La luz del atardecer se colaba por las vidrieras de la biblioteca, tiñendo los estantes de un tono dorado cálido, como si cada libro susurrara secretos al pasar de las horas. Me encontraba sola, ordenando algunos ejemplares en la sección de historia antigua. Bríghid había salido hacía un rato, dejando tras de sí su risa chispeante y una promesa de volver con tarta de manzana.
Estaba inclinada sobre una estantería baja, con un tomo pesado entre las manos, cuando sentí algo. Un cambio en el aire. Como si el oxígeno se condensara de repente. Un cosquilleo subió por mi espalda y me incorporé con lentitud.
Entonces lo vi.
Apoyado en el marco de una de las estanterías altas, Caelan MacRae me observaba. Sus brazos cruzados sobre su pecho amplio, la camisa blanca arremangada hasta los codos y el kilt escocés ondeando con suavidad cuando avanzó un paso hacia mí.
—¿Siempre trabajas tan concentrada? —preguntó con esa voz suya, grave y profunda, que me hacía vibrar hasta los huesos.
Mi corazón dio un salto traidor. Tragué saliva, intentando mantenerme firme.
—Es una biblioteca, no una feria medieval. La concentración es un requisito —respondí, alzando una ceja y volviéndome hacia la estantería. No necesitaba mirarlo directamente para sentirlo. Su presencia era un incendio a mi alrededor.
—¿Te molesta que venga sin anunciarme? —preguntó, acercándose un poco más.
—Sí. Me incomoda —mentí. Lo que me incomodaba no era su presencia. Era lo que provocaba en mí.
—¿Y si te dijera que no podía esperar a verte? —dijo en voz baja.
Me giré bruscamente, y me encontré con sus ojos. Azules, intensos, como un océano en tormenta. Mi estómago dio un vuelco.
—¿Qué quieres de mí, Caelan? —pregunté, en un susurro casi imperceptible.
Él no respondió de inmediato. Solo caminó hacia mí, paso a paso, como un depredador midiendo la distancia. Cuando estuvo a solo unos centímetros, detuvo su avance. Podía olerlo. Ese aroma embriagador que me nublaba la razón: madera, fuego, y algo salvaje.
—No lo sé —admitió, sin apartar la mirada—. Pero cuando estoy cerca de ti... mi mundo se aquieta. Y eso no me pasa nunca.
El silencio entre nosotros se tensó como una cuerda al borde de romperse. Sentía el calor de su cuerpo, la intensidad de su mirada, su respiración calmada y a la vez agitada. Como la mía.
—¿Y eso qué significa? —susurré.
Él alzó una mano, despacio, como si temiera que me desvaneciera si me tocaba. Pero no retrocedí. Su mano rozó mi mejilla con la yema de los dedos y una descarga me recorrió por completo.
—Significa que me cuesta pensar cuando estás cerca —dijo.
Mi corazón latía desbocado. Mi cuerpo entero respondía a su cercanía de una forma que no entendía. O que no quería entender.
—Tal vez deberías alejarte entonces —dije, aunque mi voz no sonó firme. Más bien... temblorosa.
Caelan sonrió, apenas.
—¿Quieres que me aleje, Eilidh?
No respondí. No podía. Porque parte de mí lo deseaba. Pero otra parte... esa parte enterrada y ardiente, lo quería más cerca.
Entonces lo supe: esa atracción no era normal. No era simple deseo. Era algo más antiguo. Más poderoso.
Y él lo sabía.
—No tengo intención de hacerte daño —murmuró, inclinándose apenas más hacia mí.
—No sé si tú eres el problema... o yo —dije, en voz tan baja que casi no se escuchó.
—Quizá... somos los dos.
Y con esa frase, nuestras miradas se mantuvieron atrapadas, como si el tiempo se hubiera detenido justo en ese rincón olvidado de la biblioteca.
Y por primera vez, no quise que volviera a avanzar.
Entonces recordé algo: lo necesitaba. No solo por lo que sentía, sino por todas las preguntas que me devoraban por dentro. Por las visiones, por la magia, por la sensación constante de que algo dentro de mí quería despertar.
Caelan pareció leer en mis ojos ese pensamiento, porque su mano se deslizó con más firmeza por mi mejilla, y su rostro se inclinó hacia el mío. Nuestras bocas estaban a un suspiro de distancia.
Y justo en ese momento...
Un trueno rugió con fuerza, sacudiendo los ventanales. Un relámpago iluminó el cielo por completo y el rugido del viento golpeó la biblioteca como un aullido.
Me sobresalté. Caelan, en cambio, se quedó inmóvil. Pero su expresión cambió. Me miró... diferente. Como si viera algo en mí que antes no estaba. Algo que al fin había emergido.
—¿Qué pasa? —pregunté, con la respiración acelerada.
Él me miró con una mezcla de asombro y respeto. Sus ojos ardían.
Y entonces, sin mover los labios, escuché su voz en mi mente.
—Estás preparada para la verdad.
Esa afirmación me dejó desconcertada. ¿Más verdades? ¿Cuántas capas tenía esta historia en la que me había metido? ¿Y cómo había hablado dentro de mi cabeza? ¿Era magia? ¿Alucinaciones? ¿Estaba perdiendo la cordura?