La guardiana de las almas perdidas

14 * Cuentos y portales

Si alguien me hubiera dicho hace un mes que estaría atrapada en una dimensión mágica inspirada en cuentos de hadas, de la mano de un hombre lobo escocés con cuerpo de dios celta... probablemente me habría reído. O llorado. O ambas cosas.

Pero ahí estaba. En medio de un mar interminable de girasoles gigantes que me llegaban casi hasta el cuello, con Caelan a mi lado, luciendo tan fuera de lugar como un dragón en una tienda de porcelana.

—Esto no es Invernia, ¿verdad? —pregunté, mientras intentaba apartar un girasol que se había enganchado a mi pelo como si tuviera vida propia.

—No —gruñó Caelan—. Y no tengo idea de cómo hemos acabado aquí. Esto no se parece a nada que conozca.

—Bueno… técnicamente, sí se parece —dije encogiéndome de hombros—. A un cuento. Literalmente. ¿No lo ves? Es como si estuviéramos dentro de un libro de fantasía. Mira esas flores. ¡Son girasoles… con caritas!

Caelan se detuvo en seco, frunciendo el ceño.

—¿Qué?

—¡Mira! —me acerqué a uno. Los pétalos se movieron como pestañas, y los ojos dibujados en el centro del girasol me guiñaron un ojo.

Caelan retrocedió un paso, visiblemente perturbado.

—Eso es antinatural. Las flores no deberían guiñarte.

—Oh, vamos, es adorable —reí, acariciando suavemente uno de los tallos que ronroneó como un gato satisfecho.

—Esto es una trampa. No deberíamos estar aquí —gruñó Caelan—. Es tu culpa. Pensaste en cuentos, ¿recuerdas?

—Sí, pero no pedí una versión interactiva de mis cuentos infantiles, ¿vale? Además, ¿quién tiene la culpa por no advertirme que pensar demasiado podría llevarnos a una dimensión de fantasía?

—Tú. Siempre tú —respondió, cruzado de brazos.

Rodé los ojos.

—Vamos, gruñón. Busquemos una salida. No me apetece convertirme en amiga de los vegetales.

Avanzamos entre los girasoles hasta llegar a un pequeño camino de tierra que serpenteaba entre colinas de pasto brillante. El sol brillaba con una intensidad perfecta, ni muy fuerte ni muy débil. El clima ideal. La brisa olía a azúcar y a lavanda. Me estaba empezando a divertir.

Caelan, no tanto.

—¿Por qué siento que esto va a empeorar? —murmuró.

—Porque eres pesimista por naturaleza. Deberías relajarte, Caelan. Esto es... mágico.

—Magia que desconozco no me da confianza.

—Sí, sí. Alfa Supremo y todo eso —me burlé.

Y entonces la vimos.

Una figura caminando por el sendero, con una capa roja ondeando a su espalda y una cestita colgando del brazo. Avanzaba con paso decidido, tarareando una melodía que me resultaba tan familiar que me congelé en el acto.

—No puede ser —susurré.

—¿Qué ocurre? —Caelan se tensó, ya en posición defensiva.

—Es... caperucita roja —murmuré.

—¿Caperu-qué?

—¡Caperucita roja! ¿Nunca te contaron cuentos de niños?

Él parpadeó, confundido.

—En mi mundo, las historias suelen incluir traiciones, guerras, o bestias comiéndose a la gente. No niñas con capuchas paseando por el bosque.

—Bueno, pues en mi mundo, esta niña va al bosque, le habla a un lobo y…

—¿¡Habla con un lobo!? —Caelan ya tenía la mano en el mango de su espada.

—¡Tranquilo! No es de verdad. Bueno, ahora sí, aparentemente. Pero era solo un cuento…

Caperucita se acercó, mirándonos con curiosidad.

—¡Hola! ¿Son nuevos en el camino? —preguntó alegremente.

—Eh… sí —respondí, intentando sonar natural.

—¿Han visto a mi abuelita? Vive en la casita del otro lado del bosque. Estoy llevándole pan de miel y frambuesas —dijo, levantando la cesta.

—No hemos visto a nadie —dijo Caelan con desconfianza—. ¿Ese bosque es seguro?

—Bueno, a veces hay lobos, pero yo ya estoy acostumbrada —respondió con una sonrisa encantadora.

Caelan soltó una carcajada seca.

—Fantástico.

Yo lo miré, disimulando una risa. Le guiñé un ojo.

—¿Ves? ¡Es solo una niña con una misión! No todos los lobos son tan intensos como tú.

Caperucita nos deseó un buen día y siguió su camino saltando entre flores. Cuando se alejó lo suficiente, Caelan se volvió hacia mí.

—Eilidh… necesito que dejemos esta dimensión antes de que me vuelva loco.

—¿Por caperucita roja?

—Por ti. Porque estás disfrutando esto demasiado.

—¿Y eso es malo?

—Es... desconcertante.

Le sonreí. Me gustaba verlo así. Incómodo. Humano. Por una vez, yo era quien entendía el mundo que nos rodeaba.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.