La Harley del diablo

Capítulo 8 Conociendo al diablO

Por eso tuve una hija, que era mi seguro de vida. En el momento en que me quedé embarazada le hice la vida imposible para que pidiera el divorcio. Así tendría una manutención que me permitiría vivir cómodamente y feliz sin tener un pelmazo encima.

—Eres mala, mujer. Me gusta tu fuerza. Y la niña, ¿la quieres, o no?

—Es mi hija y mi seguro de vida. La cuido muy bien, es mi inversión.

—¿Y por qué matar a tu marido si te pagaba? —preguntó él, sin que ella se percatara de que estaba indagando en su vida, buscándole un punto débil.   

La mujer le fue dando detalles. Se lo estaba contando todo sin darse cuenta de que la estaba utilizando para saber cómo tenía que comportarse, como si nada de su vida le importara. Ella cayó en su trampa. 

—Muy sencillo. Así no puede demandarme y pedir la custodia de ella. Yo la cuido a ella y, de paso, a su dinero. Mi marido se iba a casar de nuevo, eso podía trastocar mis planes, pues el dinero de mi suegro lo quiero para mí. Me pertenecerá algún día. Bueno, el dinero es de mi hija. Pero yo lo disfrutaré.

—No me gustaría encontrarme en tus garras, pero me gustas. Eres como yo, no tienes corazón. Sí. Lo tienes, pero duro como una piedra. 

La tomó por la cintura y la besó brutalmente. Ella le dijo rabiosa:

—¿Qué haces, bruto? Esto no está en el trato.

—¿Qué importa que no esté en el trato? Yo tomo lo que quiero, cuando me apetece. Y ahora tengo ganas de follarte. Me fascina tu cuerpo, eres puro fuego.

—Pues a mí ahora no me apetece —le dijo ella, empujándolo.

—Eso lo dices porque no has probado mi polla. Cuando lo hagas, vendrás de nuevo a que te la meta una y otra vez. Te vas a correr de gusto. Ven, zorra, a mis brazos.

El hombre era más fuerte que ella. No podía escapar, era inútil resistirse. Terminó en la cama con los dedos metidos en su vagina haciéndola exclamar:

—¡Déjame, no quiero, no quiero hacerlo! —exclamó ella haciéndose la dura.

—¿No quieres qué? Eres mía, muñeca, y voy a metértela hasta que no pueda entrar más. Nunca has probado algo como lo que voy a darte. —Se sacó el gran pene de su bragueta y se lo mostró. El hombre estaba de rodillas sobre ella y en la cama. Era cierto, su verga era grande y él se la movía de un lado a otro. A la mujer se le iba calentado la sangre; no iba a desaprovechar ese pene, pero debía fingir que no lo quería.

—¿Te crees un súper hombre porque tengas una polla grande? Yo no la deseo. Contra más farruco, menos fuerza.

—No soy un súper hombre. Pero te voy a follar como nadie lo ha hecho.  

Se la introdujo sin miramiento, bestialmente, haciéndola gemir.

—Sabía que te iba a gustar. Nadie te ha follado como yo, ¿verdad? Ni tu maridito sabía que estaba con una zorra muy buena.

—No me importaba mi marido para nada, ni cuando me hacía el amor, yo solo fingía.

—¿Sabes que cuando lo maté le hacía carantoñas a su novia por la calle y se reían los dos, disfrutaban el uno del otro? Parecía que se amaban.

—No hables de mi marido ahora. —No quería saber nada de su ex, lo que quería era que aquel bastardo consumara el acto, deseaba ser follada por el bestia que tenía a su lado.

—No sé por qué lo alejaste de ti. Mira cómo te encuentras. Estás deseosa de sexo. Tienes muchas ganas de que te folle. Te gusta, ¿verdad? Lo necesitas, necesitas mi polla. Te va a llevar a lo más alto. A mí me tienes loco con lo buenorra que estás.

La mujer estaba en lo más alto del clímax. Su cuerpo se llenaba de sensaciones placenteras. Nadie le había hecho el amor tan salvajemente. Le estaba gustado mucho. No había probado ni experimentado aquel sexo tan brutal, y aquel pene que cada vez la llevaba a las nubes, lo sentía dentro, enorme, con la fuerza que ejercía sacándolo y metiéndolo. Finalmente, estalló en palabras vulgares:

—¡¡Cerdo, sigue follándome!! Así, sí, así, más, más —bramaba descontrolada.

—Eres una calentorra. Me gusta, sí, me gusta. Cómo me atraes a ti, como si fueras un imán.

El orgasmo llegó como una explosión de placer entre palabras vulgares dejándolos exhaustos.

—Cuando vengas de nuevo voy a comer de ti y tú de mí —apuntilló Boris, pasándole la legua por su rostro.

—No voy a venir más. No eres tan fuerte como crees.

—No te vas a olvidar de mi polla. Y aún no has probado mi lengua entrando muy adentro, haciéndote vibrar como ahora. Solo con tocarte con un dedo ya te estás calentando otra vez. —Le estaba metiendo de nuevo los dedos, primero uno y luego los dos, entrando con fuerza y sacándole un suspiro cuando le estimulaba el clítoris y le iba aumentando el movimiento, en un vaivén placentero. Al sentirla temblar porque el orgasmo le llegaba, continuó hasta que ella estalló en un grito desgarrador.

—Mis dedos te gustan, ¿verdad? Te has corrido como una perra en mis manos. Me gusta mucho tu olor.

El hombre empezó a chuparse un dedo, luego otro, ante la lujuria de ella, que se ponía más y más deseosa de aquel sexo salvaje.



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En el texto hay: una harley

Editado: 06.04.2024

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