La Guardiana Larah

El campo encantado

Larah corría por el pasillo cuando notó algo extraño: flores. Pétalos de todos los colores cubrían el suelo como si una primavera mágica hubiera florecido dentro de casa.

Al girar en la esquina, la vio.

Una criatura pequeña, cubierta de hojas y flores. Su cabello eran plumas de colores, y sus ojos, de un amarillo intenso, parecían brillar desde dentro.

—Hola, guardiana —dijo la criatura, acariciando sus plumas—. Soy Sueño, la ninfa más hermosa de todas.

—¿Una ninfa? ¿Tú tienes a alguno de mis hermanos?

—Ven, querida amiga —dijo Sueño, posando una mano ligera sobre su hombro—. Jugaré contigo... pero solo cuando yo lo decida.

Larah retrocedió, incómoda.

—¡No quiero jugar! ¡Dime dónde están mis hermanos!

—Una pista: sal al jardín. Y sé rápida… muy rápida.

Sin dudar, Larah tomó a Pempe y corrió hacia la puerta trasera.

Al abrirla… se quedó sin aliento.

El jardín había desaparecido. En su lugar se extendía un campo inmenso lleno de caballos, ovejas, y animales que nunca había visto. El aire olía a hierba fresca, y el cielo brillaba con una luz casi irreal.

—Mira, Larah… ¡eso parece un pegaso! —dijo Pempe señalando al cielo.

En lo alto, un majestuoso caballo con alas blancas flotaba entre las nubes. Su pelaje era marrón claro, y brillaba con el sol.

Larah dio un paso al frente, hipnotizada.

De repente, un ser corrió hacia ella: mitad hombre, mitad caballo. Su melena negra ondeaba al viento y su torso musculoso relucía con el sudor.

—¡Hola doncella! Soy Gavilan, el más veloz de todos los centauros —dijo con una sonrisa orgullosa.

—Hola... estoy buscando a mis hermanos —dijo Larah.

—Ah, sí, sí… claro. Pero primero ayúdame a atrapar ese hermoso pegaso.

—¿Y si no quiero? —respondió Larah, frunciendo el ceño.

—¡Vamos! Es solo un juego. ¿No ves lo divertido que será? Y mira por allá… la señora Frijol, ¡un unicornio real!

Larah miró hacia donde señalaba. Un unicornio gris pastaba tranquilo, su cuerno dorado parecía una lanza de luz.

—Es hermosa… —susurró.

Pero antes de que pudiera acercarse, el centauro ya corría en dirección al pegaso. Larah lo siguió, con el corazón latiendo fuerte.

El pegaso batió sus alas y alzó el vuelo, burlando con gracia al centauro.

—¡No podemos atraparlo así! —gritó Larah, jadeando.

—Entonces mira esto —dijo Gavilan, sacando un cuerno dorado. Al soplarlo, un sonido mágico llenó el campo. Los caballos comenzaron a correr desbocados en todas direcciones.

Larah intentó esquivarlos, pero tropezó y cayó al suelo. Vio a los animales acercarse a toda velocidad.

—¡Pempe, Tea, corran! —gritó, cubriéndose la cabeza.

Pero entonces, el viento cambió.

Un susurro de alas. Un relincho celestial. El pegaso descendió como una estrella fugaz, la tomó por la ropa y la alzó en el aire.

Por un momento, Larah voló. Sintió el cielo en la cara y la libertad en el pecho.

Pero el momento duró poco. El pegaso descendió y la dejó caer suavemente sobre la grama.

Larah rió, mareada pero feliz. El pegaso se quedó a su lado, comiendo tranquilo.

—¡Niña! ¿Qué haces con él? ¡Yo lo vi primero! —gritó el centauro, enojado.

Larah se puso de pie, molesta.

—¿Qué me pasa? ¿Qué te pasa a ti? Solo hablas, gritas y pides sin escuchar. ¿Quieres ayuda? Pídela bien. Usa por favor y gracias.

El centauro se detuvo en seco. Bajó la cabeza… y comenzó a llorar.

Larah, sorprendida, se acercó. Sin decir nada, lo abrazó.

—Está bien… todos necesitamos ayuda a veces.



#9261 en Fantasía
#2040 en Magia

En el texto hay: amor, magia, criaturasmagicas

Editado: 29.09.2023

Añadir a la biblioteca


Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.