La Guardiana Larah

El Guardián del Oeste

Los unicornios corrían con elegancia alrededor del rebaño, mientras los caballos pastaban bajo el sol. Cerca de Larah, el centauro Gavilán lloraba en silencio, con la cabeza agachada.

—¿Por qué lloras, Gavilán? —preguntó Larah con voz suave.

El centauro tardó en responder. Tomó aire profundamente y miró al suelo.

—Un ogro me hizo una promesa —dijo finalmente—. Me dijo que si le conseguía dos niños humanos… él hablaría bien de mí ante el Gran Oeste… el pegaso. Así, podría volar con él. Ser importante.

Larah lo miró con seriedad.

—¿El Gran Oeste es ese pegaso?

Gavilán asintió.

—Y ahora no sé qué hacer.

—Lo primero es decirme dónde están mis hermanos.

Dos pequeños ponis se acercaron trotando suavemente. Sobre sus lomos, dormían Carlos y Zack.

—Por favor —dijo Gavilán con los ojos rojos—. Te devolveré a tus hermanos. Ayúdame. Quiero hacer lo correcto.

Larah acarició la cabeza de su hermano menor y dijo:

—Empieza por ser su amigo. No puedes volar con alguien si ni siquiera le hablas con el corazón.

—¿Amigo? No quiero eso… quiero ser más que eso.

—Entonces sé un buen amigo primero. Aprende a conocerlo, ayúdalo. Así se empiezan todas las grandes historias.

El centauro miró al pegaso a lo lejos. Dudó un momento. Luego, con paso firme, caminó hacia él. Se inclinó con respeto.

—Gran Oeste… Guardián de los campos… no vengo a atraparte. Solo quiero estar a tu lado. Ayudarte. Ser… tu amigo.

El pegaso lo miró largo rato. Luego caminó lentamente hacia él y le permitió tocar su lomo. Gavilán soltó una risa suave, como un niño feliz.

Larah sonrió, y caminó para unirse. Pero un unicornio gris se cruzó en su camino, y con su mirada brillante, la obligó a retroceder.

—Debo marcharme —dijo Larah, tomando a sus hermanos con cuidado—. Gracias por todo.

Gavilán se acercó.

—¡Espera! El ogro planea algo. Puede que vaya tras ti.

—Lo sé —respondió Larah con valentía—. Pero tengo a Pempe, a Tea… y ahora a ti. No estoy sola.

—No sé si podré ayudarte —dijo Gavilán, cabizbajo.

—Entonces solo quédate atento. Eso también es ayuda.

Larah tocó las manos de sus hermanos. En un parpadeo, ya estaban en el jardín de su casa. Los llevó hasta la casita del perro y los acomodó con cuidado.

—Buen chico, ven un momento —llamó.

El perro salió moviendo la cola, orgulloso con su lazo azul.

—¿En qué puedo servirte, guardiana?

—Cuida de Carlos y Zack, ¿sí?

—Con gusto. Protegerlos será el mayor honor de mi vida.

Larah le sonrió y regresó a la casa. Pero al entrar, la ninfa Sueño la esperaba junto a la puerta.

—Ya rescaté a mis hermanos. ¿Dónde tienes a Ana?

La ninfa rio dulcemente.

—Ana… no me suena. ¿Es como yo?

—Muy parecida. Y seguro igual de traviesa —dijo Larah, cruzando los brazos.

Sueño le guiñó un ojo y respondió:

—Mejor sube al cuarto de arriba. Te están esperando.

—¿Quién? ¿Otra criatura?

—No diré nada. Las locas guardianas deben descubrirlo por sí mismas.

Y con una sonrisa traviesa, la ninfa desapareció en un remolino de pétalos que danzaban en el aire.



#8068 en Fantasía
#1797 en Magia

En el texto hay: amor, magia, criaturasmagicas

Editado: 29.09.2023

Añadir a la biblioteca


Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.