La Harley del diablo

Caitulo 6

La semana siguiente después de la primera cita.

Lisa estaba de acuerdo en todos los pormenores para que Ismael se acercara a Fanny y se hicieran amigos. Siempre se acercaba a ella en un lugar diferente. Cuando ellas iban a la tienda por la tarde, este aparecía con una excusa. La amistad entre los chicos aumentaba y la joven se sentía bien con la compañía del muchacho, que se inventaba miles de circunstancias para que ella no sospechara nada.

Una tarde habían quedado en otro café más alejado que el de costumbre, al otro lado de la calle principal. Estaban sentados los tres cuando Lisa buscó su móvil en el bolso, como si le hubiese vibrado. La mujer contestó:

—Enseguida voy, Mimí. Estoy cerca de la tienda, tardo solo cinco minutos.

—Mamá, ¿qué pasa? —preguntó Fanny.

—Mimí, que necesita mi ayuda con urgencia. Me voy.

—Te acompaño, mamá.

—De ninguna manera, os quedáis aquí juntos. Terminaos el café y luego os vais a dar una vuelta. Ismael, ¿la puedes llevar después a casa, si no te importa?

—Sí, señora. No se preocupe, yo le acompaño a casa.

—Gracias, Ismael. Así no tenéis que venir a la tienda. Cuando termine, voy para casa. Esperadme allí si llegáis antes que yo. Adiós, pasad buena tarde.

—Adiós, mamá.

Lisa besó a su niña y después caminó para cruzar la calle por un paso de peatones que había más adelante del café.

Ismael pagó el café, y siguió sentado frente a ella. No dejaba de mirarla. La joven, un poco molesta por la insistente mirada, aprovechó el momento hablándole suave, como era su voz:

—Me estás mirando demasiado, ¿qué tengo hoy para ti? —le preguntó la joven, un poco aturdida.

El chico iba a contestarle cuando sintió un frenazo. El grito de la gente, el ruido de los frenos y los golpes fueron brutales. Un coche se había llevado por delante a la gente que pasaba por el paso de peatones. Fanny gritó e intuyó algo dentro de ella.

—Mi madre, es mi madre.

Se levantó corriendo seguida de Ismael, que presentía lo peor. Cuando llegaron al lugar del suceso, varias personas estaban heridas en el suelo. Fanny vio a su madre en medio de un reguero de sangre. Fue hacia ella y observó que los farmacéuticos que había en la farmacia cercana también se acercaban a prestar auxilio. Fanny se abrazó a su madre, que parecía estar sin vida mientras la ambulancia se acercaba al lugar a toda prisa. Ismael le dijo a la joven:

—Ya viene la ambulancia. Se pondrá bien —le dijo Ismael, aunque bien sabía que Lisa estaba muy grave.

 Pero la chica no lo escuchaba, lloraba. Él la tomó por el brazo y le dijo a una mujer que se acercaba:

—Por favor, señora, llévese a esta joven a la acera.

Un sanitario empezó a atender a Lisa, quien abrió los ojos y le dijo a Ismael, que estaba a su lado:

—Ismael, prométeme que cuidarás de mi hija. Prométemelo —pedía la mujer, agónica.

—Se lo prometo, señora. No la dejaré sola nunca —respondió el muchacho.

—Gracias, gracias. Eso era lo que quería escuchar de ti —pudo llegar a decir con voz muy débil.

A la mujer parecía que se le acababa la vida. Un enfermero le dijo al joven:

—Está muy grave. Creo que la peor de todos los heridos. La vamos a llevar al hospital inmediatamente, no hay tiempo que perder.

—De acuerdo. Su hija y yo iremos hacia allí enseguida.

Ismael fue donde estaban Fanny y la señora que se la había llevado a la acera.

―Gracias, señora. Fanny, vamos a hospital, la van a trasladar.

Ismael la tomó por la cintura y la llevó hacia su coche, dos manzanas más abajo, y condujo rápidamente hacia el hospital. En el trayecto, Fanny no dejaba de llorar. Llegaron a urgencias y fueron al mostrador para dar el nombre de Lisa. Después se sentaron en la sala de espera, la cual estaba a rebosar de gente esperando noticias de sus seres queridos. Fanny estaba a punto de desfallecer, su energía estaba por los suelos y terminó en los brazos de Ismael. La cara de la chica estaba en su brazo izquierdo, y con la mano derecha podía tocarle el cabello. No sabía si hacerlo, pero al final sucumbió. La acarició y le dijo:

—Ánimo, verás que pronto nos dan buenas noticias.

—No lo creo. Vi a mi madre mal, muy mal —susurró ella, con un dolor profundo dentro de su alma.

—Los médicos son muy buenos profesionales, la salvarán.

Se quedó callado, no tenía palabras para seguir fingiendo. Sabía, por lo que había visto, que Lisa estaba grave. Pero debía seguir dándole ánimos. Entre los dos se hizo un silencio. A su mente llegaron las palabras de Lisa. Le había prometido cuidarla, estar siempre al lado de Fanny. Si la mujer moría, ¿cómo la ayudaría? Ahora tenía que estar a su lado, era su protector. Tenía que estar con ella, aunque no quisiera. Con Lisa muerta, sería más complicado protegerla sin decirle la verdad. Las horas pasaban lentamente. Su mente era un hervidero de pensamientos, se desvivía entre ellos. Entonces, él joven le dijo:



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En el texto hay: una harley

Editado: 06.04.2024

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