Había algo de tranquilidad en el hechizo que lanzamos con Nyx y Ailsa, aunque el secreto que compartíamos pesaba como una carga invisible. Nuestras esencias ya estaban entrelazadas, nuestras marcas visibles solo para nosotros, ocultas a los ojos de los demás. Nyx había sido clara: el conjuro no era permanente, solo un escudo temporal para proteger nuestro amor de las miradas ajenas. Aún no sabíamos qué hacer con esta unión tan profunda, tan sagrada, porque aún no estaba completa. Pero, por el momento, no podíamos arriesgarnos a que alguien descubriese lo que ya compartíamos.
Me apoyé contra un árbol cercano al campo de entrenamiento, observando con atención a los guerreros que se alineaban. Ailsa estaba a mi lado, igual de atenta, pero con una sonrisa ladeada en sus labios, como si ya estuviera acostumbrada a la intensidad de cada entrenamiento.
—¿Es tan impresionante como esperabas? —preguntó Ailsa, mirando al campo mientras su tono permanecía ligero, aunque sus ojos reflejaban respeto.
Asentí, sin apartar la mirada de Caelan, que se encontraba en el centro del campo, organizando a los guerreros con una autoridad natural. No necesitaba levantar la voz; su presencia era suficiente para que la manada respondiera, para que cada miembro entendiera que él era su líder. Su poder era tan palpable que me provocaba un nudo en el estómago. Cada vez que lo veía en acción, sentía que algo dentro de mí se encendía.
—Es… surrealista —respondí, mi voz casi un susurro, sin querer delatar lo que realmente sentía.
—Sí —dijo Ailsa, notando el tono en mi voz—. Es una manada poderosa. Y Caelan no solo es su líder en combate. Es su líder en todo. No es fácil ganarse la lealtad de los suyos, y Caelan lo ha hecho sin forzar nada. Es el Alfa de todos, pero su corazón, su alma, es para nosotros, su clan.
Me sorprendió su comentario, pero lo comprendí. Caelan no era un líder convencional, no se veía a sí mismo como alguien por encima de los demás. Su poder era innegable, pero también lo era el respeto que sentía por su manada. Sabía que era por eso que todos lo seguían con devoción.
Mientras los guerreros se preparaban para los ejercicios, con la misma intensidad en cada movimiento, no pude evitar quedarme observando a Caelan. Los músculos de su torso, cubiertos solo por el kilt, brillaban con el sudor del esfuerzo. Cada paso, cada movimiento fluido y preciso de su cuerpo me cautivaba. Era un hombre impresionante. Un macho puro. Mis ojos seguían sus movimientos como si cada uno de ellos tuviera un propósito más allá de lo físico, algo que no podía explicar. Mi corazón latía más rápido cada vez que lo veía dirigirse hacia los guerreros, cuando sus ojos se posaban en mí, y entonces, sentía como mariposas o incluso dragones en el estómago.
Ailsa observó en silencio mi concentración y, sonriendo ligeramente, me dijo:
—Es como una danza, ¿verdad? No solo luchan, también se entienden. Cada golpe, cada defensa, tiene algo más.
Asentí, absorbiendo cada palabra. Estaba tan absorbida por lo que veía, que ya no solo pensaba en mi vínculo con Caelan, sino en lo que significaba ser parte de una manada como esta. Había una armonía, una conexión, que iba más allá de la fuerza física.
—Caelan tiene una manera de hacerlo todo ver tan natural —murmuré, casi para mí misma. Pero Ailsa lo oyó, sonriendo.
—Sí. Lo ves, ¿verdad? No se trata solo de la fuerza. Es más profundo. Para Caelan, cada movimiento tiene un propósito. Él no solo lucha con su cuerpo, también lo hace con su alma. La manada lo sigue porque confían en él sin dudar.
En ese momento, mi mirada se desvió nuevamente hacia Caelan, sin poder evitarlo. Cada vez que lo veía, mi pecho se sentía más ligero, como si todo lo que había experimentado hasta ahora fuera solo un preludio de lo que aún nos esperaba.
Pero de repente, la atmósfera cambió. Caelan levantó la mano y todos los guerreros se alinearon de inmediato. El campo de entrenamiento quedó en silencio, suspendido en un intenso momento de expectativa. Todos esperaban sus órdenes, y el aire parecía cargarse de energía.
Fue entonces cuando me sentí completamente vulnerable a la forma en que Caelan me observaba, sin importar que estuviera rodeado de guerreros. Él siempre me encontraba en medio de la multitud.
El entrenamiento comenzó, y el sonido de las espadas chocando rompió el silencio. Sin embargo, lo que ocurrió a continuación no era lo que esperaba. Los guerreros aumentaron su intensidad, y uno de ellos, Fergus, un joven guerrero, comenzó a perder el control. Su lucha se volvió más agresiva, más peligrosa. Cada golpe estaba marcado por una furia que no correspondía al entrenamiento amistoso.
De repente, Fergus desarmó a su oponente con un golpe brutal. La espada de su compañero se hundió demasiado cerca de su piel. Caelan, siempre observando, se movió con rapidez hacia el centro del campo, su presencia imponente deteniendo todo a su paso.
—¡Basta! —dijo Caelan, su voz firme, cortante, llena de autoridad. No era una sugerencia, era una orden.
Fergus, cegado por la adrenalina, levantó la espada. Pero la mirada de Caelan lo detuvo en seco. La tensión en el aire era palpable, como si el viento se hubiera detenido.
—Eso no es entrenamiento. —Caelan se acercó, su tono grave. —La manada no necesita furia descontrolada. Lo que necesitamos es control. Si no puedes encontrarlo, no perteneces aquí.