Habían pasado años observando desde las sombras, sin que nadie supiera mi verdadero propósito. Aquel tiempo me había servido para conocer a todos los que se interpondrían en mi camino, pero nadie sabía de mi presencia, y mucho menos del poder que estaba cultivando.
Seguí a Caelan durante todos esos años, esperando pacientemente que apareciera la Loba Emperatriz. Sabía que la conexión entre él y ella sería inevitable. Caelan, el Alfa Supremo, un hombre imponente, casi intocable, que parecía invencible. Y entonces, después de veinticinco años, apareció ese Guardiana llamada Eilidh, junto con Nyx, y una loba aún sin despertar por completo. No era más que una sombra de lo que estaba destinada a ser, pero aún así, su poder era palpable. La hechicera y la Loba Emperatriz habían llegado.
Los ojos de Eilidh no solo buscaban entender su poder, sino usarlo, y eso la hacía vulnerable. La conexión entre ella y Caelan no era algo que pudiera ignorar. Juntos, estaban construyendo una fuerza indestructible, un vínculo que podría gobernar todo Invernia.
Pero no podía dejar que eso sucediera. Si quería tomar el control, primero debía romper esa unión.
Y entonces, los encontré a ellos. Duncan y Niamh, dos piezas clave en mi juego. Aunque Duncan parecía no confiar completamente en mí, podía ver claramente la oscuridad que compartíamos. Ambos tenían su propio deseo de poder, y eso era exactamente lo que necesitaba. La magia negra era una herramienta demasiado poderosa para que la dejaran escapar.
Les ofrecí el control de Invernia como si fuera un trofeo, algo que ambos deseaban más que nada, pero no sin un precio. Y lo que necesitaba de ellos, lo que aún no estaba dispuesta a revelar, era lo que sellaría su destino, y el mío también. El pacto ya estaba hecho, y aunque sus intenciones fueran vacilantes, no podían resistirse a la tentación.
Había sido fácil manipularlos. Duncan, con su sed insaciable de poder, y Niamh, dispuesta a cualquier cosa para obtener lo que quería: al Alfa de las Tierras Altas. Ambos tenían sus propios demonios, pero el anhelo por conseguir más los cegaba. Lo que les prometí no solo los fortalecería, sino que les abriría la puerta a todo lo que ansiaban: el control absoluto.
Caelan sería reemplazado. Eilidh despojada de su poder. Invernia, finalmente, caería bajo sus manos.
—Pronto, todo será mío —susurré, mi voz baja, pero cargada de una intensidad malévola. Sabía que el tiempo estaba de mi lado, pero también que el peligro de ser descubierta se acercaba. Eilidh y Caelan no serían fáciles de derrotar. No, el amor entre ellos representaba el mayor obstáculo que tendría que enfrentar, porque la magia negra podría ser poderosa, pero el amor... siempre ha sido el enemigo más difícil de derrotar.
Desde mi refugio, sentía cómo el vínculo entre Caelan y Eilidh vibraba a lo lejos, aún con el ridículo hechizo que formaron. Como un faro de luz y magia entrelazados. Podía percibir la fuerza de su amor, y eso solo me enfurecía más. Todo lo que deseaba era tomar ese poder para mí misma, despojarlos de él, y no me conformaría con menos. El destino de Eilidh y Caelan estaba marcado, pero yo cambiaría ese destino, lo torcería a mi favor, como siempre lo había hecho.
El día había llegado. Finalmente, iba a ejecutar mi venganza.
La magia negra fluía por mis venas como veneno: oscura, potente y profunda, como siempre debió ser. Mientras me concentraba en el hechizo, los símbolos antiguos que había trazado con precisión en el suelo comenzaban a cobrar vida. El aire a mi alrededor se espesaba, denso con la energía de lo que estaba a punto de desatar. El silencio era absoluto, solo roto por los susurros de mis propias palabras, que se entrelazaban con la magia que invocaba.
A medida que lo hacía, mis recuerdos comenzaron a fluir, inevitables, como si el hechizo los estuviera trayendo a la superficie.
Recuerdo aquellos días felices, cuando crecíamos juntas, Nyx y yo, como hermanas de sangre, unidas por un mismo destino. Pero nunca fuimos iguales. A medida que crecíamos, me di cuenta de que ella era la favorita, la elegida. Los ojos de todos siempre estaban sobre ella, admirándola, y eso me llenaba de una rabia insostenible.
Ambas compartíamos el mismo linaje mágico, pero siempre había algo en ella que me superaba. La envidia me carcomía. Cualquier cosa que hacía Nyx parecía especial ante los ojos de todos. Su conexión con la luz y la luna la convirtió en la Diosa de la Noche, y eso... eso lo quería para mí, pero Selene, la Diosa de la Luna, la eligió a ella.
No me importó que fuéramos hermanas. A mis ojos, ese destino debió ser el mío, pero no lo fue.
¿Por qué no yo? me preguntaba una y otra vez, sintiendo cómo esa pregunta se convertiría en el eco de toda mi existencia.
El hechizo avanzaba, y con cada palabra susurrada, el poder se intensificaba. Los recuerdos seguían inundándome, más vívidos, más intensos. Vi una vez más aquella confrontación que me cambió para siempre.
El día en que la Diosa Luna, Selene, vino a la Torre de la Luna, fue el principio del fin para mí. Ella se presentó ante Nyx y le dio lo más codiciado que una hechicera podía soñar: el destino de ser la guía de la Loba Emperatriz.
Lo vi todo: la forma en que la diosa la miraba, cómo la luz de la luna la rodeaba, cómo Selene la elegía otra vez para algo extraordinario.