La guardiana de las almas perdidas

21 * Dos días antes

Soy Duncan MacGregor, alfa de la Luna de Fuego, y siempre he tenido todo bajo control. He construido mi poder con fuego y sangre, y no hay nada que me haga dudar de lo que soy capaz de lograr. Nadie se interpone en mi camino. Nadie, excepto Caelan.

Mi manada está lista para luchar, para llegar a la gloria. Mi gente me sigue, esperando el momento perfecto, el momento donde yo seré quien gobierne Invernia con puño de acero. Pero hay algo que me tiene distraído en estos días: Eilidh. Desde que llegó a Invernia, su belleza me ha dejado deslumbrado, y aunque sé que está bajo la protección de Caelan, no puedo evitar desearla para mí. Lo peor de todo es que Caelan también está interesado en ella y no puedo permitirlo. Todo estaba en su sitio hasta que el estúpido de MacRae disolvió el compromiso con mi hermana.

En una de las habitaciones más apartadas de la fortaleza, Niamh me espera. Está sentada junto al fuego, sus ojos llenos de frustración. La tensión en su rostro refleja una emoción que compartimos, aunque por diferentes razones. Niamh no ve en Eilidh lo que yo veo. Para ella, Eilidh es solo una bibliotecaria, una guardiana de libros sin poder real, una mujer sin valor. Pero en el fondo, lo que realmente le molesta es que Caelan haya comenzado a mirar a Eilidh. Mi hermana no puede tolerarlo.

—Duncan —comienza Niamh, su tono suave pero cargado de veneno—. No puedo soportar más esta situación. —Se pone de pie y me mira, con rabia contenida—. ¿Viste cómo la miraba Caelan? Tenemos que deshacernos de ella. Yo soy mucho más bonita, más mujer, más poderosa. Soy lo que él necesita. Tienes que hacer algo. Habla con el consejo. Haz que Caelan se case conmigo, y toda Invernia será nuestra.

El deseo de Niamh por Caelan es tan fuerte que su tolerancia hacia Eilidh es cero. La ve como una amenaza a sus propios deseos. En su mente, Eilidh no tiene nada que hacer en esta historia. Pero, como siempre, Niamh no entiende lo que está en juego.

Yo quiero a Eilidh, en mi futuro. Ella es una mujer hermosa. Y la deseo.

—Lo sé, Niamh —respondo, mi tono grave y cansado—. Pero Eilidh está bajo la protección de Caelan, y no podemos hacer nada por ahora. No puedo poner a todos mis guerreros y tocar a la puerta para que me entreguen a Eilidh.

Niamh me mira fijamente, y puedo ver cómo sus ojos se oscurecen con rabia y frustración. Ella no ve que estoy atrapado entre lo que quiero y lo que debo hacer. No puedo simplemente arrancar a Eilidh de las manos de Caelan, y eso es algo que ella no entiende.

—No, Duncan —dice ella, con voz baja pero firme, mientras se acerca a mí—. Tenemos que hacer algo rápido. Si no, lo perderemos todo. Caelan no tiene que estar cerca de Eilidh. Seguro que ella está intentando meterse en la cama de mi hombre. Secuestrala. Haz lo que sea necesario. Yo me ocuparé de Caelan.

Una oleada de rabia recorre mi pecho. Secuestrar a Eilidh… No me gusta la idea, pero la tentación está en mis venas. Eilidh está bajo la protección de Caelan, pero el deseo que siento por ella me está consumiendo. Aun así, algo en mi interior me dice que hacer esto sería peligroso, no solo para nosotros, sino para todo Invernia.

—No podemos atacar el castillo MacRae para secuestrarla, Niamh —digo finalmente, mi voz más firme. —No podemos arriesgar nuestra posición. No podemos perder a la manada por algo tan imprudente.

Pero el desdén en los ojos de Niamh crece. Ella no entiende que mi visión no es la suya. Ella quiere a Caelan, y no ve que nosotros también estamos en una batalla mucho más grande que solo ellos dos.

—¡Tiene que ser mío! —exclama, con voz baja, pero llena de desesperación. —¡Caelan tiene que caer a mis pies!

En ese momento, un sirviente entra rápidamente, su rostro refleja nerviosismo y urgencia.

—Mi lord, mi lady... —dice apresuradamente, mirando a Duncan primero, luego a Niamh—. Tenemos visita. Una hechicera ha llegado, dice que es urgente hablar con ustedes.

Niamh se endereza al instante, y una sonrisa maliciosa cruza su rostro, una sonrisa peligrosa.

Duncan se gira hacia el sirviente, todavía confundido por la interrupción.

—¿Una hechicera? —pregunta, desconcertado, pero también con una sensación de alerta.

—Sí, mi lord. Me ha dicho que le diga, que ella puede resolver todo —responde el sirviente, su tono algo nervioso.

Niamh se levanta, caminando hacia la puerta con una decisión inquebrantable.

—¡Tráela aquí! —ordena Niamh, con un tono tajante. —Esto podría ser lo que necesitamos.

Una alarma recorre mi mente. Algo me dice que esta hechicera no es alguien en quien podamos confiar. Pero, como siempre, el destino nos empuja hacia lo que no podemos prever. No tengo elección. Esta hechicera podría ser la respuesta que ambos estamos buscando.

Una alarma recorre mi mente. Algo me dice que esta hechicera no es alguien en quien podamos confiar. Pero, como siempre, el destino nos empuja hacia lo que no podemos prever. No tengo elección. Esta hechicera podría ser la respuesta que ambos estamos buscando. Pero en ese instante, algo me decía que esta visita no era casual.

De repente, una figura apareció en la entrada, envuelta en una capa negra que parecía devorar la luz misma, su figura proyectaba una oscuridad casi palpable. Niamh y yo nos giramos al instante, alertas, preparados para enfrentar lo desconocido, pero al ver a la hechicera, algo más que desconfianza se apoderó de nosotros.




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