¿Había escuchado bien? Levanté la vista hacia el abogado, esperando que me explicara lo que acababa de decir. —¡¿Cómo es posible que me lo expliquen ellas?! —exclamé, con una mezcla de incredulidad y desconcierto.
El señor Fergusson me observó con una expresión que no supe descifrar. Parecía medir sus palabras con cuidado antes de responder. Al final, simplemente suspiró y me tendió un objeto que llevaba consigo. —Hay algo para usted.
Bajé la vista y descubrí una caja de madera, bellamente labrada. No pude evitar sonreír con ironía. "A mis antepasados les encantaban las cajas", pensé. Ya era la segunda que recibía en cuestión de horas. Alargué la mano y la tomé con cuidado, notando el peso de lo que fuera que guardaba en su interior.
La abrí con expectación y descubrí tres sobres antiguos, perfectamente conservados, y, para mi absoluta falta de sorpresa, otra caja más dentro. No pude evitar reírme para mis adentros. Parecía que todo en mi familia se transmitía a través de cajas. —Empiece por la primera carta —sugirió el abogado con voz serena.
Con dedos temblorosos, cogí el primer sobre. Estaba amarillento por el paso del tiempo, pero la caligrafía seguía siendo clara y elegante. Lo abrí con cuidado y extraje la hoja en su interior. Tragué saliva antes de empezar a leer en voz baja:
"Mi querida Eilidh, Si estás leyendo esta carta, significa que por fin has encontrado el camino de regreso a casa. No puedo expresar la alegría que eso me produce. No nos conocemos, y sin embargo, siento que te he esperado toda mi vida. Eres una mujer especial, mucho más de lo que ahora imaginas. Dentro de ti habita una fuerza que te permitirá hacer grandes cosas. Cuando la vida te desafíe, cuando las dudas te inunden, recuerda mirar en tu interior. Ahí encontrarás todas las respuestas que necesitas. Confía en ti misma, cariño. Sé que en este momento todo parece confuso, pero en el fondo de tu alma, reconocerás la verdad cuando la veas. No estás sola, nunca lo has estado. Siempre hemos estado contigo, velando por ti en la distancia. Te quiero mucho, más de lo que las palabras pueden expresar. Eilidh Sinclair".
Las lágrimas nublaron mi vista antes de que terminara de leer. Algo dentro de mí se quebró y, al mismo tiempo, se sintió completo. Esa mujer, mi tatarabuela, había escrito esas palabras para mí, con la certeza de que algún día llegarían a mis manos.
El señor Fergusson me hizo entrega de la siguiente carta. Con manos trémulas, deslicé la yema de mis dedos sobre el sello antiguo. Aquel sobre amarillento, de papel grueso y rugoso, contenía palabras escritas hace décadas, tal vez incluso más tiempo. No entendía cómo podían estar tan bien conservadas. Lo abrí con cuidado y saqué la hoja de su interior. Mi corazón palpitaba con fuerza cuando comencé a leer:
"Mi queridísima Eilidh, Si estás leyendo estas palabras, significa que por fin has llegado a casa. Al hogar al que siempre perteneciste. Me hubiera gustado verte crecer, tomarte en brazos cuando eras un bebé y acompañarte en cada paso de tu vida, pero el destino no nos permitió estar juntas. Hay veces en la vida en las que ocurren cosas sorprendentes, acontecimientos que no podemos evitar y que nos separan de aquellos que amamos. Pero quiero que sepas que nunca estuviste sola. Siempre has sido amada, esperada y anhelada. Dentro de la caja hallarás un medallón. Ese medallón es tuyo por derecho y siempre te ha pertenecido. Fue forjado hace mucho tiempo y ha sido portado por las mujeres de nuestra familia durante generaciones. Ahora, ha llegado el momento de que regrese a ti. Cada piedra preciosa incrustada en él representa uno de los elementos de la naturaleza: el rubí simboliza el fuego, el zafiro el agua, la esmeralda la tierra y el topacio el viento. Pero lo más importante es el diamante tallado en forma de corazón en el centro del medallón. Ese diamante eres tú, Eilidh. Simboliza tu legado, tu verdadero ser, la razón por la que estás aquí. Lleva siempre este medallón contigo, pero escóndelo por ahora, mantenlo oculto bajo tu ropa. Su tiempo aún no ha llegado, pero cuando lo haga, tú lo sabrás. Sentirás en lo más profundo de tu ser cuándo deberá ser revelado al mundo. Espero que este mensaje te brinde consuelo y fuerzas. Eres más poderosa de lo que imaginas, y el camino que tienes por delante estará lleno de retos, pero también de respuestas. Con todo mi amor, Tu abuela, Eilidh Sinclair."
Las palabras me envolvieron, llenándome de una calidez y una sensación de pertenencia que nunca antes había experimentado. Miré dentro de la caja y allí estaba. El medallón.
Era más hermoso de lo que podía haber imaginado. Un círculo de plata envejecida con intrincados grabados celtas que rodeaban las piedras preciosas incrustadas en él. Y en el centro, brillando con un resplandor casi hipnótico, el diamante en forma de corazón. Lo sujeté con delicadeza y, al hacerlo, un estremecimiento recorrió mi espalda. No era frío ni miedo: era como si algo dentro de mí se desperezara por primera vez.
Me lo colgué al cuello con reverencia y, sin pensarlo dos veces, lo oculté bajo mi blusa. Sentí su peso cálido contra mi piel. Una certeza silenciosa se instaló en mi pecho: no estaba sola. Nunca lo había estado.
El abogado me tendió el tercer sobre con sumo cuidado, como si contuviera algo más que un simple papel. Vi sus ojos vidriosos, su expresión solemne. No me dijo nada, pero en su mirada había un profundo respeto. —Esta carta… es de tu madre —susurró.