La guardiana de las almas perdidas

8 * Salvar a la Loba Emperatriz.

Caelan se encontraba de pie en su habitación, con el ceño fruncido y los músculos tensos. Frente a él, la vidente Ailsa lo observaba con una expresión grave, su mirada cargada de un conocimiento ancestral que pesaba sobre sus hombros. A su lado, Ewan y Blair permanecían en silencio, expectantes.

Ailsa tomó aire profundamente antes de hablar.

—Mi Alfa… he tenido una visión. Una que cambiará el destino de nuestra manada, de todas las manadas. —Hizo una pausa, como si cada palabra que iba a pronunciar tuviera el peso de la historia misma.— La Loba Emperatriz ha nacido, y tú estás enlazado a ella. Es tu mate.

La sala quedó en completo silencio. El corazón de Caelan latía con fuerza en su pecho, su lobo rugía en su interior, y sin embargo, su rostro no delataba ninguna emoción. Ewan y Blair intercambiaron miradas; ambos comprendían el peso de esas palabras.

—¿Estás segura? —preguntó finalmente Caelan con voz grave.

Ailsa asintió con solemnidad.

—Lo vi claramente. Estás destinado a ella, pero esa unión la pondrá en peligro. Todos querrán poseer su poder. Si alguien descubre la verdad, la cazarán.

Blair apretó los puños.

—¿Cómo la protegemos? Si alguien se entera de esto, todas las manadas intentarán usarla para su propio beneficio.

—Nadie puede saberlo —respondió Ailsa con firmeza—. Debemos encontrarla antes que ellos. Ponerla a salvo, ocultarla hasta que llegue el momento adecuado.

Ewan miró a su alfa con seriedad.

—Entonces juramos aquí y ahora que este secreto morirá con nosotros. Nadie más debe saberlo.

Caelan asintió, su mirada fija en los ojos de cada uno de los presentes.

—Juro protegerla con mi vida. Nadie la tocará.

Los otros tres hicieron el mismo juramento.

—Ahora debemos averiguar dónde nació —añadió Ailsa—. Si ha nacido en tierras de la manada Destino de Luna, será más fácil ocultarla. Pero si ha nacido en otro territorio…

Caelan inspiró hondo. Sabía lo que eso significaba. Si la niña había nacido en el territorio equivocado, su vida corría aún más peligro.

Con el peso del destino sobre sus hombros, abandonó la habitación y descendió hasta el gran salón donde lo esperaba el Consejo de Sabios y los demás alfas. La tensión era palpable. Todos murmuraban entre sí, especulando sobre lo ocurrido.

Cuando Caelan entró, el silencio se hizo absoluto.

—Señores —dijo con voz firme—, hemos sido testigos de un acontecimiento que marcará nuestra historia. La tormenta, la luna roja, los temblores… Todo coincide con la profecía. La Loba Emperatriz podría haber nacido.

Las reacciones fueron inmediatas. Hera algo que no podía ocultar, pues todos sabían de la profecía. Algunos alfas asintieron con gravedad, otros se mostraban escépticos. Duncan MacGregor, alfa de la manada Luna de Fuego, se inclinó hacia adelante con una sonrisa de suficiencia.

—Si ha nacido en mis tierras, me pertenece —afirmó con arrogancia.

Caelan sintió una punzada de inquietud.

—¿Tienes pruebas de que ha nacido allí? —preguntó en tono controlado.

Duncan alzó los hombros con despreocupación.

—Aún no, pero si aparece en nuestro territorio, será nuestra. Y entonces, deberemos decidir qué hacer con ella.

Caelan cerró los puños. Que la diosa Luna no permitiera que la niña hubiese nacido en ese infierno.

Antes de que la discusión pudiera continuar, tomó aire y soltó la última bomba de la noche.

—Por otro lado, quiero anunciar que he tomado una decisión respecto a mi futuro. No voy a casarme. Rompo mi compromiso con Niamh MacGregor.

El impacto de sus palabras se sintió como un rayo. Un murmullo recorrió la sala, y Niamh, que hasta entonces se había mantenido en silencio, se puso de pie de golpe. Su mirada ardía de incredulidad y rabia.

—¡No puedes hacer esto! ¡Hemos estado comprometidos por años! ¡Mi hermano ha dado su palabra! ¡El Consejo de sabios insistió en esta unión! —Su voz vibraba con indignación.

Duncan se levantó también, con los ojos entrecerrados.

—Esto es una afrenta a mi familia. Has comprometido tu honor con esta unión, Caelan. No puedes romper tu palabra sin consecuencias.

Caelan mantuvo su postura firme.

—Soy el Alfa Supremo. Mi palabra es la ley. No tomaré a una compañera solo por obligación. No me casaré con alguien a quien no elijo.

El silencio se hizo sepulcral. Niamh apretó los dientes con furia contenida.

—No has elegido pero bien que te metes en mi cama —dijo con veneno en la voz—. ¿Piensas que podrás encontrar una hembra mejor que yo? ¡Yo soy la mejor loba de estas tierras para ser la Luna Suprema!

Caelan clavó su mirada en ella.

—Eso no es asunto tuyo. Mi decisión está tomada.




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