La Guardiana De Acero

Sombras Del Pasado

La semana que siguió al evento fue intensa. Valeria asumió su nuevo rol como estratega de seguridad con la misma eficiencia y rigor que aplicaba a todo en su vida. Su presencia en la empresa era inconfundible: una figura imponente que inspiraba respeto y, en algunos casos, miedo. Sin embargo, bajo esa fachada de acero, algo en ella comenzaba a cambiar. Isaac, con su actitud relajada y su capacidad para leer a las personas, parecía estar cada vez más interesado en descubrir qué había detrás de su perfección inquebrantable.

Una noche, mientras la mayoría del personal ya se había retirado, Isaac decidió quedarse en la oficina para revisar algunos informes. Valeria, fiel a su deber, permanecía cerca, revisando los sistemas de seguridad desde su estación. El silencio era cómodo, interrumpido solo por el sonido de las teclas y el ocasional crujido de la silla de Isaac.

—Valeria —dijo Isaac de repente, rompiendo la calma.

Ella levantó la vista de su pantalla, arqueando una ceja.

—¿Qué ocurre?

Isaac dejó el informe que tenía en las manos y se inclinó hacia adelante, apoyando los codos en el escritorio.

—Llevo días observándote, y no puedo evitar notar algo.

—¿Algo como qué? —preguntó Valeria, cruzándose de brazos.

—Eres increíblemente buena en lo que haces, pero hay momentos en los que parece que llevas una carga más pesada de lo necesario. Como si no solo estuvieras aquí por el desafío profesional.

Valeria mantuvo su expresión neutra, pero Isaac podía ver cómo sus ojos azules se endurecían, como si estuviera construyendo una barrera.

—No sabía que ahora eras psicólogo —respondió con un tono seco, intentando desviar la conversación.

Isaac sonrió levemente, pero no retrocedió.

—No lo soy, pero tengo buen ojo para las personas. Y contigo, siento que hay algo más. Algo que intentas dejar atrás.

Valeria guardó silencio por un momento, sus dedos tamborileando sobre el escritorio. Finalmente, suspiró, como si aceptara que no tenía sentido seguir esquivando el tema.

—Mi pasado no es asunto tuyo, Isaac —dijo con firmeza, aunque su tono carecía del filo habitual.

—Tienes razón, no lo es —admitió él—. Pero si vamos a trabajar juntos, quiero que sepas que puedes confiar en mí. No te juzgaré.

Valeria lo miró fijamente, como si evaluara si sus palabras eran sinceras. Había aprendido a desconfiar de las personas, a no esperar nada de nadie. Pero algo en la mirada de Isaac era diferente: no había lástima, solo un interés genuino.

Finalmente, se recostó en su silla y habló, su voz más baja de lo habitual.

—Hace algunos años, trabajé en un equipo de operaciones tácticas privadas. Éramos buenos, los mejores, o al menos eso creíamos. Pero todo se vino abajo cuando alguien del equipo nos traicionó. Fue un desastre. Algunos murieron, otros terminaron gravemente heridos. Yo... sobreviví, pero no fue fácil.

Isaac escuchaba en silencio, sin interrumpirla, dejando que las palabras fluyeran a su propio ritmo.

—Después de eso, me prometí a mí misma que nunca más confiaría en nadie. Mi orgullo no me lo permitía. Pensé que si me volvía lo suficientemente fuerte, lo suficientemente buena, nunca tendría que depender de nadie. Pero a veces me pregunto si eso es realmente posible.

Isaac asimiló sus palabras, entendiendo que detrás de su seguridad y orgullo había cicatrices profundas. Se levantó de su silla y caminó hacia ella, deteniéndose a pocos pasos de distancia.

—Valeria, nadie puede cargar con todo solo. Incluso las personas más fuertes necesitan apoyo de vez en cuando. Y no hay nada de malo en eso.

—No necesito apoyo, Isaac —respondió ella rápidamente, aunque su tono carecía de la convicción habitual.

—Tal vez no lo necesites, pero eso no significa que no lo merezcas —dijo él, repitiendo algo que ya le había dicho antes.

Valeria lo miró, sorprendida por la intensidad de sus palabras. Durante un momento, el aire entre ellos se llenó de una tensión que no era incómoda, sino cargada de algo más profundo. Finalmente, ella apartó la mirada, pero no antes de que Isaac notara una chispa de vulnerabilidad en sus ojos.

—Gracias —murmuró ella, casi en un susurro.

—No tienes que agradecerme nada —respondió Isaac, sonriendo suavemente—. Solo quiero que sepas que no estás sola en esto.

Los días siguientes transcurrieron con una extraña normalidad, pero algo había cambiado entre ellos. Isaac comenzó a buscar más momentos para interactuar con Valeria, no solo en el ámbito profesional, sino también en pequeños detalles que parecían insignificantes, pero que no pasaron desapercibidos para ella. Comentarios casuales, gestos considerados, incluso bromas que lograban arrancarle una sonrisa.

Por su parte, Valeria no podía evitar sentirse desarmada por su actitud. Había esperado que Isaac fuera como todos los demás: un hombre poderoso que buscaba demostrar su superioridad. Pero en lugar de eso, había encontrado a alguien que la trataba como una igual, alguien que no intentaba derribar sus muros, sino que simplemente estaba ahí, dispuesto a apoyarla.

Una tarde, mientras ambos revisaban un informe de seguridad, Isaac lanzó una de sus habituales bromas coquetas.

—¿Sabes? Creo que lo único que me intimida más que tu habilidad para pelear es tu capacidad para ignorar mis encantos.

Valeria lo miró con una mezcla de exasperación y diversión.

—Tal vez porque no son tan encantadores como crees.

Isaac dejó escapar una risa, levantando las manos en señal de rendición.

—Touche. Pero algún día, Valeria, lograré que admitas que tengo algo de encanto.

—Sigue soñando, Vannucci —respondió ella, aunque no pudo evitar que una pequeña sonrisa curvara sus labios.

Isaac la observó por un momento, su expresión cambiando de divertida a seria.

—No estoy soñando, Valeria. Lo digo en serio.

La intensidad en su voz hizo que ella lo mirara fijamente, sintiendo que había algo más en sus palabras. Pero antes de que pudiera responder, Isaac cambió de tema, volviendo al informe como si nada hubiera pasado.




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