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«¿Cuánto tiempo ha pasado?» se cuestionó Milk, con cada milímetro de su cuerpo doliéndole con tan sólo intentar inhalar un poco de aire a sus pulmones; un aire caliente y seco que le quemaba la garganta y el pecho.
Para ese punto creía ya haber pasado seis meses metida en aquel sitio infernal… o dos semanas… ¿o quizás ya había pasado más de un año y no se había dado cuenta? Habían sido más de tres días, eso era lo único en lo que su mente lograba estar de acuerdo.
Nada de lo que el Maestro Karin o Kami-sama le habían advertido sobre el entrenamiento en la Habitación del Tiempo había bastado para que lograra dimensionar lo que experimentaría. El calor, el aire sofocado y la gravedad tan pesada eran lo de menos, aunque tampoco ayudaban a hacer su estancia más agradable. El tiempo, la soledad y el silencio eran lo peor…
Cuando recién entró, había intentado mantener de alguna forma un control del paso del tiempo. Estando en la habitación de la puerta resultaba más sencillo, pues el reloj gigante del techo marcaba el pasar de los minutos, las horas, y los días, y eso le daba algunas pistas. Sin embargo, no tardó mucho en darse cuenta de que mientras más tiempo pasaba en aquel sitio, ese tipo de cosas se volvían más confusas, en especial cuando estaba mucho tiempo en el espacio blanco y vacío de aquella extraña dimensión.
En una ocasión se sorprendió al volver a aquella habitación, ver el reloj en el techo y darse cuenta de que se había ido por al menos tres días. ¿Cómo podría haber ocurrido eso? ¿Cómo pudo haberse quedado allá afuera tanto tiempo sin darse cuenta?
En otra más el agotamiento la venció y no alcanzó a llegar a su cama, y terminó cayendo rendida en el suelo al pie de la puerta cerrada a cal y canto de la habitación. Al despertarse sintió como si hubiera dormido durante horas, cuando al parecer sólo habían pasado unos segundos.
Pero luego todo fue peor, pues llegado un punto, cuando volteaba a ver el reloj, éste comenzó a no tener sentido para ella. Los números parecían sólo garabatos, las manecillas estaban torcidas y no era claro hacia dónde apuntaban, y de un parpadeo a otro parecían cambiar drásticamente de posición.
«Tranquila, Milk. Es tu mente jugándote una mala broma» se dijo a sí misma aquella primera ocasión, intentando de alguna forma tranquilizarse. Y aunque logró hacerlo, aquello sólo fue a peor a partir de ahí.
En un momento comenzó a escuchar en el infinito silencio voces que la llamaban a la lejanía. Y aunque sabía que era imposible, instintivamente se giraba hacia todos lados, buscando de dónde había provenido aquello. En la noche (o más bien en los tiempos que dedicaba a dormir, pues ahí nunca se hacía de noche como tal) le parecía escuchar gritos desde afuera, y más de esas voces que la invitaban a salir.
Y si eso no era suficiente, luego comenzó a ver cosas; figuras borrosas que se movían por aquel espacio blanco, como si la estuviera rodeando y preparándose para atacarla, sólo para luego desaparecer.
En al menos tres ocasiones para ese punto, la desesperación había sido tanta que se había puesto a golpear la puerta de salida, y a gritar que alguien le abriera en ese mismo instante.
—¡Quiero salir de aquí! ¡Sáquenme de aquí! ¡¡Quiero salir ahora mismo!!
Nadie respondió, y nadie le abrió. Justo como Mr. Popo le había advertido, esa puerta no se abriría hasta que pasara el año entero.
Aquello era un infierno, tanto así que llegó a cuestionarse si no había muerto sin darse cuenta, y había caído en ese sitio como un tipo de castigo.
Si tan sólo tuviera a alguien más con ella, alguien que supiera que es real y le ayudara a tener más noción del tiempo, o rompiera el silencio con su voz, quizás todo aquello fuera mucho más llevadero.
Imaginarse a su amado Goku, siendo apenas un niño ahí solo como lo estaba ella, le rompía el corazón. Ella conocía bien a su esposo, y sabía que no le molestaba la soledad como tal. Había vivido muchos años en las montañas solo, y podía pasar días enteros entrenando en el bosque. Pero al menos entonces había árboles, el río fluyendo, el cielo, los animales… Nunca se estaba totalmente solo y aislado…
No como ahí.
¿Y en verdad esperaba poder pasar ahí un año cuando Goku sólo pasó un mes? ¿Tan ingenua y arrogante había sido? A ese paso no lograría salvar a su hijo como tanto deseaba: perecería ahí, sola y totalmente loca.
Y estando ahí tirada, sobre aquel suelo blanco, tan irreal y caliente, y con todo su cuerpo agotado y adolorido por el entrenamiento, la posibilidad de simplemente morir y terminar con todo aquello resultaba tentadora. Pero para su fortuna, aún existía una pequeña pizca de su consciencia lo suficientemente coherente como para evitar que optara por esa opción. Por lo que hizo acopio de cada milésima de energía que le quedaba para apoyar sus manos en el suelo, y comenzar a levantarse; muy, muy lentamente, y teniendo que pasar por al menos tres intentos fallidos, antes de lograr un verdadero progreso.
Pese a lo extenuante y estresante que era aquel lugar, al menos Milk sentía que su entrenamiento estaba dando resultados. Con todo ese tiempo sin absolutamente nada más que hacer, había logrado repasar y perfeccionar todas las bases que Krillin y los otros le ensañaron. Usaba gran parte del día (o lo que ella creía que era un día) en una rutina de ejercicios para mejorar su fuerza física y velocidad. Su técnica de vuelo ya era bastante decente, logrando mantenerse estable en el aire, y ahora logrando además tomar más velocidad y frenar sin que la aceleración la empujara para adelante. Su manejo del ki también era mejor, logrando ya generar ataques de energía con mayor rapidez y precisión, sin tener que pensar mucho en ello. Y aunque no hubiera nadie que le calificara, confiaba también en que su Kame Hame Ha ahora era mucho mejor.