El salón brillaba con un resplandor etéreo, reflejo de la opulencia y el poder acumulado por las Doce Grandes Familias y el Consejo de Kandor. Las luces danzaban en los cristales de las lámparas, proyectando un aura solemne sobre los rostros de los reunidos.
Todos los líderes estaban expectantes, sus miradas fijas en la figura que avanzaba hacia el centro de la sala. Aiden Sonere, quien debido al poder demostrado en la guerra seria llamado "La Sombra de un Dios", caminaba con paso firme y seguro. Su presencia llenaba el espacio con una energía abrumadora, tan imponente que parecía desplazar el aire.
Sus alas blancas, aunque ahora retraídas, dejaban una ligera estela luminosa, y las marcas en su piel brillaban con una intensidad que provocaba escalofríos entre los presentes. Vestía una armadura negra con detalles dorados, símbolo de su reciente victoria sobre los titanes. En su mano descansaba el tridente Ziz.
Aiden llegó al centro del salón y dejó que su mirada recorriera a cada uno de los líderes y consejeros presentes. No necesitaba decir nada para hacerse escuchar; su sola presencia exigía atención.
—Líderes de las Doce Grandes Familias, miembros del Consejo de Kandor —comenzó con una voz firme y profunda, resonando como un trueno contenido—. Les agradezco que hayan respondido a mi convocatoria.
Una ligera tensión recorrió la sala. Aiden hizo una pausa, permitiendo que sus palabras calaran en cada uno de los presentes antes de continuar.
—Nos encontramos en un momento crucial. Kandor ha soportado siglos de corrupción, guerras internas y la decadencia de sus líderes. Pero ya no más. La era en la que las sombras manipulaban este reino ha llegado a su fin.
Los ojos de todos estaban clavados en él, algunos reflejaban sorpresa, otros desafío, pero ninguno desvió la mirada.
—Hoy no estoy aquí para discutir el pasado, sino para establecer el futuro. Un futuro en el que Kandor no solo sobreviva, sino que prospere. Un futuro que comenzará bajo una nueva dirección... la mía.
El silencio que siguió fue tan profundo que se podía oír el sonido de una gota cayendo al suelo. Los miembros del Consejo intercambiaron miradas rápidas, mientras los líderes de las familias procesaban las palabras de Aiden.
Arakos y Demian, sentados entre los líderes, permanecieron impasibles, observando atentamente la reacción de los demás. Este era el momento decisivo, y todos sabían que el destino de Kandor estaba a punto de cambiar para siempre.
—Me parece correcto que Aiden dirija el reino —dijo Arakos con voz firme, cruzando los brazos sobre su pecho—. No solo ha demostrado ser un guerrero excepcionalmente fuerte, sino que ahora cuenta con una fuerza implacable... —añadió, refiriéndose a los titanes bajo el control de Aiden.
Los líderes de las Doce Grandes Familias intercambiaron miradas tensas. Aunque sabían que Arakos tenía razón, ninguno quería aceptarlo. Desde hace cientos de años, Kandor había prosperado sin un rey, y esa anarquía controlada había permitido que las familias amasaran riquezas y poder. Sacrificar su influencia en favor del bien común del reino no era algo que estuvieran dispuestos a considerar fácilmente, pues cada uno pensaba solo en su propio futuro.
—Estoy de acuerdo con Arakos —dijo Demian, su voz grave y seria resonando en la sala—. Si alguien merece el trono de Kandor, ese es Aiden.
Demian, quien tiempo atrás había pactado con Aiden para repartirse el control del reino, ahora veía las cosas de otro modo. Tras presenciar el poder que Aiden tenía bajo su mando, no le importaba reconocerlo como su legítimo rey.
Las palabras de Demian y Arakos provocaron murmullos entre el consejo y la élite de las Doce Grandes Familias. Aunque algunos estaban considerando la propuesta, la mayoría se mostraba reticente. Dudaban de que alguien tan joven como Aiden pudiera tomar decisiones sabias, y el temor a cometer un error catastrófico los frenaba. Justo cuando algunos estaban a punto de expresar su negativa, Aiden se adelantó, rompiendo el murmullo con su voz firme.
—Creo que no entendieron mis palabras —dijo, su tono sereno pero cargado de autoridad. Su mirada recorrió lentamente a todos los presentes, deteniéndose por un instante en el consejo.
Los miembros del consejo lo observaron con preocupación antes de responder al unísono:
—¿Qué quieres decir?
Aiden sonrió débilmente, inclinando la cabeza con un gesto que era más desafío que cortesía.
—No les estaba pidiendo permiso. Les estaba avisando que tomaré las riendas del reino.
El impacto de sus palabras cayó como un trueno en la sala. Los líderes de las familias gritaron al unísono en discordia, exigiendo explicaciones. Sin embargo, Arakos y Demian, sin mostrar señales de sorpresa, se pusieron de pie. Cada uno tomó posición a un lado de Aiden, como sus aliados incondicionales.
—¡Arakos, Demian! ¿Qué significa esto? —rugió un miembro del consejo, su tono cargado de irritación.
Arakos alzó una ceja y respondió con calma:
—Oh, lo siento. Simplemente prefiero servirle a alguien que realmente puede hacer algo por Kandor.
Mientras chasqueaba los dedos, la tensión en la sala aumentó.
—Estoy de acuerdo —añadió Demian, con un tono gélido que hizo estremecer a varios—. Es preferible estar del lado correcto... a enfrentarse a las consecuencias.
Con un movimiento casi sincronizado, ambos hicieron un gesto. De inmediato, varios shinobis entraron en la sala, colocándose estratégicamente alrededor de los líderes y del consejo. Desde el exterior, el rugido imponente de Ragnar, el colosal wyvern de Arakos, resonó en el aire, como un recordatorio de la fuerza abrumadora que respaldaba a Aiden.
Los líderes de las familias y el consejo entendieron en ese momento que no estaban ante una simple propuesta. Esto no era un debate ni una negociación. Era una conquista. Pacífica, quizás, pero acompañada de una fuerza que no dejaba lugar para el desacuerdo.
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Editado: 10.02.2025