La guardiana de las almas perdidas

4 * Cerrando un ciclo

El rugido del avión al aterrizar en Barcelona sacudió mi cuerpo, arrancándome de mis pensamientos. Miré por la ventanilla: la ciudad se extendía bajo un cielo teñido de naranja y violeta, bañada en la calidez del atardecer. Me había marchado apenas unos días, pero sentía que había pasado una vida entera.

Cuando recogí mi maleta y salí del aeropuerto, el aire salado del Mediterráneo me envolvió con su abrazo familiar. A pesar de la nostalgia que sentía por este lugar que había llamado hogar durante tantos años, dentro de mí crecía una certeza inquebrantable: mi sitio ya no estaba aquí. Edimburgo, la biblioteca, aquella historia enterrada en el tiempo... todo me llamaba con una fuerza imposible de ignorar.

Tomé un taxi hasta mi apartamento. Al entrar, todo parecía igual: el sofá perfectamente alineado, las plantas en la repisa recibiendo la última luz del día, los libros en su orden meticuloso. Pero yo no era la misma. Me sentía como una intrusa en mi propia vida. Dejé la maleta en la entrada y avancé hacia la ventana. La vista al mar que siempre me había dado paz ahora parecía una despedida silenciosa.

Suspiré y me dirigí al dormitorio. Abrí el armario y saqué un vestido elegante, negro, sencillo pero sofisticado. Esta noche tenía que enfrentarme a Hugo. Aclarar mi futuro. Y despedirme de mi pasado.

Antes de empezar a arreglarme, tomé el teléfono y le envié un mensaje corto pero claro:

"Esta noche, en el restaurante de siempre."

Apenas había dejado el móvil sobre la cama cuando comenzó a sonar. Hugo.

Respiré hondo antes de contestar. Sabía que esta conversación marcaría el principio del fin.

—¿Eilidh? —Su voz sonó sorprendida, con un matiz de reproche—. ¿Por qué no me avisaste que llegabas hoy? Habría ido a recogerte al aeropuerto.

—No era necesario, Hugo —respondí en tono neutro—. Preferí tomar un taxi.

—¿Preferiste? —Su tono adquirió un deje de incredulidad—. Eilidh, eres mi novia. ¿Desde cuándo prefieres hacer las cosas sola en lugar de contar conmigo?

Me mordí el labio. No quería discutir, no hoy. No ahora.

—No es eso, Hugo. Solo… tenía muchas cosas en la cabeza.

Hubo un silencio al otro lado de la línea. Cuando habló de nuevo, su voz sonó más contenida.

—Está bien. Nos vemos en el restaurante. Pero tenemos que hablar.

Asentí, aunque él no podía verme.

—Sí. Tenemos que hablar.

Colgué y dejé el teléfono sobre la cama. Me senté al borde del colchón, sintiendo el peso de la conversación que se avecinaba. Hugo se merecía una despedida honesta. Pero, ¿cómo explicarle que mi destino ya no estaba aquí, que la vida que habíamos construido juntos nunca había sido realmente mía?

Cerré los ojos por un instante y, en mi mente, vi la biblioteca. Vi los retratos de mis antepasadas mirándome con ojos llenos de historias y secretos. Sentí el peso del medallón sobre mi pecho.

Ya había tomado mi decisión. Ahora solo quedaba enfrentar las consecuencias.

🍲🍲🍲🍲🍲🍲

Cuando llegué al restaurante, Hugo ya estaba allí, sentado en nuestra mesa de siempre. Su postura era impecable, con la espalda recta y las manos entrelazadas sobre la mesa. Al verme, se levantó con esa elegancia medida que siempre había tenido. Llevaba un traje oscuro, perfectamente planchado, con la corbata en su sitio y ni un solo cabello fuera de lugar. Todo en él era pulcro, predecible. Familiar.

—Eilidh —dijo con una leve sonrisa mientras me daba un beso en la mejilla—. No me avisaste de que ya estabas en Barcelona. Habría ido a recogerte al aeropuerto.

—No era necesario, Hugo —respondí mientras tomaba asiento.

Él me estudió por un momento, entrecerrando los ojos con esa expresión calculadora que solía tener cuando algo no le cuadraba.

—¿Cómo estuvo tu viaje? —preguntó, tomando su copa de vino.

—Interesante —dije, sin entrar en detalles. Sabía que cualquier cosa que mencionara sobre la biblioteca o mi herencia podría provocar una reacción condescendiente de su parte. Sin embargo, su curiosidad era evidente, y no tardó en insistir.

—¿Y bien? ¿Qué era tan importante como para hacer ese viaje? Espero que no haya sido una pérdida de tiempo como te advertí.

Apreté los labios y exhalé lentamente. No tenía sentido alargarlo más.

—He heredado una casa en Edimburgo. Una biblioteca, para ser exactos —dije, observando su reacción.

Tal como esperaba, Hugo soltó una risa seca y negó con la cabeza.

—¿Una biblioteca? Vamos, Eilidh, ¿realmente creíste en eso? Te lo dije, suena como una estafa. Nadie deja una propiedad así sin pedir algo a cambio.

Su tono de incredulidad me hirió más de lo que quería admitir. Había esperado que al menos mostrara algo de interés en lo que significaba para mí.

—No es una estafa, Hugo. Es real. Y voy a mudarme a Edimburgo.

La sonrisa desapareció de su rostro. Su mandíbula se tensó y dejó la copa sobre la mesa con más fuerza de la necesaria.




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