La Guarida de La Pantera

1- INSERCIÓN

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INSERCIÓN

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Bajo lo prohibido siempre se esconde la tenacidad de querer cambiar las cosas, de romper las reglas y desafiar la vida.

En lo prohibido se esconde un deseo que despierta la atracción y dispara la adrenalina en nuestro cuerpo para finalmente sentir la esperanza emerger desde lo imposible.

Hayat y Omer experimentaban aquel deseo.

Ambos se encontraban envueltos entre las sábanas gruesas de una cálida habitación al extremo de Zalam, huyendo de las reglas establecidas y procurando que los ojos de la Pantera no estropearan su amor.

En esas fugaces horas de la madrugada, el tiempo se detenía un rato y la muerte sonreía desde la distancia, observando la tenacidad de dos cuerpos que no paraban de jadear hasta el amanecer. La vida de ambos parecía ser mucho más valiosa en esos instantes, cuando solo había dos miradas sostenidas entre gemidos y besos envueltos en deseos y suspiros compartidos.

Los ojos azules de Hayat encendían en Omer una llama de esperanza que ninguna mujer había logrado encender antes, y cada momento junto a ella era un pequeño tesoro que le hacía esperar el próximo encuentro.

—Cada día te amo más —pronunció Hayat intentando controlar su respiración, y finalmente descansó a un lado de Omer.

—¿Estás segura?

Otra llamada entrante sonó y entre suspiros, Omer terminó apagando su teléfono.

—Por supuesto, idiota.

Admirar el cuerpo de Omer se había vuelto una de sus actividades favoritas; sus trabajados pectorales la hacían sonreír sin darse cuenta y siempre terminaba depositando pequeños besos en su pecho hasta quedarse dormida.

—¿Quién te llama tanto? —preguntó Hayat, al notar el rostro de Omer apagado.

—Asher —respondió entre suspiros—. Desde que mi padre murió, mamá lo presiona y él me agobia a mí.

—Típico de hermanos mayores; mi hermano era así. Era valiente, protector y muy correcto.

—Nunca te he preguntado, ¿cómo falleció tu hermano?

Hubo un silencio de algunos segundos que estuvo envuelto en tiernas caricias por parte de la pelirroja.

—En una operación de mi padre —soltó Hayat con pocos ánimos de conversar sobre el tema y unos segundos después, preguntó—: ¿Quieres que te confiese algo?

Él asintió y cerró sus ojos, dejando descansar su cuello sobre la almohada fría.

—Desde la muerte de mi hermano, todo cambió para mí. Pude acostumbrarme a la ausencia de mi madre, pero lo de mi hermano me arruinó por completo. Cuando lo perdí, odié la vida. Sentí que perdí el sentido de todo, y odié a mi padre, esta ciudad desgraciada, todo... Pero luego te conocí.

No hubo respuesta, Omer se limitó a acariciar los cabellos naranjas de Hayat, mientras sonreía placenteramente con aquella confesión. Ella no sabía con certeza que rondaba dentro de la cabeza de Omer, pero podía escuchar perfectamente su corazón agitado y notar la piel erizada de su pecho.

—¿Qué pasó con tu madre? —preguntó Omer nuevamente, mientras se enderezaba para observarla mejor—. Nunca me hablas de tu vida personal, ¿no confías en mi?

—Falleció de cáncer. Mi padre nunca amó a nadie, pero mi madre parecía importarle un poco. Cuando murió se encerró en su habitación durante semanas.

Ante las palabras vacías, Omer besó su frente y la pegó a su pecho de nuevo mientras avivaba el placer con suaves caricias sobre su espalda.

—¿Y tu padre no te pregunta a dónde vas durante las noches?

—Casi no lo veo, no le importo mucho —replicó en medio de un gesto de inconformidad—. Me alejó de él desde que mi hermano falleció, que me haya enviado lejos de la ciudad fue algo que agradecí mucho.

—¿Por qué hizo eso?

—Yo quise irme, pero cuando volví de visita cerraron Zalam y me quedé atrapada de nuevo.

—¿Y por qué volviste?

—Necesitaba buscar unas cosas que había dejado en la mansión —suspiró con pesadez—. ¿Podemos dejar de hablar de mi padre?

Hayat levantó la vista hacia el rostro de Omer y se encontró con sus largas pestañas tocando sus cejas, acarició su barba despoblada con una sonrisa traviesa que lo hizo sonreír.

—Algún día tendrá que saber sobre lo nuestro —aseguró Hayat, acomodándose sobre él de nuevo, y mientras se frotaba con diversión sobre su abdomen, agregó—: No viviremos así siempre, ¿o sí?

—Ojalá fuera tan fácil —recostó la cabeza sobre la almohada y cerró los ojos—. Todo esto de la promesa negra y La Guarida... sabes cómo son las cosas.

—Pero hace unos meses dijiste que eso no nos detendría —se apartó un poco—. ¿Ahora tienes miedo?

—Dame tiempo, he intentado hablarlo con Asher, pero sé que me matará cuando lo sepa.

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Mientras tanto en la mansión Iskandar, Leila discutía con su hijo mayor.

Se había hecho una costumbre oír los reproches nocturnos cuando Omer no venía a cenar y llegaba en la madrugada, pero a Asher comenzaba a irritarle hacerse responsable de su hermano delante de su madre.




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