La guerra de los Titanes

capitulo 7: preparaciones de guerra

La mansión Blackgold, un bastión imponente construido en el corazón de una montaña, resonaba con un ambiente tenso. Los candelabros iluminaban tenuemente la vasta sala principal donde Sahara y Thom, los líderes de la poderosa familia Blackgold, discutían sobre los eventos recientes.

—Los disturbios de maná han aumentado de manera alarmante —dijo Thom, observando un mapa mágico que proyectaba las áreas afectadas.

Sahara, sentada en un trono de ónix adornado con gemas negras, frunció el ceño mientras giraba un anillo en su dedo. —Sabemos que algo se está gestando, Thom. Los rumores sobre movimientos en la superficie no son coincidencia.

En ese momento, un subordinado entró apresuradamente, arrodillándose ante ellos. —Mis señores, Ragnar, el wyvern de Arakos Drakeel, ha sido visto volando hacia los territorios Mooncrest.

Sahara entrecerró los ojos, analizando la información. —Si Arakos está involucrado, significa que los Mooncrest también lo están. Esto solo puede significar una cosa: han descubierto algo que podría afectarnos.

Thom asintió lentamente, su expresión endurecida. —Es hora de tomar precauciones. Avisaremos a los titanes. Deben estar preparados para actuar en cualquier momento.

—Y nuestras tropas también deben estar listas. No subestimaremos a nuestros enemigos, especialmente si el hijo de Atlas está con ellos —agregó Sahara, su voz fría como el acero.

Con un gesto firme, Thom dio órdenes a los presentes. —Envía mensajeros a los titanes y moviliza nuestras fuerzas. Es momento de demostrar por qué los Blackgold son temidos en toda Avalonia.

El subordinado asintió rápidamente y salió de la sala. Mientras tanto, Sahara se levantó de su trono y caminó hacia la ventana, observando el paisaje oscuro y las montañas que rodeaban su fortaleza.

—Si la guerra es inevitable, nos aseguraremos de estar un paso adelante —dijo Sahara, su tono cargado de determinación.

Thom se acercó, colocándose junto a ella. —Que los dioses tengan piedad de aquellos que osen enfrentarse a los Blackgold. Nosotros no la tendremos.

Este pequeño acto marcaba el inicio de la guerra. Finalmente, el emisario llegó al dominio de los titanes, una vasta red de túneles y cámaras excavadas profundamente bajo la tierra. Los muros estaban reforzados con minerales cristalinos que emitían una luz tenue, mientras un calor constante llenaba el ambiente, como si el corazón del mundo latiera cerca.

A su llegada, el emisario fue recibido por Ramarack, una figura descomunal que llenaba el túnel con su presencia. Con una altura de 37 metros, su cuerpo estaba cubierto de una piel grisácea y rugosa, parecida a la roca viva, y sus ojos, como brasas ardientes, iluminaban el camino. Su voz grave resonó en los túneles como el eco de un trueno lejano:
—Sígueme.

Con pasos pesados que sacudían la tierra, Ramarack condujo al emisario a través de pasajes inmensos, lo suficientemente grandes como para acomodar a los titanes en su totalidad. Cada sala que atravesaban era más impresionante que la anterior, con techos abovedados que se perdían en la oscuridad y pilares naturales que parecían sostener el peso del mundo. Finalmente, llegaron a la Cámara del Consejo.

Allí, Nunimos esperaba. Su imponente figura de 45 metros hacía que incluso Ramarack pareciera pequeño en comparación. Sentado en un trono colosal tallado directamente en el lecho de roca, estaba rodeado de runas antiguas que pulsaban con un brillo dorado tenue. Su mirada era severa y pesada, y su mera presencia hacía que el aire se volviera denso, cargado de una autoridad abrumadora.

El emisario, sintiendo el poder de ambos titanes, se arrodilló respetuosamente. La voz de Nunimos, profunda y resonante como el choque de placas tectónicas, llenó la sala:
—Habla.

El emisario levantó la vista con cautela y dijo con voz temblorosa:
—Gran Nunimos, traigo noticias desde los Blackgold. Disturbios masivos de maná han sido detectados en la superficie, y Ragnar, el wyvern de Arakos Drakeel, ha sido visto volando hacia los Mooncrest. Esto solo puede significar que una amenaza real se cierne sobre nosotros.

Nunimos permaneció en silencio por unos segundos que se sintieron eternos, evaluando las implicaciones. Finalmente, habló, su tono cargado de gravedad:
—Ragnar no abandonaría su nido sin motivo. Este no es un simple rumor. Es una advertencia.

A su lado, Ramarack dio un paso adelante, su voz resonando en los túneles:
—¿Convocamos a las legiones, padre?

Nunimos asintió lentamente, su mirada fija en el emisario.
—Sí. Envía un mensaje a todos los comandantes. Los titanes deben estar listos para el llamado.

El emisario inclinó la cabeza y se retiró apresuradamente. Mientras lo hacía, Ramarack observó a Nunimos con una mezcla de curiosidad y preocupación.
—¿Crees que este enemigo está realmente a la altura de los titanes? —preguntó, su tono sombrío.

Nunimos se levantó de su trono con un movimiento lento pero imponente.
—Si Ragnar ha decidido volar hacia los Mooncrest, nos enfrentamos a algo que no podemos ignorar. Sea quien sea, está dispuesto a desafiar no solo a los Blackgold, sino a nuestra supremacía.

El suelo tembló bajo sus pies mientras los titanes comenzaban a movilizarse. Las legiones serían convocadas, y en las profundidades de la tierra, los tambores de guerra comenzarían a resonar, un presagio de la destrucción que estaba por venir.

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El emisario regresó apresuradamente a la mansión de los Blackgold para informar a los hermanos sobre los movimientos de los titanes. Al entrar en el salón principal, donde Thom y Sahara esperaban con impaciencia, se inclinó ligeramente antes de hablar.
—Mis señores, los titanes han comenzado a movilizarse. El gran Nunimos ha ordenado preparar a sus legiones.

Sahara sonrió con satisfacción mientras Thom se cruzaba de brazos, reflexionando sobre la noticia.
—Bien. Si ellos ya están en movimiento, nosotros debemos actuar desde dentro de la ciudad. Después de todo, Kandor aún tiene su propio ejército, y lo mejor será debilitarlo antes de que intervengan. —Thom habló con decisión, mirando a su hermana en busca de aprobación.




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