Larah caminaba por los pasillos oscuros de su casa, con las lágrimas marcándole las mejillas. Estaba cansada. Su cuerpo dolía, su corazón pesaba. Pero no podía detenerse. No aún.
La Ninfa estaba parada frente a la puerta del baño, envuelta en un leve resplandor de pétalos flotantes.
—Por favor... si tienes a uno de mis hermanos, entrégalo —dijo Larah con voz quebrada.
La Ninfa la observó en silencio. Sus ojos eran profundos, como si pudieran ver todo dentro de Larah.
—Pequeña niña... Está bien. Juguemos un juego. Si ganas, te daré algo que estás buscando.
Larah frunció el ceño y apretó los puños, levantando a Pempe con impaciencia.
—¿Qué juego?
—Escondidas —respondió la Ninfa con una sonrisa ligera.
—¿Tú te escondes o yo?
—Ya escondí algo. Tienes cinco minutos para encontrarlo… o pierdes.
—¿Al menos una pista?
—Está en el único lugar de esta casa al que el ogro jamás ha entrado.
Con esas palabras, la Ninfa desapareció en un remolino de pétalos.
Larah se dejó caer junto a Pempe y Tea, respirando con dificultad.
—¿Dónde será ese lugar...? —preguntó Pempe, dando vueltas en el aire.
—Bueno… el ogro ha estado en la sala, la cocina, los cuartos, los baños…
—También en el jardín —añadió Tea—. ¡Y en el lavadero!
Larah pensó en silencio. Entonces sus ojos se abrieron con una chispa.
—El único lugar donde nunca ha estado… es el único al que casi nadie entra.
Se puso de pie de golpe. Pempe y Tea la siguieron.
—¿Cuál es ese sitio? —preguntaron al unísono.
Larah levantó la vista hacia el techo del pasillo del segundo piso.
—La azotea —dijo en voz baja—. Mamá me contó que la cerró cuando era niña. Siempre le tuvo miedo. Nadie entra ahí.
—¡Déjamelo a mí! —exclamó Tea, volando hacia la cerradura oxidada.
Se deslizó por el orificio y tras unos segundos de tensión, se escuchó un clic.
La trampilla se abrió lentamente, revelando una vieja escalera de madera.
Larah subió primero, con Pempe en su hombro. La oscuridad de la azotea los envolvía como una manta pesada. Cajas viejas, telarañas, polvo… pero también algo más: un sollozo suave, casi imperceptible.
—¡Ana! —gritó Larah, corriendo entre las sombras.
En una esquina, encogida y temblando, su hermana Ana lloraba. Larah se lanzó a abrazarla, ignorando el polvo y la oscuridad.
—¿Estás bien? ¿Te duele algo? —le preguntó mientras le secaba las lágrimas.
—Sí… ¿y tú?
—Estoy aquí. Ya estás a salvo.
—Me escondí aquí. Él me perseguía… golpeaba la puerta… corrí sin pensar… solo quería que no me encontrara.
—¿Él llegó a tocarte?
Ana negó con la cabeza, pero se abrazó más fuerte a su hermana.
—No… pero no sé dónde están los demás…
De pronto, un viento suave se levantó. La Ninfa apareció frente a ellas en un remolino de luz.
Ana abrió los ojos y al ver a la criatura, palideció. Sus piernas cedieron y cayó desmayada en los brazos de Larah.
—¿¡Qué le hiciste!? —gritó Larah, levantando a su hermana con esfuerzo.
—No fue mi intención. A veces… mi presencia es demasiado intensa para los humanos. Pero necesito decirte algo.
—Habla de una vez.
—No eres quien crees ser. Él te teme. Porque eres más fuerte que él. Pero para vencerlo, debes saber quién eres realmente.
—Soy la Guardiana. Los protegeré a todos.
La Ninfa la miró con seriedad.
—Ese es el problema. Eres la Guardiana, sí… pero, ¿de qué?
Tea y Pempe intentaron interrumpir, pero la Ninfa tomó suavemente la mano de Larah.
—Eres la Guardiana de las criaturas sin camino. De aquellas que se perdieron en la oscuridad y buscan volver a la luz.
—¿Qué dices? ¡Pempe y Tea son criaturas de luz!
—Lo sé. Pero el equilibrio requiere que entiendas ambos lados. Mi tiempo se agota.
Larah la miró con duda, su corazón latiendo rápido.
—Tu hermana estará segura aquí. Pero el bebé… el bebé necesita tu ayuda ahora.
—¿Sabes dónde está?
—En su cuna. Aunque no lo veas… sigue buscando.
—Gracias, Ninfa.
—Siempre estaremos de tu lado, si nos necesitas.
Larah acostó a Ana con cuidado bajo la escalera. Le dio un beso en la frente. Tea y Pempe la miraban en silencio.
Sus pensamientos estaban revueltos, pero no había tiempo. Apretó los dientes, tomó aire… y bajó corriendo.
El bebé la esperaba.