El aire estaba cargado de tensión. Mi lobo Torann, rugía dentro de mí, inquieto, como si algo estuviera a punto de suceder. Llevaba días así, más agitado de lo normal, incapaz de encontrar descanso. Habían pasado veinticinco años, el tiempo que la diosa Luna nos había señalado, y aunque nunca dudé de su palabra, la espera había sido insoportable.
Ahora, tambien entre mis funciones, era el "Guardian de la puerta", que comunicaba los dos mundos.
Caminaba por la zona del portal, la frontera entre ambos mundos, con la piel erizada y los sentidos agudizados. Algo se movía en el aire, una vibración distinta. Entonces, lo vi. Un resplandor etéreo iluminó la oscuridad y, antes de poder reaccionar, una fuerza me atrapó. El mundo se volvió un torbellino de luces y sombras, y cuando volví a ser consciente de mi entorno, el suelo frío me recibió con un golpe seco.
Me puse en pie de un salto, con la respiración agitada. Miré a mi alrededor, tratando de entender dónde me encontraba. Estanterías repletas de libros se alzaban a mi alrededor, el ambiente impregnado de tinta, papel y algo más… Un aroma dulce y embriagador se filtró en mis fosas nasales, directo a mis venas. Un aroma tan exquisito, tan perfecto, que mi lobo enloqueció.
MATE.
El rugido de mi lobo estalló en mi mente, sacudiéndome hasta la médula. Mi pecho se expandió con una oleada de emoción pura. Después de tanto tiempo… después de años de soledad y espera… ella estaba aquí.
Seguí el rastro de su esencia como un instinto primario. Cada paso que daba me acercaba más, y mi corazón latía con una fuerza incontrolable. Y entonces, la vi.
La criatura más hermosa que jamás haya visto. Su cabello rojizo caía en ondas sobre sus hombros, sus ojos verdes brillaban con una intensidad que me dejó sin aliento. Pequeñas pecas decoraban su piel de porcelana y sus labios, entreabiertos en un gesto de incredulidad, me tentaban de una forma que nunca había experimentado. Ella era real. Ella era mía. La Loba Emperatriz, mi compañera, mi destino.
Ailsa no se equivocó. Era ella.
Su voz rompió el momento, afilada y llena de exasperación. Me estaba regañando. Decía algo sobre estar desnudo, sobre la biblioteca cerrada, pero mis sentidos estaban demasiado abrumados para procesar sus palabras. Solo podía mirarla, grabar cada detalle de su ser en mi memoria. Torann quería reclamarla en ese mismo instante, pero ella no tenía idea de lo que estaba ocurriendo. No sabía quién era yo, no entendía lo que éramos.
Respiré hondo, tratando de controlar la tormenta de emociones que me arrastraba. Mi pulso era un tambor desbocado, mis músculos tensos por el deseo de acercarme, de tocarla, de asegurarme de que no era un sueño.
Cuando su mano rozó mi piel, una descarga recorrió mi cuerpo, encendiendo cada fibra de mi ser. Sus pupilas se dilataron y su aliento se entrecortó. Lo había sentido. Tal vez no entendía lo que significaba, pero lo había sentido.
Ella era mía. Y yo era suyo.
—Caelan —murmuré, mi voz grave, temblorosa de emoción contenida.
Sus ojos parpadearon, desconcertados.
—¿Qué?
—Mi nombre es Caelan MacRae.
Lo dije con el peso de lo inevitable, con la certeza de que este momento cambiaría nuestras vidas para siempre.
Ella aún no lo entendía. Aún no podía verlo. Pero lo haría. Lo sabría.
Porque el destino nunca se equivoca.
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Al cruzar el portal de regreso, un mareo me sacudió con fuerza, como si el universo entero se hubiera contraído y expandido a mi alrededor en un solo latido. Apenas tuve tiempo de reaccionar antes de sentir el suelo firme bajo mis pies. Parpadeé un par de veces, intentando aclarar mi visión, y cuando finalmente enfoqué mi entorno, me quedé helado.
Estaba en mi despacho.
¿Cómo podía ser? Había cruzado un portal entre mundos, me había adentrado en la biblioteca olvidada, había visto a mi compañera… y ahora estaba de vuelta, pero no en el mismo lugar de donde había partido. Me giré lentamente, esperando encontrar alguna grieta, un resquicio, algo que indicara que la puerta aún estaba allí. Y lo estaba. Justo detrás de mí, la tenue luz de la luna iluminaba el contorno de un arco invisible en la pared de piedra. Una energía vibrante fluía en su superficie, como una cortina de agua cristalina que apenas podía percibirse.
Mi corazón latía con fuerza. Mi lobo seguía inquieto, aún impregnado del aroma de Eilidh, aún gruñendo en mi mente, exigiendo que regresara por ella. Apreté los puños. No podía simplemente irrumpir en su mundo y reclamarla. Tenía que pensar. Tenía que encontrar una forma de explicarle lo que éramos.
Ella parecía una humana normal. Sin rastro de su loba. Sin indicios de la magia que corre por su sangre. ¿Cómo le haría entender que su destino estaba ligado al mío? ¿Que la Diosa Luna nos había unido desde su nacimiento?
Unos golpes en la puerta me sacaron de mis pensamientos. Inspiré hondo y reconocí al instante el aroma de Ewan.
—Pasa —dije con voz firme.
Ewan entró, su expresión tensa.