La Guardiana Larah

AMIGOS

Esa mañana, Larah llegó temprano a la escuela. Solo tenía un amigo: Adrián, un niño curioso y leal, de su misma edad.

Al final de la clase, mientras los demás salían corriendo al recreo, Adrián se acercó.

—¿Y cómo va lo del ogro? —preguntó en voz baja.

Larah bajó la mirada. Apretó su cuaderno contra el pecho.

—Muy mal. Cuando llega a la casa me mira… y se lame los labios. Sé que quiere… hacerme daño. A mí y a mis hermanos.

Adrián la miró con ojos grandes, serios.

—Deberías decirle eso a tu mamá.

—No me escucharía. Mi mamá está… enamorada del ogro. Y cuando la gente se enamora se vuelve tonta. Creo que la hechizó. Pero no te preocupes, voy a encargarme de eso.

—Si necesitas ayuda… ya sabes dónde encontrarme —dijo él, sonriendo.

—Gracias, Adri. Nos vemos mañana.

Cuando llegó a casa, Larah subió corriendo a su cuarto y abrió la puerta de la casita de muñecas.

—¡Pempe! ¡Sal rápido!

El gnomo bostezó y se estiró, aún medio dormido.

—Ya llegaste, gran guardiana —dijo con voz ronca.

—Estuve pensando. Necesitamos ayuda con lo del ogro. Debemos consultar con alguien más sabio.

Se sentó en la ventana y gritó al viento:

—¡Thea! ¡Sé que estás cerca!

El hada entró flotando con una brisa perfumada. Se posó en su pierna.

—¿Y si hablamos con el anciano? —propuso Pempe, subiendo al hombro de Larah.

—Sí, pero él no habla con nadie sin una ofrenda —dijo Thea.

Larah sonrió.

—Tengo jamón en la nevera. Le podemos llevar un poco.

—¡Perfecto! Te esperamos en la entrada —dijo Thea.

La niña bajó a la cocina, abrió con cuidado la nevera, cortó un trozo de jamón y lo guardó en su bolsillo. Luego salió al jardín.

—Para hablar con el anciano, primero debemos cruzar por el guardián del camino —explicó Thea.

Llegaron a la casita del perro. Larah se paró frente a la entrada y dijo:

—¡Firulais! ¿Puedes salir?

Un perro negro, ya algo viejo, salió lentamente. Tenía una cinta azul al cuello.

—¿Otra vez tú, guardiana? Ya te dije que ese no es mi nombre.

—Lo sé, lo sé —dijo Larah—. Buen Chico, necesito cruzar para hablar con el anciano.

—¿Con el anciano? Uff… esa cosa peluda me da miedo. Pero pasa, si te atreves.

La niña cruzó al jardín del vecino. Caminó hasta una fuente en forma de paloma. En el centro, dormía un enorme gato blanco. La fuente estaba seca.

—Hola, señor anciano. Soy Larah —dijo acercándose con respeto.

El gato entreabrió un ojo, bostezó y dijo con voz profunda y lenta:

—¿Qué deseas, niña… o lo que seas?

—Vengo a consultar algo. Le traje una ofrenda —dijo, sacando el jamón.

El gato se incorporó de golpe, comió el jamón de un bocado y la observó con interés.

—Ahora sí te veo de verdad. Dime, ¿qué quieres saber?

—El ogro Fiu Fiu quiere hacerme daño. Y a mi familia. No sé qué hacer.

El anciano cerró los ojos por un momento.

—Tu madre… fue una guardiana, como tú. A tu edad, derrotó a un ogro. Pero creció… y la perdimos.

Larah tragó saliva.

—Entonces no puedo pedirle ayuda…

—Tu madre tenía un tesoro. Un arma que podía destruir cualquier criatura oscura. Búscala. Encuentra ese tesoro y tal vez puedas vencerlo.

—Lo haré. Gracias, Señor Ronroneo.

—Y la próxima vez, trae más jamón.

Larah rió bajito. Luego salió corriendo hacia su casa, el corazón latiéndole como tambor.



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En el texto hay: amor, magia, criaturasmagicas

Editado: 29.09.2023

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