La Harley del diablo

Capítulo 8 Conociendo al diablo

Capítulo 8

Conociendo al diablo

 

 

Shiny Gold era la ciudad de referencia. A su alrededor había crecido una aglomeración de municipios, desde los cuales mucha gente viajaba cada día para ir a trabajar a la gran ciudad. Llegaban en tren, en autobús o en coches particulares.

En un municipio, el más grande y el que estaba más alejado de Shiny Gold, en una habitación pequeña de un bloque de pisos viejos, un hombre esperaba una deseada visita. Bebía de un vaso ancho un whisky con hielo. Estaba nervioso por la espera de su visitante, solo la vio una vez y a oscuras en el cine, en su primera cita. Sabía que era una mujer, y que lo había contratado para hacer un trabajo. Y lo había hecho muy bien. Ahora esperaba sus honorarios. Habían quedado allí porque la mujer tenía una niña pequeña y no quería que lo viera. Él, aunque eso no lo respetaba, esta vez había aceptado.

La habitación se componía de un salón con un sofá, una mesa de comedor pequeña, la cual se encontraba en una esquina, una cortina de tela separando el dormitorio, un servicio escondido tras una pared y la cocina cerca del rincón donde se encontraba la mesa. Todo muy humilde y viejo, barato, solo para pasar desapercibido.

El hombre suspiró mientras bebía del vaso saboreando el líquido frío al contacto de sus labios carnosos. Paseaba de un lado a otro mirando su reloj. Dejó el vaso en la mesa cuando llamaron a la puerta. Abrió y esperó a que llegara la visitante. Al verla se quedó pasmado; la mujer que estaba delante de él era una belleza morena, gruesa, bien formada, apetecible, muy apetecible. Ella le habló:

—Se te ve nervioso. ¿Creías que no iba a venir a pagarte? — le dijo ella con una mirada fría.

—Sin duda. Lo he pensado más de una vez—respondió el hombre pasando su legua por sus labios.

—Aquí está el dinero pactado. No lo he sacado del banco, así no encontrarán rastro, puedes estar seguro de que por mí no te va a investigar la policía.

—Ni por mí. Ni van a encontrarme, ni van a llegar a ti —le dijo con una sonrisa malévola.

—Tengo que pedirte una cosa. Quiero que firmes un documento de no agresión. Firmas y te haces responsable de la muerte de mi marido. Tú solo. Comprenderás que no puedo fiarme de ti. Así, con tu firma, evito un posible chantaje por tu parte. Si lo intentas o alguna vez te da por pensarlo, de esta forma no podrás hacerlo. Lo he redactado bien; en caso de que no cumplas, lo mandaré a la policía anónimamente.

—Veo que has pensado en todo. ¿Y si no firmo? Así te tengo en mis manos. Los dos estamos en este barco al cincuenta por ciento —comentó el hombre, que no le gustaba aquella propuesta. Si firmaba el contrato, aquella zorra lo tendría siempre en sus manos.

—Me has pedido el dinero que tú crees que valía tu trabajo. Hemos cumplido con la parte que nos corresponde a cada uno. Es mejor seguir nuestro camino, estamos en paz.

El hombre la miraba. Le gustaba aquel carácter y su cuerpo metido en carnes. No era para nada escuálida, como tantas jovencitas.

Ella le echó una mirada de arriba abajo: el cuerpo corpulento, totalmente calvo, de ojos oscuros y labios carnosos. A él le estaba rondando una idea en su mente que ella no se esperaba. Tomó el papel y lo firmó. Se lo entregó a ella, que lo dobló y se lo guardó cuidadosamente en su bolso. Él le hizo una pregunta:

—¿Tanto odiabas a tu marido para asesinarlo?

—No lo odiaba. Nunca lo odié, sino que lo utilicé.

—¿Lo utilizaste?, ¿en qué sentido? —preguntó el hombre, curioso. Quería saber más de aquella mujer, que pensaba como él. Ella no tenía sentimientos, por su mente pasaban pensamientos con gran rapidez, estaba hilvanando un plan macabro 

—Mi marido era inmensamente rico. Me casé por su dinero. Lo atrapé y el cayó en mis brazos como un memo.

—Si querías el dinero, ¿por qué no seguiste con él? —preguntó Boris, queriendo saber los más bajos instintos de aquella mujer, pues eso le ayudaría a planificar mejor sus ideas.

—No soy una mujer para estar sometida a un hombre, hacerle la cena, cuidar de una casa… Soy muy liberal. Además, él se podía cansar de mí algún día.



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En el texto hay: una harley

Editado: 06.04.2024

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