La Harley del diablo

Capítulo 5 Fanny

Un mes después del atentado, a Fanny le dieron el alta. Su madre se pasaba los días con ella haciéndole compañía. Un día le dijo:

―¿Quieres que vayamos al centro a tomar un café? Eso lo solíamos hacer antes de ir a abrir la tienda. También te gustaba mucho vender, y era algo que se te daba muy bien. Disfrutabas estando allí, atendiendo a los clientes, y era para las dos una diversión.

—No tengo ganas de salir, pero tú debes ir a la tienda. No te quedes aquí por mí, estoy bien sola.

—No tengo por qué ir, si no quiero. Mimí lo hace muy bien sola, es una buena mujer.

—Pero Mimí debe descansar y tú llevas muchos días sin ir a trabajar. Puedo quedarme sola, no hay motivo para que te quedes conmigo.

—Nome iré de tu lado. Iremos cuando a ti te apetezca salir.

—Como quieras, mamá. Ahora me voy a la cama.

Lisa se preocupaba por la desgana de su hija, pese a que el médico le había dicho que tuviera paciencia. La joven necesitaba tiempo para adaptarse a su nueva situación y poco a poco los recuerdos llegarían. Se fue a la cocina y preparó la comida. Recogió y limpió el piso mientras Fanny dormía. Qué dura era la vida, ¿por qué un desconocido tuvo que cruzarse en su camino y romper el destino de su hija de una manera tan cruel? Su dolor lo llevaba en silencio para que la joven no se diera cuenta. Fanny se pasaba muchas horas durmiendo. Eso representaba un alivio, porque, si estuviera despejada todo el día, podría hacerle muchas preguntas, exigiéndole la verdad, y al final tendría que revelarle la tragedia ocurrida, originando un tremendo caos en su vida

Pasaron varios días desde que comentaron la idea de ir a dar un paseo. Una tarde, Fanny le dijo:

—Mamá, tienes que salir. No puedes quedarte tanto tiempo aquí en casa encerrada.

—Sin ti no salgo. No te voy a dejar ni me apetece salir sola.

—Pues entonces vamos a tomar café. Después iremos a la tienda.

—Me alegra que tengas ganas de salir. Vamos, hay un café, cerca de allí, que lo sirven muy bueno. Espera, que me cambio un poco.

Lisa aprovechó ese momento para poder llamar a Ismael. Luego se presentó ante ella con una nueva camisa color salmón y una falda marrón. Lisa era bastante bella, con su cabello castaño claro, sus ojos de igual color. Sonriente, llegó ante ella.

—Ya estoy lista. ¿Qué te parece mi camisa?

—Muy bonita, mamá. Te sienta muy bien y te hace más joven.

―Calla, no me hagas reír. Soy ya muy mayor. Los años no perdonan y las arrugas empiezan a notarse.

―No has de avergonzarte por las arrugas ―le dijo la joven, aunque no tenía ganas de nada, pero lo hacía por su madre.

—No lo hago, hija. Más bien las asumo; es la vida, no podemos cambiarla.

Las mujeres salieron de su vivienda encaminándose hacia una calle céntrica donde estaba la tienda. Antes de llegar había un café. Se sentaron a una mesa situada en la terraza, la cual estaba cerrada con un toldo, al lado del pasillo. . Cuando llevaban un cuarto de hora en el café, se les acercó un joven, quien, al ver a Lisa, exclamó:

—¡Lisa, qué alegría verla! ¿Cómo está? —preguntó el chico con una expresión de alegría.

—Ismael, cuánto tiempo sin verte, muchacho. Estoy aquí con mi hija, te la presento. Fanny, este es Ismael, un chico que yo conozco desde hace un tiempo —expresó la mujer, contenta de ver al joven.

—Me alegro de que estés bien. Tu madre me ha hablado mucho de ti y de tu accidente.

—Un placer conocerte —le dijo ella, con desconfianza.

Cuando sus manos se juntaron y sus ojos se encontraron, un relámpago estalló entre los dos. Fanny bajó su mirada, e Ismael, nervioso, dijo:

—Pasaba por aquí y no esperaba encontraros. Ha sido una sorpresa coincidir con tu hija. No la conocía.

—Siéntate, Ismael. Quiero preguntarte por tu madre.

—Bien, está muy bien. Mañana es su cumpleaños, y he venido al centro a comprarle un regalo.

Fanny, al escuchar lo que el chico había pronunciado, se puso nerviosa. Su madre se dio cuenta.

—¿Qué te pasa, Fanny? —le preguntó la mujer, preocupada.

—Nada. Al escuchar un regalo me ha sucedido algo extraño, como si esa palabra resonara en mi mente, es como si ya la hubiese sentido antes. Nada, mamá, no pasa nada.

—Puedes llegarte a nuestra tienda. Seguro que encuentras algo bonito para tu madre. Nosotras te ayudaremos.

—De acuerdo. Miraré a ver si acierto con el regalo —comentó Ismael, alegre. Le estaba saliendo muy bien la encerrona.

—Pero antes de irnos, pídete algo.

—Por favor, tráigame un café —le dijo al camarero. Enseguida le respondió este. Pocos minutos después llegó con su bebida.

Ismael se lo fue tomando mientras hablaba con Lisa y, de vez en cuando, miraba a la joven de reojo. Su mirada lo dejó impresionado. No es que fuera una belleza visible, pero tenía una dulce expresión que a él le llegó muy hondo. Poco tiempo después, Lisa dijo:



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En el texto hay: una harley

Editado: 06.04.2024

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