La Guardiana Larah

El Monstruo Triste

Larah corrió por el pasillo. Un sonido metálico retumbó desde la cocina. Bajó los escalones con cuidado, el corazón golpeándole el pecho.

—¿Escucharon eso? —susurró.

Abrió la puerta lentamente… y no encontró su cocina. Era una cueva enorme, oscura, húmeda. El techo se perdía en sombras, y colgaban jaulas de hierro de las rocas.

—¿Dónde estamos? —preguntó Larah, con la voz temblorosa.

—Creo que es la guarida… de un gran monstruo —respondió Pempe, husmeando el aire.

—Vean eso… ¡un cíclope! —gritó Tea, escondiéndose tras el cuello de Larah.

Frente a ellos, una criatura colosal descansaba sobre una pila de huesos. Tenía un único ojo gigantesco, negro y cubierto de venas. Su boca babeaba sin control. Su respiración era pesada… como si llorara en secreto.

Entonces Larah lo vio: su hermano Sebas. Dormido, encerrado en una jaula a varios metros de altura.

La niña tragó saliva. Dio un paso. Otro. El suelo crujía bajo sus zapatos. Cada paso era una batalla contra el miedo.

—¡Oye tú! ¡Cíclope! Devuélveme a mi hermano.

El monstruo giró la cabeza lentamente. Al ver a Larah, se incorporó y tomó la jaula con Sebas. La bajó con delicadeza y la dejó junto a ella.

—Llévatelo… por favor. Ese niño no paraba de hablar. Me dijo tantas cosas que ahora… me siento deprimido.

Larah frunció el ceño, sorprendida.

—¿Qué?

—Me hablaba de su perrito. De ti. De lo que extraña las mañanas de pan tostado. Hasta me cantó una canción. Me hizo pensar en lo solo que estoy…

Larah corrió a la jaula, pero estaba cerrada con una cerradura gruesa.

—¿Dónde está la llave?

—Aquí —dijo el cíclope, alzando la mano—. Pero espera, niña fea. Debemos hacer un trato.

—¿Qué quieres?

—Ríeme. Cuéntame algo gracioso. Una historia, un chiste, algo. Si me haces reír, te doy la llave.

—No sé contar chistes…

—¡Entonces inventa! —gruñó el cíclope, golpeando el suelo con su puño. La cueva entera vibró.

—Prométeme que si me sale bien, me darás la llave.

—Prometido. Como mi nombre, que es Promesa.

Larah se quedó callada. Miró a Sebas dormido. Recordó cómo siempre se reía con los chistes más tontos.

—Está bien, Promesa. Escucha esto:

—¿Por qué está feliz la escoba?

El cíclope se acercó, curioso.

—¿Por qué?

—Porque va arriendo —dijo Larah con una sonrisa tímida.

Hubo un silencio… y de pronto, una carcajada explosiva.

—¡¡¡JAJAJAJA!!! ¡¡Eso estuvo horrible!! ¡¡Pero me hizo reír!!

La risa fue tan fuerte que cayeron piedras del techo. El cíclope temblaba de tanto reírse, y al hacerlo, lanzó la llave por los aires.

Larah la atrapó. Abrió la jaula y tomó la mano de Sebas. Pero en ese instante…

Todo desapareció.

Estaban de nuevo en la cocina. Normal. Como si nada hubiera pasado.

Larah, jadeando, arrastró a su hermano hasta el cuarto de lavandería. Lo cubrió con mantas, le dio un beso en la frente y le susurró:

—Ya estás a salvo, Sebas. Te prometo que los traeré a todos de vuelta.

Y salió corriendo. Faltaban más hermanos por rescatar. Pero ahora… tenía un poco más de esperanza.



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En el texto hay: amor, magia, criaturasmagicas

Editado: 29.09.2023

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