La guardiana de las almas perdidas

5 * Inauguración de la biblioteca

Abrí la puerta de mi nueva casa con una mezcla de emoción y nerviosismo. La vivienda, situada justo encima de la biblioteca, era un sueño. Acogedora, llena de historia, con muebles antiguos bien cuidados y un ambiente cálido. La cocina estaba completamente abastecida, como si alguien se hubiera asegurado de que no me faltara nada en mi llegada. Aquello me conmovió.

Subí las escaleras hasta mi habitación y me quedé sin aliento. La enorme cama con dosel, los ventanales con cortinas de encaje, la chimenea de piedra… todo parecía sacado de otra época. Sonreí mientras comenzaba a desempacar, sintiéndome más en casa de lo que jamás me había sentido en Barcelona.

Un golpe en la puerta me hizo girarme en seco. Fruncí el ceño, extrañada. ¿Quién podía ser?

Cuando abrí, me encontré con una joven morena de ojos brillantes y sonrisa radiante. Antes de que pudiera reaccionar, ella preguntó con entusiasmo:

—¿Eres la bibliotecaria?

—Sí... —respondí, insegura.

La chica lanzó un grito emocionado y se abalanzó sobre mí en un abrazo sorprendentemente efusivo.

—¡Por fin! Tenía tantas ganas de conocerte —dijo con un entusiasmo desbordante—. Me llamo Bríghid, y soy tu ayudante.

Me quedé en shock. ¿Ayudante? Apenas sabía lo que tenía que hacer yo misma.

—Oh… encantada, supongo.

Bríghid entró como si la casa fuera suya y miró a su alrededor con aprobación.

—¡Me encanta! Te ayudaremos a que te sientas como en casa. ¿Qué estás haciendo? ¿Quieres que te ayude a desempacar?

No me dio tiempo a responder cuando ya había cogido una pila de libros de mi maleta y los estaba organizando en una estantería.

Mientras guardábamos mis cosas juntas, Bríghid comenzó a explicarme el funcionamiento de la biblioteca. Su entusiasmo era contagioso. Hablaba rápido, saltando de un tema a otro con facilidad. Lo básico era claro: la biblioteca no era solo un lugar común. Tenía sus propias reglas, y pronto descubriría que era mucho más especial de lo que imaginaba.

—¡No te imaginas lo emocionante que es todo esto, Eilidh!— exclamó Bríghid, moviéndose por la habitación con energía desbordante.

La observé, cruzándome de brazos. Había pasado las últimas horas intentando asimilar todo lo que me había contado, pero cada palabra suya parecía más descabellada que la anterior.

—A ver si entiendo bien… —dije con escepticismo—. Dices que en cuanto abramos las puertas, ya hay muchas personas esperando. Pero ¿esperando qué, exactamente?

Bríghid dio un saltito, claramente emocionada.

—Esperando entrar, por supuesto. El transito es una locura, o eso explica mi madre. Yo nunca la he visto abierta. Esta biblioteca es especial. No es una cualquiera. Aquí no solo se vienen a consultar libros, sino que también se buscan respuestas, conocimiento antiguo… y, bueno, acceso a otros lugares.

Fruncí el ceño.

—¿Acceso a otros lugares? —repetí.

Bríghid asintió con entusiasmo.

— Pronto lo entenderás. Vendrá gente muy importante y te acostumbrarás al tránsito de las puertas.

—¿Las puertas?

Ella abrió la boca, pero se detuvo un instante y sonrió con un aire misterioso.

—Sí, las puertas. Pero mejor que lo descubras por ti misma. No quiero arruinarte la sorpresa.

Me froté las sienes, sintiendo que todo se volvía más confuso con cada segundo que pasaba.

—Voy a necesitar un té para asimilar todo esto… —murmuré.

Bríghid soltó una risita y me tomó del brazo con energía.

—Te ayudaré a preparar uno, pero mientras tanto, sigamos desempacando. Hay mucho por hacer antes de la gran apertura.

📚📚📚📚📚📚

Cuando Bríghid y yo nos encontramos frente a las imponentes puertas de madera de la biblioteca, una extraña sensación recorrió mi cuerpo. Sentía el peso del momento, aunque no entendiera del todo su significado. Bríghid, de pie junto a mí, vibraba de emoción. Su sonrisa iluminaba su rostro, y en sus ojos bailaba una energía contagiosa.

—Ha llegado el momento, Bibliotecaria —dijo con solemnidad, guiñándome un ojo.

Tragué saliva y asentí. Juntas, empujamos las puertas desde dentro. Crujieron levemente al abrirse, revelando el callejón desierto frente a nosotras. Fruncí el ceño. ¡No había nadie! Me giré hacia Bríghid con una expresión de desconcierto, pero ella siguió sonriendo como si aquello fuera lo más normal del mundo.

—Dales un momento —susurró.

Juntas nos adentramos en la biblioteca. Aquel sitio tenía un aire místico incluso en su cotidianidad. Estanterías de madera noble cubrían las paredes, repletas de libros antiguos y extraños volúmenes que parecían susurrar historias olvidadas. El aroma a papel viejo y tinta me envolvió como una caricia cálida y familiar.

Y entonces, la magia ocurrió.




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