Capítulo 3
Dana
Humberto salió del despacho de los Vera y se encaminó al de su abogado. Se sentía muy cansado, jamás había padecido aquella debilidad. Se encontraba así tras la muerte de su hijo. Ya no era el mismo, se sentía viejo, entristecido. Su único deseo era saber quién era el que lo había matado y por qué motivo. Eso era como una hoguera que se mantenía muy viva en su corazón, avivada por odio y la venganza. Quería vengar la muerte de su hijo, era la única idea en su cabeza.
El despacho de su abogado estaba en una calle céntrica, situado en un bajo. Era muy elegante, con buenos muebles de madera tallada de un color oscuro, y unos cómodos sillones de cuero negro le daban sobriedad y elegancia. Con una hermosa lámpara que colgaba del techo. Allí abundaba el lujo. El abogado, un hombre de cuarenta y cinco años, bien cuidado, tenía el pelo negro, más bien teñido. Su mirada oscura ocultaba una sonrisa fresca. Al ver al Humberto, se levantó y fue a su encuentro.
—Buenos días, Humberto. ¿Cómo te encuentras?
—Cansado de todo, de vivir y de luchar sin esperanza.
—No pienses de esa manera. Ánimo. El golpe que has tenido ha sido demasiado fuerte, no quisiera verme en tu lugar. No sé si lo podría resistir.
—No sé cómo lo resisto yo. Algunas veces me faltan las fuerzas para seguir con esto.
—Pues sigue luchando. Por teléfono me dijiste que querías que te pusiera al corriente de todo lo relacionado con el divorcio de tu hijo y la custodia de tu nieta.
—Sí, José Manuel. Necesito saber cómo está el tema, ver qué se puede hacer para poder ver a mi nieta más a menudo, pues su madre no nos permite verla.
—Las condiciones no son muy favorables para ti. Ella vive fuera. La mejor opción sería que viajaras para verla unas horas y volverte.
—Quiero que demandes o hagas algo para tener un encuentro con un juez.
—Eso nos puede perjudicar según está el tema —comentó el abogado, receloso de los pensamientos de su cliente.
—No te preocupes porque no salga bien. Peor que lo tenemos ahora, no va a ponerse
—Tienes razón. Ella le sacó a tu hijo una buena cantidad para la manutención de la pequeña. A cambio, tu hijo consiguió unas pésimas condiciones para el régimen de visitas.
—Por eso voy a intentar cambiar esto lo antes posible.
—De acuerdo. Me pondré en marcha. Espero que antes del verano esté todo solucionado y puedas disfrutar de tu nieta por más tiempo.
—Lo que más me interesa es poder hablar ante un juez. No me importa si tengo que pagar más para que mi nuera acepte mis condiciones.
—Está bien. Me pongo con esto de inmediato.
—Intenta que sea antes de que termine el colegio. No vamos a escatimar en nada, no me importa el dinero; por eso no te retengas si pide más de la cuenta.
—Sin duda, le daré toda la prioridad posible.
—Gracias, José Manuel. Me vas comentando todas las novedades que vayan surgiendo.
—Claro. Cuídate, Humberto. Y saluda a Dana de mi parte.
—La saludaré de tu parte, dalo por hecho.
—No te he preguntado, ¿cómo esta ella?
—Puedes imaginarte. Delante de mí se hace la fuerte. Pero, a solas, llora.
—Debéis estar más unidos que nunca en este momento. Necesitáis el apoyo mutuo, el uno del otro. Cuidaos mucho.
—Ya me voy. Que pases un buen día.
—Igualmente.
Humberto salió del despacho de su abogado. Caminó por las calles mirando los edificios como si fuera la primera vez que los viera El lujo y el glamur eran habituales en aquella ciudad en la que vivía; la más rica del país. Grandes magnates de la economía se habían instalado en ella, como políticos, banqueros, … La ciudad tenía la renta per cápita más elevada. El bienestar de la gente normal era muy alto. Contaban con un puerto donde los mejores yates y veleros más lujosos se exhibían, amarrados. El dinero se derrochaba por doquier, casas lujosas en los alrededores de la ciudad…, Shiny Gold era apodada como un paraíso de lujo. Oro brillante.
Humberto era natural de la ciudad. Su abuelo había hecho una fortuna; luego, su padre la había aumentado. Él siguió con el negocio familiar, pero a partir de ese momento no habría un heredero más. Con su hijo se había cortado la saga de los Morales. Él poseía millones en el banco y un patrimonio inmobiliario de gran magnitud, el cual llevaba su hijo. Muy bien, por cierto. Tras la muerte del chico tuvo que nombrar un director para que se ocupara de los asuntos de su hijo. Pensó en su familia, en los años de felicidad. Su padre era un buen hombre que le enseñó a ser humilde y no demostrarle a nadie cuanto poseían. Por eso pasaron desapercibidos en aquella sociedad de lujos y glamur. Ellos vivían muy bien sin grandes derroches.
Caminó ausente como si no supiera dónde ir; le daba igual. Si aquel era el camino más corto o largo para llegar a su casa, le era totalmente indiferente. Tras un largo paseo se sintió cansado de caminar. Llegó a su casa, abrió la puerta y entró. Lo primero que vio fue a Dana, que bajaba las escaleras. Al llegar ante él lo besó, y cuando le vio los ojos rojos le dijo: