La guardiana de las almas perdidas

1 * Un viaje inesperado.

Aburrida... creo que si buscara esa palabra en la enciclopedia, saldría una foto mía.

El sonido de la cafetera fue lo primero que escuché aquella mañana. Un goteo constante y rítmico que, junto con el murmullo lejano de la ciudad despertándose, formaba la banda sonora de mis días. Me estiré en la silla de la cocina y observé el amanecer desde la ventana. El cielo se iba tiñendo de tonos anaranjados y rosados, reflejándose en las aguas tranquilas del Mediterráneo. Hermoso, pero monótono. Como mi vida.

Di un sorbo al café y revisé mi agenda del día. Otra jornada en el laboratorio de la farmacéutica donde trabajaba. Análisis de muestras, reuniones, reportes interminables. Nada que me entusiasmara. Siempre había sentido que faltaba algo en mi vida, pero nunca sabía exactamente qué.

Suspiré y me levanté para preparar mi típico desayuno: tostadas con tomate y jamón. Simple, pero efectivo. Igual que yo, supongo. Justo cuando me senté a comer, el móvil vibró sobre la mesa. Miré la pantalla y vi el nombre de Hugo, mi novio. Sonreí, aunque la sonrisa no alcanzó mis ojos.

—Buenos días —contesté, apoyando la tostada en el plato.

—Buenos días, preciosa. ¿Dormiste bien?

—Lo de siempre —respondí con un encogimiento de hombros, aunque él no pudiera verme. ¿Cómo está tu mañana?

—Reunión con los inversores en una hora. Me vendría bien un café doble.

—Te lo llevaría, pero también tengo que ir a trabajar.

—Lo sé, sé que eres una mujer ocupada. —Su tono era cariñoso, pero había algo en él que me sonó mecánico. Como si fuera una conversación repetida una y otra vez.

Hugo era el novio perfecto. Atento, educado, trabajador. Un hombre que cualquier mujer consideraría una bendición. Pero a veces sentía que algo nos faltaba. O que yo era la que faltaba en nuestra relación.

—Nos vemos luego —dije antes de colgar.

El día transcurrió como esperaba: monótono. Llegué al laboratorio, pasé horas entre matraces y documentos, almorcé con mis compañeros y continué trabajando hasta que el reloj marcó el final de la jornada. La rutina de siempre.

Pero algo cambió cuando salí del edificio.

Un sobre esperaba sobre el asiento de mi moto. No había nadie cerca, y eso me puso nerviosa. Miré alrededor, pero las calles estaban llenas de gente regresando a casa, demasiado ocupados con sus propias vidas como para notar un detalle tan insignificante como una carta.

Con el corazón latiendo un poco más rápido de lo normal, recogí el sobre y lo abrí. Dentro, había una hoja de papel envejecido con una sola frase escrita a mano en una caligrafía elegante:

Señorita Sinclair,

Es de suma importancia que nos pongamos en contacto. Este asunto le concierne directamente y no puede ser ignorado. Por favor, llámeme lo antes posible.

Atentamente,

Alasdair Fergusson, abogado.

Junto a la carta, una tarjeta de presentación acompañaba el mensaje. En ella, el nombre del abogado aparecía en relieve dorado junto con un número de teléfono y una dirección en Edimburgo.

Fruncí el ceño. No conocía a ningún Alasdair Fergusson. ¿Por qué un abogado escocés querría hablar conmigo? ¿Y qué significaba "este asunto le concierne directamente"?

Un escalofrío recorrió mi espalda. Algo me decía que mi monótona vida estaba a punto de cambiar para siempre.

Miré la tarjeta por detrás: Herencias y patrimonios.

¿Herencias? Fruncí el ceño. No tenía familia, al menos no que yo supiera. Crecí en un orfanato y jamás hubo rastro de parientes interesados en mí. ¿Qué asunto podría tener un abogado escocés conmigo?

Ya en casa, apreté la tarjeta entre los dedos y volví a leer la nota. Mi primer instinto fue ignorarla, pero algo dentro de mí me empujaba a llamar. Solo para salir de dudas. Solo para confirmar que se trataba de un error.

Me senté en el sofá de mi pequeño apartamento, jugueteando con la tarjeta mientras mi mente corría en círculos. ¿Y si era una estafa? ¿Y si alguien jugaba conmigo? Pero por otro lado… ¿Y si era algo real? Al final, la curiosidad venció.

Marqué el número con manos ligeramente temblorosas. Al tercer tono, una voz masculina y profunda respondió.

— Alasdair Fergusson, ¿con quién hablo?

Tragué saliva antes de contestar. Menos mal que mi inglés era fluido.

—Eilidh Sinclair. Recibí una nota suya y una tarjeta de presentación. Me gustaría saber de qué se trata.

Hubo un breve silencio al otro lado de la línea. Luego, un suspiro de alivio.

—Señorita Sinclair… qué placer por fin poder hablar con usted. Hemos estado intentando localizarla desde hace mucho tiempo.

Fruncí el ceño.

—¿Para qué? No creo que tenga ningún asunto legal pendiente.

—En realidad, sí lo tiene. —Su tono era formal, pero había un deje de emoción en él—. Se trata de una herencia, señorita Sinclair. Una propiedad en Edimburgo que le pertenece por derecho. Necesita viajar para firmar los documentos de aceptación.




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