La Guardiana de las Sombras I

Capítulo III

-Ahhhhh!!

¡¡Pum!! Caigo en la hierva con un golpe seco. Me duele todo  el cuerpo, apesar de que la hierva amortiguó la caída. Estoy rodeada de árboles, en lo que parece ser un claro en medio de un bosque, pero no es como los bosques que he visto, este se siente distinto, más... vivo. El cielo está plagado de estrellas que titilan; el tono de azul varía constantemente, del más claro al mas oscuro; y una hermosa luna llena, que se ve más grande que en La Tierra ilumina todo  el claro. Este lugar es hermoso, sin embargo un sentimiento de pérdida me domina.

Me siento en el suelo, abrazo mis rodillas temblorosas y comienzo a llorar. Esto es demasiado para mí, tía Fara estaría viva de no ser por mi terquedad... si tan solo la hubiera escuchado y creído en  el momento que me lo dijo... nos habríamos ido juntas en ese mismo instante y ella seguiría viva. Ella era todo lo que tenía y me la arrebataron, ya no tengo a nadie. Estoy sola.

Ese pensamiento me hace pedazos. Creí que estaba bien sin amigos, sin nadie más que mi tía, pero ahora ella no está, se ha ido para siempre. Ahora estoy en medio de un bosque, supuestamente en otro planeta y... completamente sola. No sé qué hacer ahora.

Una idea se abre camino por mi cabeza... tía Fara me dijo que buscara a alguien... a un tal Şěth. Pero dónde lo busco, estoy perdida rodeada de árboles desconocidos en un mundo desconocido. ¿Dónde debería comenzar a buscar?

Me seco las lágrimas con las manos, ya habrá tiempo de llorar después, cuando encuentre a ese Şěth o al menos un lugar para pasar la noche. Me levanto no sin dificultad y escojo al azar un camino.

¿Quién será Şěth? ¿De qué conoció a mi tía? Debe ser alguien de confianza si mi tía me manda con él. No importa cómo, debo encontrarlo, debo mantenerme con vida, no voy a desaprovechar el sacrificio de mi tía por mí.
Los árboles son espesos y hermosos, de todas las tonalidades de verde. Varía desde abetos a pinos, helechos, cedros y secuoyas. No estoy segura de cómo los sé diferenciar, nunca he sido chica exploradora ni nada de eso, la verdad es que nunca había visto un bosque fuera de la televisión, yo simplemente lo sé.
Camino durante una hora más o menos cuando siento los inconfundibles aullidos de lobos, muy cerca de donde estoy yo, demasiado cerca.

Empiezo a correr todo lo rápido que puedo impulsada por  el miedo a ser la cena de lobos hambrientos, pero no llego muy lejos, porque me tropiezo y me doblo el tobillo dolorosamente. En la caída me raspé las manos y las rodillas y cuando trato de levantarme me duelen. Ya de pie intento seguir corriendo, pero a penas sí puedo caminar cojeando. Creo que me hice un esguince.

-Por Dios, ¡¡ya nada puede ir peor!!

Y empieza a llover a cántaros sobre mi cabeza, en ese momento me doy cuenta de que la ley de Murphi existe: si algo puede ir mal, irá mal.

El suelo se vuelve lodoso y me es mucho más difícil caminar. Me duele muchísimo  el pie y  el agua helada me cala en los huesos y la ropa ligera que llevo no es de mucha ayuda contra el frío.

Pasan otras dos horas o eso me parecen cuando por fin distingo  el final del bosque,  el aguacero ha remitido un poco y ahora solo hay una llovizna. El aire frío me hace temblar todo el cuerpo y apenas puedo apoyarme del pie izquierdo sin que me duela como  el demonio. Pero cuando veo  el final me olvido del dolor y camino más rápido.

El aire fresco me recibe nada más salir de la linde del bosque y me dan escalofríos. El suelo está cubierto de pasto verde por donde alcanza la vista. En el horizonte veo montañas, pero no las distingo muy bien. Y allá a unos metros a la derecha, cuesta arriba está mi salvación: una mansión, que bien podría ser un castillo, con esos muros de piedra y esas torres a los lados; la oscuridad que aún sobrevive a la brillante luna y la llovizna que se me cuela en los ojos no me deja distinguir en profundidad los detalles, pero hay gente ahí y eso es lo que importa.

Camino hasta la base de la colina en donde está la fortaleza y comienzo a ascender por el sendero de escaleras de piedra, para mi sorpresa, pulida: deben de ser gente de la nobleza o poseer mucho dinero para permitirse ese lujo. Me duele todo y mi cuerpo grita por un descanso, pero sé que si me detengo ahora no me podré levantar después.

La colina no es tan alta, pero aún así cada escalón es una agonía para mi tobillo que ya se está hinchando. Espero que las personas que vivan ahí sepan hablar mi idioma o va a ser muy difícil pedirles alojamiento y comida, no tengo dinero de este planeta, pero si les doy pena a lo mejor me dejan pasar. Ya por la mañana les pediré indicaciones para encontrar al Şěth que mi tía me dijo que buscara.

Cuando por fin llego al rellano de la mansión de piedra casi no me sostengo en mis piernas. Hay dos lámparas a los lados de la puerta que iluminan de amarillo la entrada. Toco la campana dorada y espero a que me abran la puerta, grande y con hermosos espirales tallados y pintados también de dorado.

Siento unos pasos que se acercan,  el sonido de una llave en una cerradura y  el de unos pestillos siendo corridos. La puerta de roble o de una madera gruesa y oscura se abre poco a poco y aparece una figura de un hombre delgado vestido lo más parecido a un mayordomo un poco a la antigua: zapatos negros de cuero lustrados, pantalones blancos de... ¿lino, tal vez?, camisa también blanca y chaqueta negra con botones dorados sospechosamente parecida al moderno esmoquin. Con esa indumentaria no se vería tan raro en mi planeta, quizá un poco pasado de moda.

Me quedo casi un minuto mirándolo, me esperaba calzas y jubones, no pantalones y camisas. Salgo del shock cuando lo oigo aclararse la garganta. Y es entonces cuando noto su pelo corto y... verde, dos tonos más claro que el mío, y me le quedo mirando otro minuto más. Tendrá unos 50 años, creo (con la gente de este planeta nunca se sabe a juzgar por mi tía), los ojos verdes oscuros razgados ligeramente y las orejas un poco puntiagudas adornadas con una especie de adorno dorado, y aunque es alto su rostro no intimida, sino que me ve con una amable paciencia y mirada espectante. Eso último es lo que me hace salir finalmente de mi estupor.



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En el texto hay: aventura, amor, magia

Editado: 25.08.2020

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