La guardiana de las almas perdidas

10 * una biblioteca de locos.

A la mañana siguiente, me encontraba en la biblioteca, organizando unos libros junto a Brighid. La noche anterior había sido un caos y aún no podía sacarme de la cabeza el encuentro con ese hombre... ese extraño y desconcertante hombre.

—Brighid, te tengo que contar algo. —Me giré hacia ella, que me miró con curiosidad—. Anoche... pasó algo en la biblioteca.

—¿Pasó algo? —preguntó con el ceño fruncido.

Me humedecí los labios y respiré hondo antes de soltarlo de una vez:

—Un hombre semidesnudo apareció de la nada.

Brighid parpadeó, luego su expresión cambió de asombro a pura diversión.

—¿Semidesnudo? ¿En tu biblioteca? Eilidh, querida, ¡eso sí que es un evento digno de mencionar! —dijo con una sonrisa traviesa.

Rodé los ojos y continué:

—Sí, y encima el muy insolente insistía en que era el guardián de una puerta. Como si yo fuera a creerme semejante disparate. —Bufé, cruzándome de brazos—. Lo único que quería era que se marchara y le dije que volviera cuando estuviera vestid...

No terminé la frase, porque Brighid de repente pegó un grito emocionado y empezó a dar saltitos por toda la sala.

—¡No me lo puedo creer! ¡No puede ser verdad! ¡Ahhhhhhh! —chilló, completamente fuera de sí.

—¿Pero qué demonios te pasa? —le pregunté, viéndola moverse como una loca.

—¡Él es Caelan MacRae! ¡Ese hombre esculpido por los mismos dioses estuvo aquí! —dijo, sus ojos brillaban de pura emoción—. Dime, Eilidh, ¿cómo es? ¿Es tan guapo como lo recuerdo?

Me quedé mirándola fijamente. Algo en su reacción no me cuadraba.

—¿Lo conoces? —pregunté con suspicacia.

Brighid se tensó por un instante, pero luego se aclaró la garganta y trató de disimular.

—Bueno... sí. Él es un... cómo explicarlo... un alto cargo de las Tierras Altas de Escocia. Sí, eso es.

Levanté una ceja, dudando de su explicación.

—Pues para ser un alto cargo, venía solo con una falda puesta. —Puse los ojos en blanco al recordarlo—. ¿Te lo puedes imaginar?

Brighid dejó escapar un suspiro soñador.

—Oh, sí, me lo puedo imaginar... con su kilt, luciendo esas piernas poderosas, su pecho trabajado, esos brazos... —dijo con voz melosa, totalmente perdida en su fantasía.

—¡Brighid! —exclamé, escandalizada—. ¿Estás loca? ¿Qué dices?

Ella soltó una carcajada al ver mi expresión.

—No te hagas la tonta, ¿me vas a decir que no te fijaste? —dijo con una mirada pícara.

Sentí mis mejillas arder, pero lo peor fue que mi cuerpo también reaccionó. Un calor inexplicable recorrió mi piel y, para colmo, mi medallón empezó a vibrar sutilmente contra mi pecho. Exactamente igual que anoche.

Negué con rapidez, tratando de disimular mi incomodidad.

—La verdad, no me fijé en nada de eso. Solo le dije que no podía venir semidesnudo a mi biblioteca. —Me crucé de brazos, esperando que el tema terminara ahí.

Pero Brighid no podía parar de reír.

Por la puerta entra el abogado, Alasdair Ferguson, que sonríe al vernos.

—Buenos días, señoritas. Veo que hoy se despertaron muy risueñas.

Las dos lo saludamos, pero antes de que pueda decir algo más, Brighid, todavía con una sonrisa traviesa en el rostro, suelta la bomba.

—Señor Alasdair, ¿puede creerlo? Anoche, Caelan MacRae estuvo en la biblioteca.

El abogado se congela en su sitio. Su rostro se queda sin color en un instante y sus ojos se abren como platos. Parece que se ha olvidado de respirar.

—¿Qué... qué has dicho? —pregunta con la voz ronca.

—Lo que oye —Brighid asiente con efusividad—. Estuvo aquí. Habló con Eilidh.

Por un segundo, Alasdair parece petrificado. Luego, de repente, su expresión cambia por completo. Se lleva una mano a la boca, sus ojos brillan con una emoción incontenible y, sin previo aviso, deja escapar una carcajada de pura alegría.

—¡Dios santo! ¡No puede ser! —exclama, con las lágrimas a punto de salirle—. ¡Después de tantos años! ¡Finalmente!

Lo miro boquiabierta, sin entender nada. ¿Por qué de repente parece al borde del llanto? ¿Qué tiene este hombre que estuvo anoche aquí para causarle semejante reacción?

—Eilidh —Alasdair me mira con urgencia—. Necesito que me digas todo lo que hablaron. Absolutamente todo.

Mi confusión sólo crece.

—No fue gran cosa —respondo, incómoda—. Entró a la biblioteca, me dijo su nombre, actuaba sorprendido, dijo que era el guardián de una puerta y que nos veríamos pronto. Le pedí que volviera cuando estuviera Brighid y se fue. Eso es todo.

—¡Dios bendito! —Alasdair se pasa las manos por el cabello, temblando de emoción—. ¡El portal! ¡El sello se ha roto!




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