La guardiana de las almas perdidas

2 * Herencia

No sabía qué esperar cuando entré en aquel despacho elegante y atemporal, pero la noticia que acababa de recibir superaba cualquier posibilidad que hubiera imaginado. Aquel hombre, Alasdair Fergusson, me miraba con paciencia y una leve sonrisa mientras yo intentaba procesar sus palabras.

—Tres mansiones y un castillo en las Tierras Altas de Escocia— repetí en voz baja, como si al decirlo en voz alta pudiera darle sentido. —Y una cuenta bancaria con suficiente dinero para vivir toda la vida.

Sonaba a un cuento, a una historia sacada de un libro de ficción. Yo, una simple botánica que trabajaba en un laboratorio de Barcelona, de repente era dueña de un patrimonio digno de la nobleza escocesa. Negué con la cabeza, incapaz de asimilarlo.

—Debe haber algún error— murmuré.

El abogado mantuvo su expresión serena.

—No hay error, señorita Sinclair. Su apellido es prueba suficiente, pero además tenemos los documentos que lo acreditan. Usted es la única heredera.

Me froté las sienes. Todo era demasiado irreal. Un castillo, mansiones, una cuenta bancaria inmensa… cualquiera saltaría de alegría ante tal revelación, pero yo solo sentía incredulidad. Era huerfana, siempre lo había sido. No tenía familia, al menos que yo supiera.

—Es mucho para asimilar…— admití con voz débil. —No puedo evitar preguntarme… ¿por qué yo?

Fergusson asintió con comprensión y apoyó las manos sobre el escritorio de caoba.

—Esa es una pregunta natural. Pero antes de responderla, hay algo más que debe saber sobre su herencia.

Inspiré hondo y asentí, indicándole que continuara.

—Entre todas las propiedades y riquezas que ahora le pertenecen, hay un lugar que es, en realidad, el corazón de su legado familiar.

El abogado hizo una pausa antes de continuar, asegurándose de captar toda mi atención.

—Una biblioteca.

Pestañeé, confundida.

—¿Una biblioteca?

—Así es. Una pequeña y antigua biblioteca en el casco antiguo de Edimburgo. Se encuentra en una casa bien conservada; la planta baja es la biblioteca y en la parte superior hay una vivienda.

Mi mente trató de procesar la información. No sabía por qué, pero esa parte de la herencia me resultó más intrigante que la de las propiedades y el dinero. Tal vez porque me parecía más tangible, más real.

—Y… ¿qué tiene de especial esa biblioteca?— pregunté con cautela. —Parece que le da más importancia que a todo lo demás.

El abogado me miró con intensidad.

—Porque es la clave para que usted pueda heredar.

Mi piel se erizó.

—No lo entiendo. ¿Cuál es la condición?

Fergusson se reclinó en su silla y entrelazó las manos sobre el escritorio.

—Para poder heredar todo su legado, tiene que vivir en la propiedad y gestionar la biblioteca por un año completo.

Mis cejas se fruncieron.

—¿ Qué? ¿ Tengo que mudarme a Edimburgo por un año?.

El abogado sonrió con un matiz de misterio.

—Depende de usted si quiere heredar o no, señorita Sinclair. Esa biblioteca guarda muchos secretos, y solo al cruzar su umbral entenderá el verdadero legado que ha heredado.

Una sensación extraña me recorrió la espalda. Por primera vez desde que entré en aquella oficina, sentí que algo dentro de mí despertaba. Algo antiguo, algo que llevaba dormido toda mi vida.

Me quedé en silencio, tratando de procesar todo lo que acababa de escuchar.

—Señor Fergusson… yo tengo una vida establecida en Barcelona. Tengo un trabajo estable, una rutina… No puedo simplemente mudarme a Edimburgo y empezar de nuevo sin más. ¿De qué voy a vivir?—pregunté finalmente, sintiendo una mezcla de incredulidad y desconcierto.

El abogado me miró con paciencia y una leve sonrisa se dibujó en su rostro.

—Señorita Sinclair, entiendo que todo esto es abrumador para usted, pero le aseguro que no tendrá que preocuparse por nada. En el momento en que firme la aceptación de la herencia, se le asignará una mensualidad más que suficiente para vivir con comodidad. No tendrá la necesidad de trabajar en otra cosa si no lo desea—explicó con voz calmada.

Me incliné ligeramente hacia adelante, apoyando los codos sobre el escritorio de madera noble que separaba nuestros mundos. No podía evitar sentir que todo esto era un sueño demasiado bueno para ser verdad.

—¿Y qué se espera exactamente de mí?—pregunté, sintiendo que en algún punto debía haber una trampa.

—Usted solo debe encargarse de la biblioteca, que es la pieza central de su legado—contestó, entrelazando los dedos sobre la mesa—. No estará sola. Contará con una ayudante joven, que ha estado trabajando en la biblioteca desde hace años y se encarga de que todo esté en orden. Ella la guiará en su proceso de adaptación y le enseñará todo lo que necesita saber. De hecho, la ayudante que trabaja allí heredó su puesto de su madre. Las mujeres de su familia siempre han sido las ayudantes de la Bibliotecaria.




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