La Harley del diablo

Parte 4

Capítulo 4

El guardaespaldas

 

 

Lisa estaba sentada en el despacho de Cebrián Vera, junto a él e Ismael, su hijo. Cebrián le preguntó:

—¿Cómo se encuentra su hija?

—Mejorando poco a poco. Dentro de unos días le van a dar el alta.

—Me alegro de su mejoría. Usted sabe que el señor Morales nos ha contratado. 

—Me dijo algo del tema. Quiero saber qué peligro corre mi hija y qué motivo tiene Humberto, para sospechar.

—Voy a comentarle desde el principio. Le voy a decir lo que el señor Morales nos ha pedido: cuidar de su hija y protegerla.

—¿Eso por qué?, ¿qué peligro corre mi hija? Quiero saberlo —preguntó la mujer, preocupada.

—El señor Morales teme por su hija. Piensa que el asesino de su hijo, si llega a enterarse de que está viva y que lo puede reconocer y delatar, quiera quitarla de en medio.

—¡Dios mío!, esto es lo que me faltaba ya para seguir sufriendo. ¿Qué puedo hacer para cuidarla? ¿Cómo podré solucionar todo esto?

—Mi hijo se va a encargar de ser su guardaespaldas. Usted no tiene por qué preocuparse.

—¿Cómo pretende que no me preocupe, con un guardaespaldas día y noche y un asesino tras de mi hija? Ella no lo podrá resistir.

―Se tiene que acostumbrar. Si recordara, no habría problema. El caso es cómo estar con ella y no decirle el peligro que corre. 

—¿Cómo lo hacemos sin que ella sospeche? ¿Y cómo le digo que su chico ha muerto? Le faltaba una semana para la boda, ¿cómo se lo digo? Temo por mi hija, ella no lo va a resistir. No puedo imaginar qué dolor va a pasar mi Fanny.

—Señora, lo podemos hacer casual, contando con su ayuda ―le propuso el joven.

―¿Con mi ayuda? Explícate, muchacho —exclamó Lisa sin comprender a dónde quería llegar el joven.

—Para que su hija no se dé cuenta, tenemos que estar usted y yo de acuerdo. Cuando vaya a salir, me debe llamar para que yo pueda estar a su lado en un encuentro casual, como si usted y yo fuéramos viejos conocidos.

—Eso no va a resulta fácil. Mantener tu presencia sin que ella sospeche no me da buenas vibraciones.

—De alguna manera mi hijo la tiene que cuidar —intervino Cebrián, el padre de Ismael—. Se lo he prometido al señor Morales

—Está bien, lo intentaré. Haremos tal como su hijo dice, será un encuentro casual. Cuando salga de casa y mi hija esté recuperada del todo, lo llamo y le digo el lugar en que nos encontraremos. Una vez que usted esté delante, le diré que nos conocemos y le invitaré a tomar un café. ¿Más o menos así?

—Estupendo, tengo que llegar de esa manera. No se le puede decir que está en peligro, no es bueno en su estado. Debemos esperar a que a ella le lleguen los recuerdos poco a poco.

—Muchas gracias. Pero ¿cree usted de verdad que esa amenaza puede ser tan grave y real?

—No sabemos nada. Tenemos que estar preparados para todo lo que pueda ocurrir ―argumentó Cebrián.

—Si mi hija no recupera la memoria, el asesino puede estar tranquilo.

—Sí. Pero eso el asesino no lo sabe. Solo verá que ha sobrevivido. No sabe que ella tiene amnesia, por eso debemos estar preparados para lo peor en todos los casos.

—¿Eso es todo lo que yo tengo que saber?

—Sí, señora. Usted nos avisa para que yo pueda llegar a ella sin que se dé cuenta.

—Así lo haré. En el momento que Fanny se encuentre bien para salir, lo llamo.

—No se olvide que estamos contratados por el señor Humberto.

—No se me va a olvidar. Buenos días, regreso de nuevo al hospital.

—Buenos días, señora. Cuídese, y espero que su hija se recupere lo antes posible.

La mujer se lo agradeció y se alejó de aquel lugar entristecida por todo lo que le habían dicho. Su hija estaba en peligro, ignorando la gravedad que podría contener aquella amenaza. Pensativa, llegó al hospital y subió a la planta donde se encontraba su hija. En el pasillo se encontró con dos jóvenes que esperaban; eran dos amigas de su hija, Paula y Petra, las damas de honor que la iban a acompañar a la iglesia.

—Hola, señora, estamos muy conmocionadas por el accidente que ha sufrido Fanny. Venimos a preguntar por ella. No hemos querido entrar porque no estaba usted.

—Habéis hecho bien. Fanny no puede enterarse de nada; tiene amnesia.

—Dios…, ahora Fanny no nos reconocerá. Será como si ella nos viera por primera vez.

—Es duro para ella encontrarse sin recuerdos. Y más para mí, aún no le he dicho que sus heridas son a causa de un tiroteo. Los disparos le rozaron el cuerpo. Tiene una herida en el brazo y otra en el costado, esa es la más profunda. Lleva la cabeza vendada por el golpe contra el suelo. Le he dicho que ha tenido un accidente, que la atropelló un coche. No me atrevo a decirle la verdad.

—No se preocupe por nosotras. No le vamos a decir nada de lo que pasó.



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En el texto hay: una harley

Editado: 06.04.2024

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