La llegada de los wyverns a la mansión Blackgold fue rápida y devastadora. El cielo parecía arder con el fulgor de las llamas que los dragones menores exhalaban mientras Ragnar lideraba la ofensiva. Los enormes portones de la mansión no tardaron en convertirse en cenizas, y el fuego comenzó a extenderse por los jardines y torres.
Desde una de las ventanas superiores, Sahara observaba la escena con una calma aparente, aunque su mente trabajaba frenéticamente.
—Así que decidieron llevarnos la guerra aquí... Qué audacia.
Thom, de pie junto a ella, apretaba los puños mientras veía cómo sus tropas en la mansión intentaban repeler a los invasores.
—¿Qué hacemos, Sahara? Si seguimos esperando, perderemos toda nuestra ventaja.
Ella le dirigió una mirada helada, y una sonrisa maliciosa se dibujó en su rostro.
—No hemos perdido nada, hermanito. Aún no hemos jugado nuestra mejor carta.
Sahara alzó una mano y un grupo de sus guerreros élite, portando armas encantadas con magia oscura, se reunieron frente a ella.
—Es hora de contraatacar. Thom, lleva a nuestras tropas principales a la salida trasera y haz que se enfrenten a los shinobis. Yo me encargaré de los wyverns.
Sahara salió al patio principal mientras las llamas rodeaban la mansión. Alzó ambas manos y empezó a conjurar un hechizo de gran escala. Una sombra envolvió el cielo y, en cuestión de segundos, enormes criaturas aladas de energía oscura comenzaron a formarse. Estas bestias espectrales, similares a wyverns pero con un aura siniestra, cargaron hacia Ragnar y los otros wyverns.
Desde el aire, Arakos notó el cambio en la batalla. Ragnar rugió con furia, lanzándose hacia una de las criaturas espectrales y destrozándola con sus enormes fauces.
—¡No bajen la guardia! —gritó Arakos, mientras intentaba coordinar a su ejército aéreo.
Mientras tanto, Thom lideraba el contraataque en tierra. Los shinobis de Demian eran rápidos y letales, pero los soldados Blackgold no se quedaban atrás. Las explosiones de técnicas chocaban con las defensas mágicas de los Blackgold, y el campo de batalla se convirtió en un caos de gritos, sangre y fuego.
Entre los shinobis, Demian observaba desde las sombras, evaluando cada movimiento. Su mirada se detuvo en Thom, y un destello de decisión cruzó sus ojos.
—Así que tú eres el estratega... Será interesante ver de qué estás hecho.
Con un gesto, Demian desapareció entre las sombras, moviéndose con sigilo hacia Thom.
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El cielo sobre la mansión Blackgold se había convertido en un campo de batalla. Las criaturas espectrales invocadas por Sahara, con sus cuerpos formados de magia oscura y alas como cuchillas, se enfrentaban con ferocidad a los wyverns liderados por Ragnar. Cada choque entre ellos llenaba el aire con destellos de energía mágica, rugidos, y gritos de guerra.
Desde el suelo, Sahara se mantenía como el núcleo de la ofensiva. Sus manos dibujaban complicados símbolos en el aire, reforzando y multiplicando las criaturas oscuras. Una sonrisa fría cruzó su rostro mientras observaba cómo una de sus bestias derribaba a un wyvern joven que no pudo evitar un ataque sorpresa.
—Estos reptiles son rápidos, pero no invencibles... —murmuró para sí misma.
De repente, un rugido atronador resonó desde el cielo. Ragnar, el imponente wyvern negro y dorado, se lanzó hacia las criaturas espectrales, destruyendo varias de un solo embate con sus colmillos y garras. Cada movimiento suyo era un torbellino de poder y ferocidad.
Sahara frunció el ceño, reconociendo que este wyvern no era como los demás.
—Así que tú eres el líder... Veamos qué tan fuerte eres realmente.
Con un movimiento fluido, Sahara extendió ambas manos hacia Ragnar y lanzó una ráfaga de cadenas negras, cada una serpenteando como si tuviera vida propia. Las cadenas eran rápidas y buscaban envolver al gran wyvern, pero Ragnar, con un giro inesperado en el aire, logró esquivarlas. Sin embargo, Sahara no parecía sorprendida.
—Sabía que no sería tan sencillo... —dijo mientras sus cadenas se desvanecían y sus ojos comenzaban a brillar con un tenue resplandor púrpura.
Desde el lomo de Ragnar, Arakos observaba la batalla con atención. Su wyvern era poderoso, pero podía sentir la presión que emanaba de Sahara.
—¿Así que tú eres la causante de este caos? —gritó, señalando hacia ella mientras Ragnar rugía con furia.
Sahara sonrió, alzando la vista hacia el jinete.
—Y tú debes ser el famoso Arakos Drakeel... ¿Crees que tus dragones pueden competir con el poder de un Blackgold?
Arakos no respondió con palabras. En su lugar, Ragnar abrió su boca y desató un aliento de fuego negro, apuntando directamente hacia Sahara. La explosión fue tan intensa que el suelo tembló bajo sus pies. Pero cuando el fuego se disipó, Sahara seguía de pie, rodeada por un escudo oscuro que había absorbido el ataque.
—¿Eso es todo lo que tienes? —se burló, mientras un círculo mágico comenzaba a formarse bajo sus pies.
Arakos sabía que el tiempo no estaba de su lado. Sahara era más peligrosa de lo que había anticipado, y si no hacía algo pronto, la batalla podría inclinarse en su contra. Con una leve inclinación de cabeza, susurró una orden a Ragnar.
El wyvern negro y dorado dejó escapar un rugido ensordecedor, elevándose más alto en el cielo. Luego, comenzó a girar rápidamente, creando un ciclón de fuego y viento a su alrededor. Sahara entrecerró los ojos, tratando de calcular sus movimientos.
—¿Qué planeas...?
De repente, Ragnar descendió con toda su fuerza, apuntando directamente hacia Sahara. El ciclón de fuego se extendió, obligando a las criaturas espectrales cercanas a desintegrarse y dejando a Sahara sin apoyo inmediato. Por primera vez, su expresión se endureció.
—¡No subestimes a un Blackgold! —gritó, levantando sus manos para formar un gigantesco escudo oscuro frente a ella.
El impacto fue devastador. El choque entre Ragnar y el escudo de Sahara hizo temblar el suelo, enviando ondas de energía en todas direcciones. Aunque Sahara logró resistir, su escudo se resquebrajó ligeramente, y una fina línea de sangre corrió por la comisura de sus labios.
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Editado: 10.02.2025