La guerra en el páramo

Capitulo I

Fue cuando el sol empezó a salir y de pronto las palomas se fueron elevando hasta llegar a la plaza cerca del quiosco. La gente estaba lanzando semillitas y pedazos de pan para que bajaran las aves a comer. Tú solo las veías con una mirada fría, sin que tus ojos violetas se movieran de lugar.

Tu cabello blanco se fue de un lado para otro cuando una pequeña ventisca se desato.

Después te lo acomodaste y tu flequillo lo echaste atrás.

— ¿Has visto el jardín rojo? —me preguntaste en ese momento, después corriste hacia una parvada de palomas para hacerlas volar con desesperación.

En el momento que empezaron mover sus alas y elevarse, una chispa anaranjada empezó a crecer en ellas.

De pronto todas fueron cayendo lentamente, hasta adornar el cielo, y así transformarse en flores de fuego.

— ¿Qué hace usted por aquí?

— Ando de descanso.

— Ese uniforme… ¿Es militar?

— Sí, señor.

— ¿Y que hace por este pueblo tan perdido?

— Es que yo viví aquí cuando era niño.

De pronto me fijé en los oscuros caballos que jalaban la carroza, en esa curvatura de sus músculos que empezaban a formar pequeñas montañas.

Montañas cenizas, como las palomas de la plaza después de morir.

— Y por qué volver si no hay nada bueno en este lugar.

— Por mi madre.

— Ah, a las madres no se les puede negar nada, ¿no es así?

— Para nada.

— ¿Y cómo esta ella?

Siempre te veo por la ventana, saludándome, diciéndome que volverás.

¿Recuerdas la vez que fuimos por un ganso?

Era tanto tu ímpetu de prepararlo como lo hacía la abuela, que buscaste por todo el pueblo un ganso que se pareciera como al que mataron en navidad cuando tenías 13 años.

Pero yo no quería, odiaba que mataran aves…

— Muerta…falleció hace una semana.

— Mi pésame…

— No se preocupe, ella era muy vieja, tenía 109 años.

— Perdone la indiscreción, ¿pero a qué edad lo tuvo?

— A los 70 años…

Después el cochero callo por un momento, como si el aire y el alma se le hubieran ido por un momento.

— ¿Es usted Pedro? ¿no es así?

— Así es señor.

Después su tono de voz cambió, y se hizo frio y mecánico.

— Pronto llegaremos.

Y con esas palabras, calló definitivamente.

 

 

 

 




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