La Guardiana Larah

FAMILIA

En un lugar no tan distinto al nuestro, en un pueblo escondido entre colinas, vivía una niña de 8 años llamada Larah. Aquel día, el sol brillaba con normalidad, los árboles susurraban con el viento y los autos pasaban como siempre… pero para Larah, no era un día cualquiera.

Salió temprano de la escuela y caminó apurada hacia su casa. Algo en su estómago se retorcía, como si supiera que algo no estaba bien.

Apenas cruzó la puerta, vio a su madre en la cocina. Pero no estaba sola.

Él estaba allí. Víctor. El novio de su madre.

Un hombre grande, de manos pesadas y mirada que helaba. A Larah no le gustaba cómo la miraba, ni cómo hablaba, ni cómo olía.

Corrió escaleras arriba. Cerró su cuarto con llave, empujó los colchones contra la puerta, como si construyera una muralla. Luego se metió dentro del fuerte que había hecho junto a sus hermanas, sacó su cuaderno de dibujos y empezó a dibujar.

Una figura grande, con cejas gruesas y una sonrisa torcida. Le escribió un nombre debajo:
"Ogro malo Fiu Fiu".

De pronto, escuchó una voz muy pequeña a su lado:

—Te quedó muy bien. Se parece mucho a Fiu Fiu.

Larah sonrió al ver a Pempe, un gnomo de jardín de apenas unos centímetros de alto. Vestía su habitual traje rojo y su sombrero negro puntiagudo.

—¿De verdad lo crees, Pempe?

—Claro que sí, Larah. Pero hay que tener cuidado.

Ella se puso de pie y abrió la ventana. El viento trajo un destello brillante y un suave perfume a flores. Entró volando Thea, el hada de las flores. Su vestido azul tenía bordes amarillos que centelleaban con la luz del sol.

Los tres se sentaron en el fuerte.

—El ogro malo está aquí otra vez —susurró Larah—. Creo que me busca.

Pempe subió al dibujo y lo señaló con su bastón:

—Tú eres la guardiana de nuestro mundo, Larah. Pero también tienes que protegerte a ti misma.

Thea flotó cerca de la ventana, mirando hacia abajo.

—Ya se va el ogro. Ya se va mal —dijo cantando suavemente.

Alguien golpeó la puerta.

—¿Quién es? —preguntó Larah.

—Soy yo, hija. Ábreme.

La voz de su madre. Clara.

Antes de que Larah pudiera moverse, la llave giró por fuera. Clara entró. Miró el fuerte con expresión cansada.

—Otra vez, Larah… ya te dije que no tienes que tenerle miedo a Víctor. Es mi amigo. Baja a comer, por favor.

Larah asintió en silencio. Cuando su madre se fue, miró a sus amigos mágicos.

—Voy a bajar, pero debemos pensar qué hacer.

En el comedor, una mesa redonda estaba servida. Clara, con un delantal morado, sonreía:

—Chicos, ya está la comida. Siéntense.

Sara, la hermana mayor, de 15 años, llegó con su teléfono en la mano. Llevaba su suéter negro habitual, como si fuera su escudo. Se sentó sin decir nada.

—Deja el teléfono, Sara —dijo Clara.

—Sí, mamá. Un momento.

Ana, de 12, con sus dos crinejas y su eterna braga azul, llegó con su cuaderno bajo el brazo. Le gustaba pintar.

Sebas, de 10, arrastró los pies hasta la mesa.

—Mamá… sabes que no me gusta el pollo.

Carlos y Zack, los gemelos de 7 años, entraron corriendo, llenos de lodo. Uno tenía un remolino rebelde en el cabello; esa era la única forma de diferenciarlos.

Lucas, de 5 años, puso sus figuras de acción sobre la mesa antes de sentarse.

Kim, la bebé, estaba en brazos de Clara, riendo sin parar mientras su madre le daba cucharadas de puré.

Larah se sentó, pensativa.

—Mamá, hermanos… deberíamos mudarnos.

Todos se quedaron en silencio. Clara frunció el ceño.

—Come y guarda silencio. Lo mismo les digo a todos. Me esforcé en esta comida, así que respeten y coman.

Larah bajó la mirada. Con disimulo, metió un trozo de pan en el bolsillo para Pempe.



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En el texto hay: amor, magia, criaturasmagicas

Editado: 29.09.2023

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