrió y se encontró con una escritura a manos de su amante:

“Tuve que irme temprano por un asunto importante de la familia, pero no quería que creyeras que no fue especial para mí lo que sucedió anoche. Cómete todo el desayuno. Es una orden. Tuyo, Ivan”

Clara no pudo evitar reír, chillar, tirarse hacia atrás en la cama abrazando el sobre y pataleando de la felicidad como una niña chiquita.

No solo se había derretido por la carta, podía imaginar el ceño fruncido de su jefe mientras escribía en el papel, avergonzado de mostrar sus sentimientos y aun así manteniendo de alguna forma la compostura. Pero ese último “Tuyo, Ivan” había sido todo lo que necesitaba para volver a creer que el amor existía.

Y si ese hombre no podía ser más perfecto, estaba su hermosa letra, tan perfecta, apretada y gruesa con la tinta negra y a la vez tan elegante y sensual que la derritió.

Volvió a guardar el papel con cuidado dentro del sobre y lo dejó a un costado mientras obedecía y desayunaba todo lo que estaba en la bandeja.

Esa carta sería su primer recuerdo de una larga lista de momentos románticos que se irían sumando a su caja personal de recuerdos. Quizás estaba exagerando otra vez, adelantándose mucho y actuando como una niña enamorada. Pero no podía evitarlo, ese hombre la volvía loca y aún tenía fresco en su mente y en su cuerpo cómo le había hecho el amor salvajemente y a la vez con tanto amor que creía que moriría si todo fue solo un sueño.




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