Hace mucho tiempo, en el mundo de Avalon, en el vasto continente de Megalovia, una feroz guerra asoló la tierra. Los titanes y los celestes estaban inmersos en un conflicto,un dia nacio un niño el cual poseia un maná tan imponente que superaba al de muchos titanes. Este niño se llamaba Aiden Sonere, el celeste más poderoso jamás nacido en Ninrah. Su existencia, sin embargo, no fue bien recibida por los titanes. Alarmados por la presencia de un celeste tan formidable, decidieron destruir Ninrah a toda costa.
El ataque de los titanes fue brutal y devastador. Cientos de titanes asaltaron la ciudad simultáneamente, imposibilitando cualquier reacción por parte de los celestes. En medio del caos, los padres de Aiden tomaron una decisión desesperada para salvar a su hijo: enviarlo lejos de la ciudad con un basilisco llamado Zerah.
Miles de titanes asediaron la ciudad de Ninrah aquella fatídica noche, desatando una oleada de caos y destrucción. Las torres más altas se desplomaron, y las calles se llenaron de fuego y escombros. Los Sonere, la orgullosa familia que lideraba la defensa de la ciudad, lucharon con una valentía inquebrantable, eliminando a cientos de titanes en el proceso. Sin embargo, la embestida era implacable. Tomados por sorpresa, los celestes caían uno a uno ante los ataques coordinados de los titanes, quienes empleaban una táctica aterradora: muchos de ellos se auto-inmolaban para provocar explosiones masivas, devastando todo a su alrededor.
Entre la carnicería, Atrelius, el hermano mayor de Aiden, batallaba en el corazón de la ciudad, con heridas cubriendo su cuerpo y el mana fluyendo al borde del agotamiento.
—¡Padre! ¡Debemos escapar! —gritó, con la voz rasgada por el esfuerzo y el temor—. Nos superan en número, y esas malditas explosiones están acabando con todos. Apenas... apenas me queda mana.
El patriarca de los Sonere, con la mirada dura pero llena de dolor, lo interrumpió.
—Atrelius, hijo mío... no hay escapatoria. Nuestra única opción es ganar tiempo. Tiempo suficiente para que Zerah escape con Aiden. Él es nuestra última esperanza, el futuro de nuestro linaje.
Atrelius apretó los puños, sintiendo el peso de la desesperación aplastando su pecho.
—Si ese es el caso, padre... haré lo que sea necesario. Los detendré hasta mi último aliento, aunque eso signifique... —hizo una pausa, incapaz de terminar sus palabras, tragándose el nudo en su garganta—. Protegeré a Aiden.
La madre de Atrelius, con lágrimas recorriendo su rostro ensangrentado, se acercó a él y lo abrazó por última vez.
—Atrelius... mi niño... lamento que todo termine de esta manera. Soñé con el día en que formases tu propia familia.
Atrelius, tragándose su dolor, le sonrió con tristeza.
—Madre, ahora nada de eso importa. Lo único que importa es que Aiden viva.
Dio media vuelta y, sin mirar atrás, volvió al campo de batalla. La figura de Atrelius se desvaneció entre el humo y las llamas, pero su determinación era un faro que brillaba en la oscuridad.
El padre de Aiden posó una mano en el hombro de su esposa, apretándola con fuerza.
—Es hora, mi amor. Debemos enviarlo ahora... o será demasiado tarde.
La madre de Aiden sostuvo al pequeño con manos temblorosas, sus lágrimas cayendo sobre el rostro tranquilo del bebé.
—Lo protegeremos... aunque nunca lo volvamos a ver.
El padre asintió, su voz tan firme como su resolución.
—Ninrah puede caer. Nosotros podemos perecer. Pero Aiden vivirá... y llevará consigo la esperanza de nuestro linaje.
Con un último beso en la frente del pequeño, lo colocaron en el lomo de Zerah, el majestuoso basilisco que los había servido fielmente durante generaciones. Con un rugido que estremeció el aire, Zerah se adentró en la noche, llevando consigo al último destello de esperanza de los Sonere, mientras Ninrah se hundía en el abismo del caos.
Gracias a esta acción, Aiden pudo salvarse, pero Ninrah fue destruida. Los titanes, concentrados en su misión de aniquilar la ciudad, no notaron la desaparición de la aura gigantesca de Aiden. Nunca volverían a encontrarlo, pues los padres de Aiden le habían colocado un collar que ocultaba su poder. Creyendo que el bebé había muerto, los titanes se retiraron a sus montañas y permanecieron ocultos en cuevas por muchos años.
Han pasado 17 años desde el incidente. La guerra entre titanes y celestes llegó a su fin, y los titanes siguen sin aparecer. En un rincón olvidado del continente, en la ciudad infernal de Nyraxia, Aiden creció bajo el cuidado de sus padres adoptivos: un demonio llamado Kaelor y una medio demonio llamada Lyssa.
Kaelor era un guerrero formidable, con cuernos oscuros y un aura intimidante, mientras que Lyssa poseía una gracia sobrenatural, con ojos de fuego y una voz dulce pero firme. Ambos criaron a Aiden con disciplina y amor, enseñándole sobre la supervivencia, la magia oscura y el arte de la guerra.
Aiden creció creyendo que era un demonio. Aunque su aspecto físico no coincidía del todo con el de sus padres, Kaelor y Lyssa le decían que era especial, un híbrido con un potencial que otros demonios jamás entenderían.
—Padre, ¿por qué no tengo cuernos como tú? —preguntó Aiden cuando tenía 10 años.
—Porque tu sangre es única, hijo mío. No necesitas cuernos para ser un demonio formidable. —respondió Kaelor mientras le enseñaba a blandir una espada.
—Recuerda, Aiden, lo que importa no es cómo te ves, sino la fuerza que llevas dentro. —añadió Lyssa, acariciándole el cabello blanco y dorado.
Al cumplir 15 años, Aiden decidió convertirse en aventurero. Con el permiso de Kaelor y Lyssa, se trasladó a la ciudad de Darvenhold, un bastión de aventureros, mercenarios y comerciantes en el norte. Allí, Aiden vivió durante dos años, enfrentando numerosas misiones y desarrollando su reputación como un guerrero y mago formidable. Aunque su collar seguía ocultando su verdadero poder, Aiden llegó a creer que era simplemente un demonio prodigio con habilidades inusuales.
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Editado: 14.01.2025