Larah miró al ogro con el corazón latiendo con fuerza, sintiendo el miedo y la determinación entrelazados en su pecho.
—Tal vez no sea grande ni fuerte como tú —dijo con voz temblorosa, pero firme—. Puede que no tenga la fuerza para detenerte, pero... voy a luchar por mis hermanos, por mi mamá y por mí. No voy a parar. No hasta ganar.
El ogro sonrió, una sonrisa cruel y fría, y acarició el cabello de Larah con lentitud. Luego, de repente, la tomó del cuello. Pempe y Tea se lanzaron a intervenir, pero ella los detuvo con una mano temblorosa.
—No. No dejaré que les hagas daño.
Pempe y Tea se ocultaron rápidamente bajo la cama, preocupados.
—¿Me vas a comer? —preguntó Larah, intentando ocultar el temblor en su voz—. ¿O solo me vas a matar por ser la guardiana?
El ogro soltó una carcajada amarga.
—No sé ni de qué hablas... ¿Comerte? Quizás.
Las lágrimas comenzaron a rodar por las mejillas de Larah, sin que pudiera detenerlas.
—Estoy lista —dijo, apretando los puños—. Ven. Enfréntame.
El ogro la lanzó al suelo con fuerza. Larah sintió el impacto, pero buscó levantarse. Él la empujó de nuevo y, con una mano, la agarró del cabello para darle una cachetada. El dolor le nubló la vista, pero sus ojos seguían fijos en el ogro. Con esfuerzo, se puso de pie una vez más.
De repente, Pempe apareció delante de ella, firme y decidido.
—Larah, yo seré tu escudo —dijo con voz profunda—. Protégete con mi fuerza. Yo también cuidé de tu madre, ahora te cuido a ti.
Larah tomó a Pempe en sus manos, y él se transformó en un escudo rojo que brillaba con intensidad.
—Y yo te daré toda la magia de las hadas —agregó Tea, posándose en la otra mano, convirtiéndose en una espada dorada que destellaba en la penumbra.
Con su escudo y espada en mano, Larah se levantó, enfrentando al ogro que la observaba con una sonrisa burlona.
—Vamos, ogro. Ya no tienes excusas.
El ogro corrió hacia ella y comenzó a golpearla con furia. Larah sintió el impacto de cada golpe, la sangre le brotaba por la nariz, el cuerpo le dolía y su visión se nublaba. Pero, contra todo pronóstico, no caía.
En sus ojos, pudo ver la furia más pura: colmillos afilados, ojos negros como la noche, la ira de quien lo ha perdido todo.
Golpe tras golpe, Larah resistía. Hasta que una última embestida la dejó de rodillas, casi sin fuerzas.
—Muere —gruñó el ogro—. Si no eres mía, no serás de nadie.
Larah sintió el mundo girar, pero se levantó tambaleándose y, con voz apenas un susurro, dijo:
—Soy Larah, la guardiana... y tú... ya perdiste.
De pronto, una sombra cruzó la habitación: la esfinge apareció, atacando al ogro con garras y velocidad. Un centauro irrumpió, seguido por la ninfa montada en él y un sátiro que blandeaba un palo, golpeando al enemigo.
—¡Ya basta! —rugió el ogro, lanzándolos a todos por los aires.
Larah apretó con fuerza su escudo y espada, mirándolo fijamente.
—Es hora de acabar contigo.
Los aliados de Larah se levantaron y se pusieron a su lado. Desde la oscuridad, la madre dragón emergió, imponente y feroz. Sus ojos se clavaron en el ogro mientras sus garras lo atrapaban con fuerza.
—Por todos los niños que destruiste —dijo con voz profunda—.
Una ráfaga de fuego negro y verde brotó de su boca, envolviendo al ogro en llamas oscuras. Los demás arrojaron lo que pudieron, y el ogro quedó inmóvil, consumido por el fuego.
Larah sintió que el mundo se apagaba a su alrededor. Una sonrisa leve se dibujó en sus labios antes de caer inconsciente.
Cuando abrió los ojos, estaba en una camilla. Una mujer revisaba sus heridas mientras Larah veía a su madre a lo lejos, sosteniendo a Kim en sus brazos. Al verla despertar, su madre corrió y sus hermanos aparecieron corriendo hacia ella.
—¿Estás bien, mi amor? —preguntó su madre, abrazándola con lágrimas en los ojos.
—Tiene muchas heridas... la quijada fracturada. La llevaremos al hospital, pero estará bien —dijo la doctora con calma.
La madre de Larah la tomó de la mano, sollozando.
—Perdóname, hija... tenías razón.
Días después, la madre de Larah le llevó flores al hospital. Larah dormía, aún frágil pero viva.
—Veo que ganamos —dijo Pempe, apareciendo a su lado.
—Él me engañó y casi destruye a mi familia. No sé qué hacer ahora, especialmente si ella es la guardiana —confesó la madre, mirando al gnomo.
—Tú fuiste guardiana una vez, y ganaste —respondió Pempe—. Ahora le toca a ella, y pronto ganará, como ese día contra Fiu Fiu.
—Tú y Tea son mis mayores tesoros. Por favor, protégela —pidió la madre con voz quebrada.
Tea voló y se posó frente a ella.
—Sus hermanos están bien. Ella estará bien, y estará con nosotros. Larah es la guardiana de todos los que fuimos olvidados.
Desde la sombra, una presencia se dibujó detrás de Larah, proyectando una leve sonrisa en su rostro dormido. Sabía que había ganado. Había salvado a su familia.
Y con eso, todo estaba en paz... por ahora.
Fin