La joven tenía la sensación de que vivía en una nube. Cada vez era todo más confuso. El joven se dio cuenta de que Fanny estaba a punto de desmayarse y la tomó por la cintura. Poco después salieron hacia su casa. Mimí les dijo adiós, tomó su coche y todos se alejaron del tanatorio. Una vez en casa, el joven le dijo a Fanny:
—Tienes que descansar, estás muy cansada.
—Estoy destrozada. No puedo con mi alma, pero no podré dormir. Será imposible hacerlo.
—Lo debes intentar. Por tu bien, acuéstate.
Él le ayudó y la llevó al dormitorio.
—¿Dónde tienes el pijama? Póntelo, yo me doy la vuelta —le dijo Ismael, solo quería que ella tuviera confianza en él.
El joven se quedó sorprendido cuando la chica se desnudó y se aferró a su cuello. Tartamudeando, le dijo:
—Fanny, no. No debes… No está bien, por favor, Fanny. Debes dormir, ahora no es el momento. No puedo hacerlo. Reacciona, por favor.
El joven sentía los besos de la chica. Estaba luchando entre el deber y el deseo. En el fondo la deseaba, le gustaba, pero debía mantenerse fuerte para no acabar haciendo algo de lo que después se arrepentiría. Intentaba separarse de ella, pero era imposible. Terminó cayendo en la cama por el empuje de ella. Sus manos le desabrochaban la camisa. Su deseo iba aumentando, tenía sus manos en sus caderas y poco a poco las fue deslizando por sus muslos. Sintió un escalofrío. Fanny había conseguido sacar su pene erecto y cabalgaba sobre él entre suspiros. Ya no había marcha atrás, la estaba poseyendo, algo que sin saberlo había deseado desde el momento en que la vio. Luchando contra su deseo. Deseaba tenerla y amarla. Y casi sin querer sucedió. Sintió cómo Fanny temblaba entre aquel orgasmo e intentó quitarse el pantalón con su pierna cuando la chica se desplomó sobre él, exhausta de placer. Al fin pudo despojarse de su ropa y penetrarla de nuevo; quería sentirla otra vez, hacer el amor con toda suavidad. La acariciaba con ternura, mirando su cara con los ojos cerrados. Besó sus labios, rozó sus pechos con delicadeza. Ella se estremecía cada vez que él entraba y se apretaba a su cuerpo. Un nuevo orgasmo para ella, y el sueño la venció junto a él. Pensando en aquel momento tan hermoso se durmió a su lado; el cansancio era evidente, había hecho mella en él después de una noche sin dormir entre aquel disgusto y el dolor que habían tenido todo el día.
Ismael se despertó antes que la joven, cogió su ropa y se vistió en el salón. Luego fue a la cocina y, sin hacer mucho ruido, preparó café. Miró en la cocina para ver si podía hacer el desayuno. Estaba temblando, pensando en lo sucedido. No se arrepentía, pero se preguntaba qué pensaría la joven de aquel desliz. Se tomó una taza reconstituyente mientras recordaba lo de la noche anterior. Sus pensamientos lo turbaban. No sabía qué consecuencia le traería aquel acto que había sucedido entre ellos. Sintió la llegada de la joven no con muy buena cara. Él intentaba aparentar seguridad en sí mismo, y haciendo acopio de fuerza, le dijo:
—Buenos días. He hecho café, ¿te pongo uno? —Le puso la taza y se sentó de nuevo. La joven no le había hablado y, cuando lo hizo, lo que le dijo entró en su alma como un cuchillo. Aquello no se lo esperaba y le dolió mucho:
—He pensado que lo que debes hacer es irte. Quiero quedarme sola, no te necesito para nada.
—No puedo irme ahora —respondió el joven, que tragó saliva, para acopiarse de fuerzas.
—¿Por qué? ¿Por lo sucedido anoche? Para mí no significa nada, es solo un polvo. —Fanny sacudió una mano, para restar importancia a lo sucedido.
—Para mí no es simplemente un polvo, es algo más. Me gustó, aunque anoche no quería que sucediera, no era el momento adecuado.
—Cualquier momento es igual. Necesitaba hacerlo para destensar mi cuerpo, para poder dormir. No hay amor entre nosotros, no sentí nada más allá de la satisfacción física.
—Aunque no sea amor, yo siento en mi corazón un sentimiento por ti muy grande desde el día en que te vi.
—No me importa lo que pienses, ni lo que sientas. Ha llegado el momento de que me dejes, me las apaño yo sola.
—No me puedo alejar de ti —respondió el joven, que no sabía cómo manejar aquella situación. No podía decirle la verdad. Si lo hiciera, esa acción podría acarrearle graves consecuencias.
—¿Qué motivo tienes para decir que te quedas conmigo? No eres nadie, ni siquiera de mi familia. Eres solo un amigo, según mi madre, pero yo no te conozco.
—No puedo irme, porque se lo prometí a tu madre —dijo lo que consideró más creíble. De ningún modo podía revelarle la verdad.
—¿Cuándo fue eso?, ¿en qué momento?
—Cuando estaba en el paso de peatones, antes de perder el conocimiento.
—Aunque se lo hayas prometido, no te quiero en mi casa. No te quiero a mi lado.
—No puedo irme, de ninguna manera —susurró el joven, preocupado.
Si la chica llegara a insistir más, tendría que decirle la verdad, el porqué de estar allí, y no se imaginaría qué consecuencias generarían hallarse ante la cruda realidad que la rodeaba. Pero al final, no le quedaría más remedio que descorrer la cortina de lo que le estaba ocultando y advertirla de que estaba corriendo tal peligro que le necesitaba para poderlo evitar y estar protegida. Revelaría lo de su novio, lo de su boda, y eso traería un resultado nefasto que él no podría prever.